jueves, 9 de agosto de 2012

"AVENTURAS EN UN PAÍS ANUMÉRICO" (Spanish)


Article. Published in Revista Contemporánea. 
June 2005.

AVENTURAS EN UN PAÍS ANUMÉRICO
Elio Quiroga
(redactado a partir de la Introducción del libro “La Materia de los Sueños”, del mismo autor)

En noviembre de 2002 se entregaron, como todos los años, los Premios Príncipe de Asturias. Estos galardones, que quieren ser una especie de Nobel patrio, premiaron a muchas personalidades de indudable mérito. Daniel Baremboim, Woody Allen, Arthur Miller...

Los medios de comunicación cubrieron intensamente los logros de Miller y Allen, pero muy pocos se ocuparon de cuatro hombres de mediana edad que también habían sido galardonados con el prestigioso premio, Lawrence Roberts, Vinton Cerf, Robert Kahn y Tim Berners-Lee. Sólo les mencionaron de pasada, y apenas mostraron sus imágenes recogiendo los preciados diplomas. No parecían personas interesantes.

Para quien no lo sepa, Roberts, Cerf, Kahn y Berners-Lee inventaron Internet tal y como la conocemos hoy en día. Su influencia en nuestras vidas es gigantesca, y han cambiado el mundo. Son científicos, hombres modestos, pero a la vez, cuatro de las personas más influyentes de nuestro tiempo. Roberts diseñó la inicial ARPANET a finales de los años 60; Cerf y Kahn inventaron a mediados de los 70 el protocolo TCP/IP, sobre el que Internet se basa; y Berners-Lee, ingeniero del CERN en 1992, investigaba sobre partículas elementales cuando se le ocurrió la idea de crear una forma de enviar entre ordenadores de científicos imágenes y texto en un mismo documento, inventando el protocolo HTTP, que llevaría a la World Wide Web. Pudiendo patentar su invención, Berners-Lee regaló a la Humanidad el HTTP, renunciando a unos beneficios que le habrían convertido en uno de los hombres más ricos del planeta.

Pero aquellas cuatro personas no interesaban a los telediarios, ni a los periódicos ni a las radios.

Estas situaciones se repiten una y otra vez en los medios, en tertulias, en columnas de opinión; la mayoría de la gente que parece escribir, redactar u opinar en España son unos completos analfabetos en términos de ciencia, y por tanto no hablan de ella, sencillamente la ignoran, cuando no la desprecian. Y eso, en opinión del autor de este libro, es un espantoso error que ha convertido la relación de los españoles con la ciencia en un absurdo. ¿Qué nos pasa en España con los científicos y con la ciencia? ¿Qué mal ha cometido el hecho científico, uno de los más refinados ejemplos de cultura y civilización, a la intelectualidad española?

¿Por qué se considera propio de intelectuales el leer a Lorca o criticar los postulados de Hegel, y no el poder entender prodigios como, pongo por caso, las ecuaciones relativistas de Einstein o las simples Leyes de Newton? ¿Por qué nombres como Picasso, Calderón, Becquer, Rimbaud o Joyce ocupan puestos superiores, a ojos de la intelectualidad nacional, que genios del calibre de Maxwell, Plank, Kepler, o Hermite?

No es la primera vez, ni la última, que veo, oigo o leo en algún medio de comunicación a un supuesto intelectual que se vanagloria de su ignorancia científica. "Eso son matemáticas, no me interesa", rezaba un artículo de opinión en prensa hace unas semanas. En un mundo medido por las matemáticas y la estadística, la supuesta osadía de la expresión deviene en pura tontería irresponsable. La valentía de los ignorantes, que desembocó en aquel desgraciado "que inventen ellos", es tan grave en estos tiempos como en aquellos, y ahora se convierte en un peligro para nuestro desarrollo cultural y humanista.

Cuando pensé en iniciar la redacción del libro “La Materia de los Sueños” hace unos años, quise hacer dos cosas: divulgación y ensayo, y para ello pensé que lo mejor era mezclar dos asuntos fascinantes para mi, el Cine y la Informática, y, mientras repaso históricamente cómo la última ha cambiado para siempre al primero, cómo un invento del Siglo XX ha cambiado las mancias de un artilugio del XIX, lanzando a la Humanidad al XXI; permitir al lector recorrer la Historia de la Informática, desde su nacimiento en los años 40 hasta hoy, comprendiendo cómo hemos llegado al lugar en el que nos encontramos, y sobre todo por qué.

Ello también permite que repasemos algunos conceptos de la Informática y las Matemáticas que creo son fundamentales para los tiempos que corren, y considero insuficientemente difundidos.

Así, con un enfoque aparentemente ligero, el libro repasa una de las grandes historias del Siglo XX, la de la Era Informática; conociendo el lector a sus principales hacedores, y aprendiendo a respetarles como sólo se puede respetar a esos gigantes sobre cuyos hombros todos caminamos. Porque estoy convencido de que algunos de los nombres propios de los que se habla en este libro, en un par de décadas serán recordados como leyendas en sus respectivos campos de trabajo, creación e investigación.

Así nació “La Materia de los Sueños”, libro que acaba de publicar Ediciones Deusto (Planeta de Agostini); de una mezcla de curiosidad y rabia. De la curiosidad de saber y de hacer saber a los otros, y de la rabia de no entender por qué España perdió el tren en todo lo que tiene que ver con ciencias y técnicas, algo que te abofetea a poco que estudias un poco de historia de la informática y de las ciencias en general. Por qué somos decimonónicos en ese aspecto por muchos teléfonos móviles que nos vendan las compañías de telecomunicaciones, por mucho paraíso tecnológico inexistente que nos quieran vender.

