"La
patocracia es una enfermedad de grandes movimientos sociales seguidos
por sociedades enteras, así como naciones e imperios. Durante el
transcurso de la historia de la humanidad, ha afectado a movimientos
sociales, políticos y religiosos, al igual que a las ideologías que
la acompañan… Y los ha convertido en caricaturas de ellos mismos…
Esto ocurrió como resultado de… la participación de agentes
patológicos en un proceso patodinámico similar. Esto explica porqué
todas las patocracias del mundo son, o han sido, tan similares en sus
propiedades esenciales."
Andrew
M. Lobaczewski - Ponerología Política:
Una Ciencia de La
Naturaleza del Mal ajustada a Propósitos Políticos
(citado
de Wikipedia)
Un psicópata se define como alguien
que carece de empatía, y es incapaz de ponerse en el lugar de sus
semejantes. Los psicópatas carecen de remordimientos y convierten al otro, no en un
semejante, sino en una cosa.
El día de la emisión del programa
“Los Olvidados” de la serie “Salvados” en La Sexta vi a
varios psicópatas. El más señero es Juan Cotino, presidente de las
Corts Valencianas. Le llamo psicópata porque mientras Jordi Évole
le asaltaba en plena feria del vino con esas preguntas incómodas que
nadie se ha atrevido a hacerle en la sociedad feudal y clientelar
valenciana, el hombre sonreía, se le notaba por encima del bien y
del mal. Aquel señor de sonrisa impostada, además de molesto por
las preguntas del reportero, se notaba que dormía tranquilamente a
pesar de la gravedad de las acusaciones que Évole le dejaba caer en
su interrogatorio callejero.
Me pregunto si algo tendrá que ver que
Cotino pertenezca, en calidad de agregado, a la poderosa secta del Opus Dei, un grupo de alto
poder de la iglesia católica que está altamente infiltrado en la
sociedad española. Mirémoslo desde el punto de vista de un
católico, algo nada difícil, pues somos españoles. Tu religión te
libera de cualquier culpa con el sacramento de la confesión. Puedes
haber causado el peor de los desmanes, que si te confiesas, haces
correctamente su acto de contrición -para el confesor- y cumples la
penitencia que se te asigne, podrás comulgar acto seguido y serás
un alma limpia, liberada de culpas y remordimientos.
Esto no pasa en otras sociedades con
otras religiones, es un exclusivo rasgo del catolicismo. Mezclemos
esta poderosa arma de limpieza de las conciencias, con la pertenencia
a una secta como el Opus, con unas reglas férreas de obediencia, en
la que todo es por la obra, sea o no bueno, sea o no aceptable,
añadamos a la paella el neofeudalismo español que confiera a una
casta el derecho de pernada gubernamental y tenemos el caldo de
cultivo perfecto para el nacimiento de auténticos psicópatas, a los
cuales sus semejantes se les antojan cosas o números, pero se les
despoja de su humanidad, y tendremos un modelo de explicación para
estas gentes. Se vuelven psicópatas por sus rituales de inmunidad
moral combinados con su sensación de estar por encima de los demás,
al haber sido elegidos para ser parte de la secta. No existe rastro
de culpa en estas personalidades.
Pensemos entonces en cosas como la
demencial política de privatización sanitaria de Madrid, donde se
acaba de jubilar sin previo aviso a 700 médicos, o lo ocurrido con
el Doctor Montes hace unos años, pensemos en las puertas giratorias
por las que a diario pasan estos beatos de misa diaria, y las
recompensas que gozan por hacer lo que la secta les pide, y la secta
te puede pedir muchas cosas, y tendremos otros ejemplos de políticos
que han perdido el norte, que en realidad nunca entendieron qué es
lo que hace un político, y que trabajan para cualquiera menos para
los ciudadanos que les votaron.
Está claro que esta situación es
insostenible. Ya está bien de psicópatas católicos. Ya está bien
de mantener a locos peligrosos. Hace un par de años estaba esperando
a una reunión con mi entonces representante, Octavio
Fernández-Roces, y hacía tiempo paseando cerca del Metro de
Velázquez en Madrid. Allí me crucé con un -entonces- ministro que,
escoltado, salía de la misa de tarde de una iglesia cercana (la Parroquia de la Virgen Peregrina, en la calle Diego de León). Era el año 2004. Pensé en aquel momento qué hacía aquel tipo en una misa un día laborable en vez de
trabajar para todos los españoles, que es para lo que se le pagaba, y
bien. El señor se metió en su coche oficial, que se lo llevó a dios
sabe dónde. Y eso es otro ejemplo, el ir a misa en horario de
trabajo ni se considera una estafa a los contibuyentes. Tuve
tentaciones de preguntarle por qué no se dedicaba a sus
supersticiones personales en ratos libres, pero no me hubiera
entendido. Ahora es embajador. En el ínterin había sido el
responsable político uno de los sucesos más espantosos que ha
vivido la Defensa española en décadas. El pago por su lealtad,
una embajada, para la que el hecho de si está o no capacitado, no es el
problema. Porque los miembros de una secta se defienden entre ellos.
También va a misa todos los días en su destino diplomático,
faltaría más, a costa de todos nosotros, con chófer y escolta, cómo no. Y nadie le preguntará nunca por qué no se va a
ejercer sus supersticiones personales fuera de horario de oficina.
Porque a un señor feudal no se le importuna, cuando no se le importunó a causa del terrible accidente del que tuvo responsabilidad (al menos política, aunque nunca realmente asumida). Porque parte de la culpa de que el psicópata católico se enseñoree de sus dominios, la tiene
el ciudadano, que reniega de su papel y acepta ser un siervo. Culpa mía, por no enfrentarme a él aquella tarde. Culpa tuya. Culpa de todos nosotros.
Pero no es tan difícil acabar con
estos dislates en realidad. Es sólo que esta generación de enfermos mentales (que eso son los psicópatas, les recuerdo) se
vaya a su casa y deje paso a gente con un poquito más de cultura, de
formación y de empatía, y que por supuesto no pertenezcan a una
secta destructiva como la citada, por muy oficialmente aceptada que
esté. Con que pase eso, la estructura de poder de estos psicópatas
católicos se derrumba como un castillo de naipes.
Mientras eso no ocurra no saldremos de
este agujero moral corrompido al que nos han llevado,
paradójicamente, unos individuos que presumen de ser paladines de
moralidad y buen comportamiento.
La imagen la he encontrado en Wikipedia Commons. Es la portada del número 4 de la revista Mystery Novels Magazine (Primavera de 1933). No se informa de la identidad del autor. Una pena. Está en Dominio Público.