Conocí a Joaquín Jordá en 1992. Él
daba un curso de iniciación al guión de cine en el Centro Insultar
de Cultura, una instalación del Cabildo de Gran Canaria, en Las
Palmas. Joaquín era un hombre grueso y con una voz cavernosa, y
también un hombre encantador. Recuerdo sus clases alrededor de una
mesa común en la que nos sentábamos alumnos y profesor y él nos
contaba cosas, criticaba nuestros trabajos, y, en fin, hacía esas
cosas que hacen los profesores de los cursos de guión. Yo venía de
un par de cursos con Lola Salvador y Joaquín Oristrell, que habían
tenido lugar en las mismas instalaciones, y me conocía el sitio como
si viviera allí. Pasaba mucho tiempo en el departamento de vídeo,
que entonces dirigía Octavio Cardoso, haciendo videocreación en los
viejos U-Matic Baja Banda que tenían allí, animando en plastilina
con una truca de vídeo, y en resumen pasaba el rato haciendo cosas.
Joaquín no paraba de fumar en las
clases. Creo que era tabaco negro, probablemente Coronas o Krüger, y
los alternaba, con actitud sibarita, con unos pequeños puritos, en
función del sabor que prefería en cada momento. En aquellos años
yo también fumaba, pero no recuerdo si lo hacía en clase. Lo dejé
hace 14 años, así que apenas pasé fumando 7 años de mi vida.
Joaquín, en una entrevista al
periódico La Provincia, dijo que el proyecto que yo había
presentado como ejercicio al curso, y que había iniciado como
“boutade” surrealista en otro curso previo, éste impartido por
Miguel Ponce, conocido actor y autor de telenovelas, y Federico
Castillo, que creo era su pareja, unos meses atrás. El guión se
titulaba “Fotos” y Joaquín declaraba en aquel artículo que
aquel guión debería de convertirse en una película lo antes
posible. Joaquín habló de mi y del proyecto, tras terminar el
curso, a su amigo Josep Antoni Pérez Giner, un productor de cine
catalán que daría en breve un curso de producción en el mismo
lugar. Pérez Giner, a quien llamaban “el innombrable”, me cobijó
bajo su ala en seguida. Con él vi una película que acababa de
producir, “Latino Bar”, criticamos un guión titulado “Sauna”
y visionamos mi primer Jordá, “El Encargo del Cazador”, una
película que me dejó boquiabierto, y que concentra la capacidad
fabuladora de Joaquín, tal vez nuestro mejor cineasta por varias
décadas (y uno de los más ignorados), en una obra maestra.
Al final, tras una visita a Madrid en
la que me reuní con Pérez Giner, Jordi Sasplugas (que ha fallecido
recientemente) y Georgina Cisquella, que en aquellos años tenían
productora juntos, intentamos que “Fotos” saliera. No pudo ser.
Recuerdo que me ofrecieron rodarla en 16mm para ahorrar costes y mi
negativa rotunda. Me alojaba en el Hostal Mediodía; Joaquín me
había ofrecido quedarme en su casa, en un ático de la calle Ramón
Llull de la capital, pero no quise molestarle. He pasado mucho por
esa calle en años posteriores, cuando él ya no estaba allí; por
azares el primer piso en el que viví en Madrid estaba muy cerca y me
caía de camino.
Pero vuelvo a aquellos años. Luego
llegó Comunicación Integral, la productora canaria de Pepe Martín,
gracias a la cual, y a una oportuna ayuda del Gobierno Canario,
pudimos iniciar la financiación de “Fotos”. Al final Pérez
Giner se quedó de productor, y José Luis García Arrojo dirigió la
producción y coprodujo, a través de Plot Films, su pequeña
empresa, a la que por cierto le hice el logo que, creo, aún usan.
Finalmente, Filmax entró también a coproducir y a distribuir.
Al final recuerdo invitar a Joaquín a
ver la película terminada. Se quedó dormido durante la proyección,
pero fue muy amable y cariñoso y no hablamos del asunto. Al año
siguiente, Joaquín tuvo un ictus que le hizo perder el habla, la
capacidad de escribir y leer, que tuvo que aprencer de nuevo, y
parte de la memoria. Le volví a ver en Barcelona, tras el estreno de
mi primera película ¿O fue en Madrid? Presentaba en un coloquio la
proyección de su documental “Numax Presenta...” (1980), sobre
una empresa, la Numax del título, que fabricaba electrodomésticos y
cuyos dueños decidieron deslocalizar hacia Brasil; los empleados tomaron las riendas y organizaron una huelga y un proyecto
de autogestión que dejó a sus poderosos amos fuera de juego.