Toda esa profunda ignorancia hacia el saber científico atraviesa transversalmente la sociedad española, como una lanza de Longinos que puede llevarla a su propia muerte como sociedad. Miremos alrededor: los políticos no entienden el lenguaje de los informes que solicitan, no saben leer una estadística o son incapaces de deducir la bondad o no de un cálculo por metros cuadrados que mida la asistencia de personas a una manifestación. No saben nada de Internet, no entienden un ordenador ni siquiera a nivel de usuario más allá de mover un ratón, o son incapaces de redactar un correo electrónico; ¿Podrán legislar entonces las necesidades de los usuarios de la Red, de los creadores de videojuegos o de los muchos grupos de investigación que malviven cada día en nuestro país intentando abrir brechas en la ciencia, cuando los investigadores o doctorandos ni siquiera son considerados trabajadores?

El desastre llega a todas partes del país, a todas las capas sociales: accionistas con licenciaturas que compran participaciones en bolsa sin comprender los caóticos vaivenes del Mercado Continuo, jugadores de lotería que creen que comprando un boleto cada día con los mismos números aumentan sus posibilidades de ganar premio, personas incapaces de leer un extracto bancario, y mucho menos de reclamar comisiones o facturación indebida en su cuenta telefónica, vendedores que no saben hacer una regla de tres, o jóvenes sin los recursos para resolver un problema de cálculo, todo ello en una sociedad cada vez más compleja. Analfabetos científicos –y funcionales, aunque ese es otro asunto- en un mundo que exige cada día más de la gente, desde saber lo que es una IP a deducir el interés de un crédito o comprender la letra pequeña que corre fugazmente en los cada vez más engañosos anuncios televisivos de las telefónicas.

El resultado lo vemos en la calle todos los días, sobre todo en las grandes ciudades. Nuestra economía no desarrolla tecnología; vive del turismo y los ladrillos. Así, ciudades como Madrid parecen cambos de batalla con miles de edificios en rehabilitación: porque no hay otra industria sino la especulación con el suelo, la venta y reventa de las mismas parcelas de generación en generación. Así, tragamos el pago de patentes, el uso de tecnología creada en otros lugares del mundo en los que alguien tuvo la inventiva y el coraje, y parece que nos da igual que todo nos salga más caro. Pero este erial de edificios en construcción se extiende a los bancos, donde el aval hipotecario paraliza la inversión o el capital semilla, todo ello fomentado por unas leyes bancarias en las que la palabra “suelo” parece que sea la única mercancía factible, donde millones de nuevos matrimonios se endeudan en hipotecas a 30 años sin comprender que difícilmente podrán pagar sus deudas a poco que alguien decida elevar los tipos de interés, a poco que el barril de petróleo suba su precio un poco, o sin comprender el significado de que el 50% de los matrimonios se separan en los primeros años, por lo que uno de ellos acabará pagando una hipoteca de una casa que no podrá usar.

Un caso similar es el del fumador que, sin haber entendido el significado de un enunciado con una proporción como este: “tres cuartas partes de las muertes por enfermedades crónicas de los pulmones se relacionan con el tabaco” se sorprende cuando su médico le diagnostica un enfisema pulmonar grave. 

En resumen, los rasgos del anumerismo y de la ignorancia en ciencias no sólo son asuntos ideológicos o abstractos, sino que nos afectan, y mucho, en nuestra vida real como personas y como sociedad. Como sociedad nos convierten en un país frágil, construido, irónicamente, sobre cimientos de aire, por muchos ladrillos que pongamos encima. Y eso, si alguien no lo remedia, lo pagaremos todos. Ya no es un asunto de tertulia de café por la tarde; esto es un problema de gravedad, y nuestra clase política, históricamente ajena a la realidad, parece una vez más vivir en el paraíso de la inconsciencia.

Pero no es tarde: se pueden habilitar medidas, apoyar la educación, orientar y formar a los políticos, abrir puertas a la investigación científica, intentar formar a la ciudadanía. No es fácil, llevará tiempo, ya que cada día que pasa el tren que perdimos hace ya muchos años está más y más lejos. Todavía podemos hacer algo, y desde aquí animo a la clase política a meterse sin miedo y de cabeza en este camino que sólo puede llevarnos a mejorar como sociedad y como personas.

Ya va siendo hora de que en nuestro país admiremos a la ciencia como lo que es: una de las grandes hazañas del espíritu humano.

COROLARIO: NO ESTÁIS SOLOS (bibliografía y links de interés)
Del anterior artículo podría colegirse que este problema del anumerismo y en general la ignorancia en términos de ciencia es un fenómeno exclusivo de nuestro país o entorno, pero no quiero que se me malinterprete. Países sajones en los que la Ciencia ha tenido especial desarrollo, como USA, padecen también esa plaga, como recientemente hemos podido averiguar con la polémica de la enseñanza del evolucionismo en las aulas norteamericanas, y la elección de ciertos estados del llamado Modelo de Diseño Inteligente como alternativa a la evolución de las especies. A este respecto, quisiera recomendar vivamente la página web donde un internauta con fina ironía ha publicado una carta abierta al Gobernador de Kansas, donde se admite esta teoría en las aulas. Tampoco, por otro lado, nuestros científicos están libres de pecado. Baste este sonrojante artículo del psicopatólogo Aquilino Polaino para comprobar que también existen científicos acientíficos. En ambos casos, curiosamente, se tiende a unir fe religiosa con ciencia, lo que suele llevar a resultados catastróficos.

“'Sinde-Wert' y la carta a Emily" (Spanish)



 Article. June 2012.

En la encendidísima polémica sobre las descargas de contenidos, vengo observando unos tonos -especialmente en los foros de internet- muy encendidos y lejanos al diálogo calmado, que parecen haberse reactivado cuando las primeras páginas que comercian con productos audiovisuales sin consentimiento de sus propietarios han recibido las primeras comunicaciones oficiales por mor de la aplicación de la ley llamada “Sinde-Wert”.

Hace unos días el guitarrista David Lowery publicaba un artículo en el blog The Trichordist. Lowery planteaba una carta abierta a Emily White, una joven que presumía en otro blog de haber comprado a lo largo de su vida sólo 15 Cds legalmente y tener en su iPod 11.000 canciones pirateadas. Lowery plantea a Emily las consecuencias que su acto, y la suma de miles de actos similares, tienen en el mundo real y en personas reales: los músicos. De cómo una persona como ella, que posiblemente se negaría a comprar calzado deportivo elaborado con mano de obra esclava o estaría dispuesta a adquirir alimentos en tiendas de comercio justo, no se preocupe de lo que le pase a los músicos y artistas que han compuesto e interpretado las canciones de las que disfruta y por las que no quiere pagar.

El panorama que Lowery presenta es devastador. Las ventas de música en el mundo en este momento son más bajas que en 1973, y el número de músicos profesionales ha descendido un 25% desde el año 2000. Pero el tono se torna realmente dramático cuando concreta su relato en el drama de dos amigos suyos, Mark Linkous y Vic Chesnutt, músicos también, ambos fallecidos, plantea Lowery, a causa del empobrecimiento radical que sufrieron por la pérdida de los royalties que recibían justo cuando sus canciones eran más oídas que nunca... en copia pirata, de la que no veían ni un centavo. Linkous se quitó la vida ante la amenaza de ser desahuciado y por una depresión que no había podido tratarse por no poder pagar el tratamiento (en Estados Unidos, donde Linkous vivía, recordemos que no existe la sanidad pública gratuita). Finalmente, el guitarrista desmota los argumentos de los pro-descargas, tales como la falacia de que el músico no recibe lo justo por parte de la discográfica, de que se puede vivir de los conciertos (en un 99% de los casos los conciertos son ruinosos). Curiosamente, los músicos en un 99,9% son gente de clase media-baja. Las estrellas cuyos supersueldos sirven de excusa al ciudadano que se baja contenidos son el 0,1% de ese colectivo.

El músico añade crudamente quién es el beneficiario de todo este ruido y confusión generalizados. Los fabricantes de hardware, las compañías que dan acceso a internet, los grandes buscadores globales, todos ellos parasitan a la industria de los contenidos. El ciudadano que piratea ha de costearse una conexión mensual de banda ancha, un ordenador, probablemente un smartphone o un tablet, con un coste considerable, que beneficia exclusivamente a proveedores que nada tienen que ver con los contenidos que luego son objeto de tráfico (¿Qué sería de Youtube sin los millones de horas que ofrecen sin el consentimiento de sus propietarios?), y que colaboran a engañar al ciudadano como si existiera un “derecho” a bajarse material ajeno por el mero hecho de pagar una conexión.

Esta banalización de la propiedad intelectual beneficia a ese trío: hardware, comunicaciones, buscadores. Y curiosamente las acciones de lobby contra la propiedad intelectual provienen de ese sector, así como de ciertas asociaciones que pretenden representar a los usuarios. No deja de ser sorprendente que una conquista del Estado del Bienestar como la Propiedad Intelectual sea objeto de críticas salvajes, que ignoran que para lograr su utopía ansiada tendríamos que anular el Artículo 27 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, o la Constitución Norteamericana, por poner dos ejemplos.

A esto se añaden las miserias de los supuestos “griales” del nuevo consumo legal de contenidos. Por poner un ejemplo, Spotify paga tan poco dinero a los creadores de la música que venden, que ha llevado a muchos artistas a renunciar a ofrecer su obra en esa plataforma. Un músico que haya vendido cincuenta mil copias de una canción en Spotify puede encontrarse con cincuenta céntimos de Euro a cambio en su cuenta bancaria gracias a los leoninos contratos de aquella web, mientras que el presidente de Spotify es en estos momentos la décima fortuna de la industria musical.

Lowery nos muestra a una ciudadanía a la que la tecnología insta a realizar acciones que en otras circunstancias ni se plantearían, y luego han de buscar argumentos morales para justificarlas. Las falacias las conocemos todos: que si el libre acceso a la cultura, que si la libertad de expresión... Y no es este el lugar para refutarlas, pues una falacia se refuta sola. Sin embargo lo profundamente inquietante de todo ello es cómo se pueden retorcer los argumentos hasta lo indecible para no tener que enfrentarse uno mismo a sus propias contradicciones. Reivindicar que Apple pida condiciones de trabajo decentes en sus subcontratas en China y a la vez quedarte con el trabajo de una persona, su obra musical o audiovisual, sin su consentimiento, no son compatibles.