Luego le vi en 1997, en el Festival de
Sitges, donde él presentaba “Monos como Becky” (1999), en la que él
mismo salía unos instantes durante su propia operación para
liberarle del coágulo de sangre que había amenazado con acabar con
lo que quedaba de sus recuerdos. Joaquín no se acordaba del todo de mi, pero hablamos un buen rato,
acompañados de Pérez Giner, en la cafetería del Hotel Meliá Gran
Sitges. Aquel año yo estaba de jurado en el Festival, con Piper
Laurie, Pere Fatges (recientemente fallecido también), Alan Jones y
Eliseo Subiela. Recuerdo la conversación entre nubes, como algo
agradable. Luego recuerdo a Toni Galindo, un maravilloso diseñador,
que ha hecho posters de las mejores películas de nuestro cine
(tampoco está ya), presentándome a Javier Aguirresarobe, el
director de fotografía. Pero Aguirresarobe estaba pasando un día espantoso: le acababan de
comunicar que Pilar Miró había muerto. Yo había sido alumno de Pilar y me enteré de la noticia por él. Luego, una década y pico después, le volví a
ver en Santa Monica, en un restaurante mexicano que frecuento mucho
allí con mi socia Margaret Nicoll, El Lula. Estaba solo en un
reservado, esperando a alguien.
Recuerdo intentar en aquel
remoto 1997 que mis compañeros del jurado de Sitges prestaran
atención a un corto de Fernando de Felipe, “Oedipus” (1997), sin
éxito, y mi sensación de fracaso.
Joaquín hizo más películas, como “De
nens” (2003), una disección tan cruel como lúcida del sistema
judicial español y la actitud de los medios de comunicación alrededor de un caso
de pederastia en el barrio barcelonés de El Raval. O “Veinte años
no es nada” (2004), que revisitaba los hechos narrados en “Numax
Presenta...” para explicar oblicuamente la transición española.
Joaquín ha dirigido a lo largo de su vida un puñado de obras maestras de perverso engranaje, inteligentes y
cortantes, dolorosas y lúcidas, juegos de niños mayores que abren vidas y sociedad en canal ante uno, mostrando vísceras y gangrenas, sombras y cosas feas, pero que son a su vez extrañamente luminosas. “El encargo
del cazador” o “Monos como Becky” son dos de ellas. “Un cos
al bosc” (1996), es otra, un policíaco sobresaliente y pervertido,
mediterráneo y malvado.
Luego trabajé con otros alumnos de
Joaquín, como Cristina Cordero, que fue la script de mis dos
siguientes largometrajes, “La hora fría” y “No-Do”.
A Joaquín le vi por última vez un día
desde un coche; viví en Barcelona casi dos años intentando sacar
adelante un proyecto de ciencia-ficción producido por Marta Esteban.
En ese tiempo no llamé a Joaquín, pero sí le vi, sería en 2004 o
así, en el barrio del Raval, caminando, supongo, hacia su casa. El
coche iba demasiado rápido, no había tiempo ni de hacerle una señal. Él no
me vio.
Y un día de 2006, me llegó la noticia
de que Joaquín ya no estaba. A él le debo dedicarme al cine, a su
terco empeño en que “Fotos” se hiciera, contra viento y marea.
Joaquín fue uno de los fundadores de la Escuela de Barcelona, era un maravilloso escritor y
traductor, y escribió los guiones de películas como “Cambio de
Sexo” (Vicente Aranda, 1977), o las dos películas de El Lute,
también de Aranda. Pero era sobre todo una de las voces más fascinantes de nuestro cine, una figura clave y un gigante. No entiendo que no
se vea su obra más, ni que no se difunda con mayor energía. "No-Do" está dedicada a él.
Gracias, Joaquín Jordá.
Vean su cine. Véanlo, y propáguenlo.
La imagen es el póster de "Más allá del espejo", su última película. La he encontrado en la web de Filmin, donde se puede visionar parte de su obra.