La actividad de descargarse contenidos, que todos hemos probado, y de acumularlos, tiene algo de comportamiento compulsivo. Lo que en principio parece un gesto iconoclasta que rompe las reglas y nos acelera el pulso, se convierte en pocos días en una conducta de raíces similares a las adicciones. Y como en estas, el adicto lucha en contra de todos los argumentos racionales para escapar de la contradicción que sufre: saber que lo que hace no es bueno, pero no poder (querer) parar de hacerlo. Sería muy interesante que la psicología elaborara un modelo sobre estas conductas, pues lo que aquí planteo es sólo una intuición.

Como ex fumador entiendo bien esas contradicciones. Cuando tu yo adicto te grita desde algún rincón de tu conciencia que esa persona que está tosiendo a tu lado porque le daña el humo de tu cigarrillo es un talibán y un egoísta, estás pensando como un adicto. El fumador se enfrenta a sus propias contradicciones mediante la falacia, el pensamiento mágico y el autoengaño. El único objetivo es fumarse el siguiente cigarrillo. Lo que te pase a causa de ello ya lo pensarás. Y creo que el drama de las descargas encierra un origen similar. Sólo que amenaza con destruir industrias enteras, está llevando a la ruina y al paro a miles de familias, y la ciudadanía parece vivir en una burbuja de autoengaño, en la que sus actos no tienen consecuencias sobre sus semejantes. En realidad todo este problema tiene algo profundamente inquietante y perturbador: los límites del pensamiento libre cuando ciertas conductas, que podríamos llamar “adictivas” entran en liza. Y quién se beneficia de todo ello, oculto, entre las sombras, moviendo los hilos y creando presión.

"EL LIBRO ELECTRÓNICO, ESPEJISMOS Y REALIDADES DEL PAPANATISMO DIGITAL" (Spanish)



Article. June 2011.

El llamado "libro electrónico" o ebook, esa conjunción entre un archivo de datos y un lector digital que permite leer literatura en forma de bits está de moda. Y con la moda ha llegado la polémica. En los tiempos que corren es cada vez más común ver por doquier artículos de prensa con títulos como "el fin del libro", "el libro electrónico cerrará las librerías", etc. Los "gurús" de internet y la tecnología suelen pontificar desde sus esquinas virtuales las bondades de cualquier gadget electrónico que les pongan delante, en un ejercicio de publicidad gratuita al fabricante, y el libro electrónico no iba a ser menos. Asistimos a una alarmante actitud ensimismada en la tecnología, que olvida de qué se habla finalmente: de libros, no de herramientas de lectura. De la misma forma que al comprar un libro en papel no sueles preguntarte sobre la composición química de la tinta, la técnica de encuadernación ni el papel usado, es sorprendente tanto interés en unos aparatos que sólo deben de servir para leer.

Pero ¿Qué hay de cierto en todo este ruido mediático? ¿Estamos una vez más asistiendo a lo que a veces llamo "papanatismo digital", esa mezcla de ignorancia, miedo a lo nuevo y desesperación por estar al día que genera monstruos como la "alfabetización digital" o las "aulas conectadas"? Sin ánimo ludita, pero con deseo de poner algunas cosas en su sitio, me gustaría aclarar ciertos asuntos que últimamente ciertos articulistas y “generadores de opinión” están extendiendo como verdades indiscutibles.

Entre lo más oído últimamente está que el libro electrónico está destinado a acabar con el libro tradicional por las tendencias actuales de mercado -las cuales indican una subida de ventas muy alta entre los libros en formato digital, pero que por ahora tienen aún mucho que recorrer para alcanzar al libro en papel ya que, siendo claros, el uso del libro digital es marginal en este momento- y la supuesta “democratización del acceso al libro” que traerá a la gente. Se habla de acceso gratuito a “millones de libros” desde los lectores electrónicos, olvidándose que esa función ya la cumplen las bibliotecas tradicionales (acceso gratuito a una cantidad ingente de títulos). Pero la mayor falacia, que se extiende como una mancha de aceite entre la población, es lo supuestamente ecológico del libro electrónico frente al libro tradicional que, al estar fabricado de papel, genera gran contaminación o "huella de carbono" (una medida de la cantidad de contaminación derivada a la atmósfera por la producción y/o uso de un determinado bien, medida en Kg de dióxido de carbono). El ebook es, según los medios, la panacea para el fin del calentamiento global, una solución definitiva a la deforestación, el súmmum de la tecnología de uso responsable y sostenible.

Si bien es cierto que el libro tradicional consume recursos en su producción, como todo bien manufacturado (mayoritariamente procedentes del proceso de fabricación del papel, obtenido directamente de árboles, y que implica un gran consumo de agua, amén del traslado del papel del fabricante a la imprenta, las tintas, gomas, etc.), en estos momentos, el "libro electrónico" pierde notoriamente la partida. La "huella de carbono" de un lector de libros electrónicos, sea un iPad o un Kindle, incluyendo su fabricación y uso, está en la franka de 180 a 200 Kg de dióxido de carbono. La de un libro convencional es de alrededor de 4 Kg. Se calcula que, para igualar la huella de carbono generada por un lector de libros electrónicos, un lector español tendría que adquirir y leer alrededor de 50 libros en ese formato, lo que representa unos 4 a 7 años de lectura de un lector español medio-alto, un espacio de tiempo muy superior a la obsolescencia del lector. Ello implica entonces lo contrario a lo publicitado: el libro electrónico contamina más que los libros tradicionales.

Para fabricar un lector de libros electrónicos se requieren 300 litros de agua y 15 Kg de minerales sin refinar. Se calcula que para 2014 la huella de carbono colectiva de todos los lectores de ebooks del mundo será de unos 248 billones de Kg de dióxido de carbono, el equivalente a la huella colectiva de países como Angola o Túnez.

Pero estos promedios omiten otros aspectos inherentes al “libro electrónico”, como que no es posible legalmente copiar un ebook, por lo que cederlo para que terceros lo lean -cosa que sí pasa con los libros convencionales, que pueden tener una infinidad de lectores, como prueban las bibliotecas públicas o el fenómeno del bookcrossing- no es factible, sin entrar en la lacra de la piratería, claro. Tampoco es posible por ahora leer sin gasto de energía un libro electrónico, requiriéndose un cierto consumo de la electricidad acumulada en la batería del lector para su lectura -aunque la tecnología del Kindle de Amazon, por ejemplo, permite que sólo se consuma energía al pasar las páginas virtuales del libro-. Otro problema, tal vez el más serio a largo plazo, es la durabilidad de la información. Por nuestra experiencia como civilización sabemos que el soporte de papel puede resistir siglos sin problemas, siempre en las condiciones de conservación adecuadas. Sin embargo, la información digital requiere de continuos procesos de copia entre soportes que se degradan con el paso del tiempo, lo que genera continuos gastos y consumo de energía, que lleva a un círculo vicioso de fabricación de hardware que sustituya al viejo o inutilizable. Independientemente de la llamada "obsolescencia programada" creada por los fabricantes, la obsolescencia física natural de los soportes digitales no pasa de los 20 años y es inevitable. ¿Qué pasará entonces con los libros electrónicos en términos de varias generaciones en el futuro?

A todo ello hemos de añadir el brutal consumo de energía de los grandes servidores que hay que mantener para la venta de libros digitales, y la terriblemente tóxica fabricación de semiconductores, necesarios para la creación de los lectores, que, entre otras materias primas, requieren Coltan, un material imprescindible para estos equipos cuya explotación está arrasando, literalmente, regiones enteras de África. El Coltan es el nuevo “diamante de sangre”, pero los occidentales, que lo necesitamos para todos estos equipos y gadgets que disfrutamos, preferimos mirar a otro lado sobre las formas en que se obtiene.

El proceso de fabricación de los lectores de libros electrónicos usa sustancias venenosas como el arsénico, o de posible escasez progresiva, como el litio (imprescindible para las baterías, y del que pronto llegaremos a un pico de extracción mundial), y la manufactura se realiza en países lejanos en los que los controles y protecciones a los trabajadores son laxos o no existen, y donde los residuos químicos se arrojan a acuíferos sin control alguno (el proceso de fabricación de semiconductores es tan o más consumidor de agua que el de papel). Además, el reciclaje de estos equipos suele terminar en un vertedero de un país del tercer mundo con los más menesterosos a cargo de su desmantelamiento, manejando componentes tóxicos. No quisiera leer un ebook fabricado por mano de obra esclava, la verdad.

En fin, no es oro todo lo que reluce; en estos tiempos es difícil retraerse a este entusiasmo un tanto infantil hacia el gadget, que confunde el medio con el objeto, la tecnología con el trabajo, la herramienta con la creación. Hace unos días en una emisora de radio de las más oídas del país se dedicó media hora a hablar de libros electrónicos. En realidad nadie estaba hablando de libros en aquel programa. Se hablaba de cacharros electrónicos, y ni se mencionó una sola novela o ensayo, ni un sólo título. Sólo aparatos. ¿Es que hemos perdido el norte?

En medio de todo este ruido mediático profundamente interesado, generado al final de la cadena, en mi opinión, por corporaciones transnacionales hambrientas por vender equipos en tiempos de crisis, los ciudadanos hemos de pedir transparencia a los fabricantes, exigir que los lectores electrónicos sean totalmente reciclables, y pedir siempre veracidad en los datos. Que los árboles del papanatismo digital no nos impidan ver la realidad.

" EL CANON DIGITAL Y LA POLÉMICA SOBRE LOS DERECHOS DE AUTOR" (Spanish)



Article. January 2011.

Don Juan Carlos Rodríguez Ibarra ha publicado recientemente un artículo titulado “Canon Digital” en el diario El País que creo merece algunas aclaraciones.

En primer lugar, Ibarra habla en su texto de la imposición del llamado “Canon Digital” a los ciudadanos. Quisiera aclarar que el Canon, además de dimanar de una norma europea, es gravado al fabricante de los dispositivos, siendo el fabricante el que repercute el coste sobre el consumidor. A lo mejor ahora la perspectiva es ligeramente diferente. Tal vez sería más conveniente reclamar a Toshiba, a Verbatim, o a Hewlett Packard que cumplan con su obligación de pagar el canon, sin trasladar el coste al usuario. Así, podríamos ver también con más perspectiva el problema y entender de una vez por todas quién es el culpable en este asunto. Si se quiere discutir la conveniencia o no del canon digital, se debería empezar por ese punto: preguntarse por qué lo repercuten los fabricantes, que son quienes deben pagarlo, al consumidor. Y por qué el consumidor no es informado de ello. Así, si un consumidor decidiera comprar sólo productos que no repercutieran el canon, tendría más libertad de elección.

Ibarra también habla en su artículo sobre páginas como iTunes o Spotify, que venden contenidos legalmente en la red, y vincula su nacimiento y existencia a la ausencia de persecución de las páginas “piratas”. Quisiera aclarar que la diferencia entre las primeras y las segundas es que iTunes, Spotify y otras como Filmin, Netflix o Filmotech detentan legítimamente los derechos de distribución de los títulos que venden, cosa que no hacen las páginas piratas, las cuales realizan labores de distribución de contenidos sin pagar por esos derechos a los legítimos propietarios de los mismos. No puede ser pernicioso para un concesionario de coches legal el perseguir a los ladrones de coches, ya que perseguir a éstos no “daña la libertad de la venta de coches”. Más al contrario, perseguir a los piratas beneficia a los vendedores legales, como Spotify.

En unos momentos de polémica y desinformación, de posiciones enconadas en un asunto tan grave como la protección de los derechos de autor (que, no lo olvidemos, forman parte de la Declaración Universal de los Derechos Humanos en su Artículo 27: "Toda persona tiene derecho a la protección de los intereses morales y materiales que le correspondan por razón de las producciones científicas, literarias o artísticas de que sea autora.") y antes de añadir ruido a la ecuación, es cuando el rigor y la información objetiva como base de la opinión devienen perentorios. El “derecho de copia” es absolutamente fundamental en cualquier sociedad, y es lo que vende, por ejemplo, una productora norteamericana, cuando cede la distribución de una película como “Thor” a un territorio como España. Es la base del derecho de autor, del derecho intelectual y del derecho industrial. Internet precisamente está convirtiendo el mundo y las industrias más punteras (y esto es lo realmente revolucionario) en gestores de derechos de propiedad intelectual e industrial; el mundo se está basando en el intercambio de esos valores intangibles en forma de torrentes de bits, software, entretenimiento, información, etc. Basar una sociedad en la anulación de esos derechos en un mundo cuyo futuro es la propiedad intelectual es llevar a un país entero al suicidio.

Según un reciente estudio del Observatorio de la piratería, en España El 95,6% de la música que circula en Internet es pirateada, el cine ronda el 84%, los videojuegos el 52,3% y los libros por el 19,7%. Creo que las cifras hablan solas.

Internet fue creada por hackers idealistas en los años 70 y se ha mantenido como una laguna legal, pero hemos visto muchas veces ya que la humanidad no parece funcionar bien con la autorregulación y las normas han aparecido también en Internet. Porque en la Red de Redes se trafica con datos, se roban números de tarjeta a millones cada día, existe el phishing, el spam, el malware, los troyanos, los sniffers, los virus, y se delinque por la Red tanto como en el mundo real. Esos delitos no deben quedar impunes.

Elio Quiroga Rodríguez es director, guionista y productor de cine. Ha dirigido los largometrajes “Fotos”, “La Hora Fría” y “No-Do”. De estos dos últimos también ha sido uno de los productores. Ha escrito “La Materia de los Sueños”, Accésit al Premio Everis de Ensayo 2004. Es ingeniero técnico en Informática de Sistemas por la ULPGC.

" DESCARGAS: VERDADES, MENTIRAS Y MALDITAS ESTADÍSTICAS" (Spanish)




 
Article. July 2010.

En semanas recientes, cuando ha surgido la polémica sobre la
posibilidad del corte a webs que alojen contenidos sin la autorización
de sus propietarios, han surgido en Internet diversas iniciativas, varios
manifiestos en pro de las libertades, y una encendida polémica en torno
al asunto. Quisiera puntualizar unos cuantos de esos conceptos que
sufro en carne propia basándome en mi experiencia personal.

España es uno de los países donde más contenidos se bajan sin
autorización de sus legítimos dueños. Esto es un hecho. En todo
occidente, bajarse películas, videojuegos, libros o canciones al ordenador,
sin el consentimiento de sus propietarios, no está bien visto.
Paradójicamente, en España sí. Un punto de partida importante sería
ir informando a la gente de que lo que hacen causa daño y perjuicios
a terceros, que no es aceptable ni bueno para nadie, ni mucho menos
inocente.

Al mismo tiempo veo surgir, en el fragor del debate, opiniones dignas
de los movimientos anarquistas de principios del Siglo XX, que abogan
por abolir la propiedad intelectual, que paradójicamente es, en mi
opinión, una de las más recientes conquistas sociales y derechos
básicos de la gente. Porque quien aboga por la destrucción de tal
propiedad olvida que los autores no son un colectivo marginal, sino
todos y cada uno de los ciudadanos de un país. Desde el momento en que
un ciudadano crea una obra, sea la que sea, ya es autor. Y la ley
protege sus derechos. Hasta tal punto que la Declaración Universal de
los Derechos Humanos los cita explícitamente en su Artículo 27: "Toda
persona tiene derecho a la protección de los intereses morales y
materiales que le correspondan por razón de las producciones
científicas, literarias o artísticas de que sea autora." Estamos
hablando, por tanto de un derecho humano básico para todas las
personas.

Como autor tengo y quiero ejercer el derecho a hacer con mis obras lo
que la ley me permite, esto es, mi derecho de Copyright, el "derecho
de copia". Puedo cederlo a un productor o distribuidor, o a una
televisión o página web, o venderlo, prestarlo, alquilarlo, o ponerlo
en dominio público, en copyleft, en Creative Commons... Pero ese
derecho es mío, y de nadie más. La actual situación hace
que miles de personas que ni conozco no me permitan ejercer el derecho
a decidir; esto es, que controlen mi vida. Ellos han decidido, por mi, que
mis obras sean de dominio público. ¿Dónde queda mi derecho a decidir?
¿Dónde mi libertad personal?

Cuando en nombre del "derecho a la cultura" se pide la abolición de la
propiedad intelectual y la legalización de las descargas ilegales
–siendo ambas cosas imposibles en un Estado de Derecho-, en realidad,
se confunde el derecho a la cultura con un supuesto "derecho" al
entretenimiento gratuito (bajarse películas, libros, videojuegos y
canciones sin pagar). Volviendo a la Declaración Universal de los
Derechos Humanos, el concepto de Derecho a la Cultura aparece en dos
artículos. El 22 reza: "Toda persona, como miembro de la sociedad,
tiene derecho a (...) la satisfacción de los derechos económicos, sociales
y culturales, indispensables a su dignidad y al libre desarrollo de su
personalidad." el 27 dice: "Toda persona tiene derecho a tomar parte
libremente en la vida cultural de la comunidad, a gozar de las artes y a
participar en el progreso científico y en los beneficios que de él resulten".
En ninguna parte se habla de derecho alguno al "entretenimiento gratuito".

Las páginas web que distribuyen el material protegido sin
consentimiento de sus propietarios no ejercen el derecho a la "copia
privada" en el caso del cine, como se afirma repetidamente, sino que
realizan distribución (de uno a muchos, una sola copia pasa a miles de
personas), algo que está reservado a unas empresas intermediarias, las
distribuidoras de cine. Estas, las legales, pagan impuestos,
empleados, seguridad social, generan empleo y riqueza. Recorren el
mundo a través de los Festivales y los Mercados del Cine buscando 
obras que distribuir y compran a los propietarios legítimos parte de esos
derechos para poder ofrecer las películas en sus territorios. Son
detentadores legales de la propiedad intelectual y de los derechos
de explotación de la misma cedidos por terceros.

Arriesgan su dinero invirtiendo en una película determinada, y si en
su país funciona, tienen beneficios. Si no, pérdidas.
Son, en resumen, empresas privadas que luchan legalmente
por vivir. Cosa que las páginas web que ofrecen esos contenidos sin
ostentar los derechos de copyright, obviamente, no hacen: ni están
legalizadas, ni dan empleo, ni pagan impuestos, ni arriesgan nada (los
propios usuarios les entregan copias de las películas, algo a lo que
no tienen derecho, nos pongamos como nos pongamos), ni por supuesto
crean nada. Son distribuidoras a todos los efectos, que manejan
material sin autorización del fabricante original de ese material.

En la Declaración de Derechos Fundamentales de Internet, una de
las publicadas en estos días en la Red de Redes, y en
el Punto 5 del texto se dice, respecto a los propietarios del
derecho de copia de un producto: "Si su modelo de negocio se basaba en
el control de las copias de las obras y en Internet no es posible sin
vulnerar derechos fundamentales, deberían buscar otro modelo." El
problema es que las copias ilegales, como he comentado más arriba,
vulneran un derecho fundamental, el de autor ya que, insisto autores son
-somos- todos los ciudadanos. El resultado es como legalizar el saqueo.
Se abunda más en el Punto 6: "Consideramos que las industrias culturales
necesitan para sobrevivir alternativas modernas, eficaces, creíbles y
asequibles y que se adecuen a los nuevos usos sociales, en lugar de
limitaciones tan desproporcionadas como ineficaces para el fin que dicen
perseguir."

He leído por ahí muchas opiniones uniéndose a este punto, abogando por
un "cambio de modelo", calificando a la industria del cine de
"fosilizada", de "acogida a modelos caducos", y que afirman que el
estado de cosas actual elimina "intermediarios" que se quedan con "el
dinero de todos". La del "modelo caduco" es otra falacia que circula
por Internet. El obtener dinero a cambio de una mercancía es la base
del intercambio económico y por tanto de la supervivencia de las
sociedades. Ese modelo no ha cambiado. El obtener dinero a cambio de
una entrada de cine o de un DVD, de una descarga legal o de un
streaming, es lo que permite sobrevivir a la industria audiovisual:
dinero por mercancía, sea esta en forma de discos o de bits. No hay
modelo que haya cambiado, sólo el soporte. Si se quiere traficar
legamente con obras protegidas, sea en streaming o por descargas, se ha de
tener la autorización de sus propietarios.

Usaré mi experiencia como ejemplo del estado de cosas actual. Yo
necesito a esos intermediarios que ahora se califican de "caducos":
los distribuidores de cine y los exhibidores, las televisiones, los
editores de DVD, las páginas legales de visionado de cine, todos
ellos, me dan de comer. Yo he tenido que producirme mis películas
hasta la fecha. Y sé lo que representa tener que gestionar asuntos que
corresponden a otros, como la web oficial de la película, el cartel,
los slogans, los trailers, el material para internet, los making of,
los EPK, los pressbooks, flyers, teasers, etc. Hasta ahora han
existido gremios especializados que hacen, por ejemplo, cartelería, y
sólo eso. Otros que publicitan las películas, eligiendo los medios más
adecuados, o que hacen trailers, y sólo trailers. Otros eligen las
salas en las que se proyecta tu película en función de los
espectadores que estén interesados en verla, de la demografía de la
zona, o de la distribución por edades del público asistente. Todos
esos gremios, y muchos otros, están siendo destruidos. Y ello lleva a
un empobrecimiento terrible de nuestro trabajo, ya que se obliga al
director o productor a ser también el gestor de la publicidad, el
creador del poster, el creador del copy publicitario, o el diseñador
de la página web de la película. De todos es conocido ese refrán que
reza "aprendiz de todo, maestro de nada". Todo esto está llevando a un
espantoso amateurismo antes inimaginable en nuestra profesión. Los
trabajos se ven tan degradados que desaparecen, y el
director-diseñador-productor-webmaster-administrador de Ebay no puede
hacerlo todo. De la misma forma, este estado de cosas obliga a grupos
musicales de valía a perder tiempo de su trabajo como músicos en
gestionar asuntos que antes hacían otros. En contra de la opinión
generalizada, no hay liberación alguna; eso esclaviza, empobrece,
reduce y apaga la luz creativa de un país. Porque competimos con
industrias que sí protegen todos esos oficios.

Esas industrias de gran calibre, como la norteamericana,
pueden lanzar su producto en todo el mundo de forma agresiva
precisamente gracias a que mantienen a esos profesionales, a legiones
de especialistas que adaptan los posters a los mercados locales, que
traducen sus películas, que gestionan en cada ciudad del mundo los
soportes para la publicidad externa, que rediseñan trailers o spots
para televisión, que crean webs especializadas, juegos promocionales,
que negocian franquicias, que redactan contratos... En resumen, la
utilidad de esos "intermediarios caducos" es cada vez más clara y
mayor.

He podido ver películas pirateadas con los subtítulos realizados en casa
por personas en sus ratos libres que han traducido mal los textos, llenado
de faltas de ortografía el subtitulado o destrozado la sutileza de un giro
irónico. Mientras, los traductores profesionales pierden el trabajo,
porque una legión de voluntarios bienintencionados pero mal informados
del daño que hacen ha decidido erigirse en subtituladores de cine.

España ha vivido siempre en una falsa ilusión de gratuidad alrededor
del entretenimiento, sobre todo el televisado. Hemos
tenido una televisión pública durante 50 años, pagada por todos
nosotros, pero gracias al paternalismo franquista nada nos indicaba
que se pagaba con nuestros impuestos. Los ingleses, por ejemplo, con
su canon por televisor, saben perfectamente cómo se financia la BBC
sin necesidad de hacer ejercicios de imaginación. Las Televisiones
Autonómicas, todas ellas financiadas con cargo también a los
impuestos, tampoco muestran a las claras ese gasto al ciudadano.
Los partidos de fútbol se emiten -aparentemente- gratuitamente
mientras los millonarios derechos que genera su emisión permanecen
"transparentes" al espectador, ya sea porque se pagan con impuestos
o mediante publicidad.

De la misma forma que muchos creen que el móvil que les regala
una operadora telefónica es gratis, sin ver que ellos mismos lo van a
pagar durante meses de contratos blindados con penalizaciones,
la gente ha creído que ver "Piratas del Caribe" en TVE es gratis,
cuando no es así. TVE ha pagado un dinero por esa película a un
vendedor internacional, y tiene derecho a un número limitado de pases
en un período de tiempo negociado. Cuando este pasa, TVE ya no puede
emitir "Piratas del Caribe" a no ser que renueve su contrato, pagando por
esa renovación. Y así son las cosas. Pero el ciudadano
parece permanecer ajeno a esta realidad, pensando que, por ejemplo,
cuando Cuatro emite la serie "True Blood", Cuatro no arriesga nada.
Sogecable, empresa madre de Cuatro y Digital Plus, ha pagado un dinero
por esa serie, que deberá amortizar en razón a los ingresos
publicitarios que genere, basados en la audiencia. Cuando una web o un
grupo de personas comparten "True Blood" en Vagos o en Emule, están
dañando a Cuatro, que a lo mejor decide no emitir la segunda temporada
de esa serie porque no es rentable en términos de share. Es importante
entender esto, que niegan muchos internautas que, como los fumadores,
se ocultan a sí mismos las consecuencias de sus actos. Bajarse una
película de una web que no detenta los derechos de copyright causa
daño a terceros, haya o no beneficio económico en ello. Y un perjuicio
medible a televisiones, a editores de Vídeo, a webs legales de descargas,
en una cadena que llega desde el videoclub a la productora norteamericana
HBO, en el caso de "True Blood". Y a lo mejor HBO, a la larga, ve que no
es rentable producir ese tipo de series, porque no recibe lo esperado
de sus inversiones. El resultado, eso que causa tanta risa a muchos
internautas, es el fin de la industria del entretenimiento. Un primer
resultado: Hollywood ha producido en 2009 un 40% menos de películas
que en el año anterior. Esta es una cifra real, y su único origen ha
sido la piratería.

La gran industria norteamericana, desesperada por el descontrol en
las bajadas de películas, se vuelve muy conservadora, reduce su
producción y sólo da luz verde a blockbusters gigantescos de estreno
mundial simultáneo para minimizar el daño. Esto implica inversiones
cada vez mayores, y sólo los operadores globales sobreviven,
aplastando los cines nacionales, al copar las salas con su producto,
negando el acceso a las mismas al producto local. El cine mediano y
pequeño simplemente desaparece, se extingue. Y les recuerdo a todos
que es ese cine pequeño y mediano el que hace historia. Ya nadie se
acuerda de "Batman Forever", un gigantesco éxito de taquilla con 360
millones de dólares recaudados en todo el mundo. Ahora mismo es
cada vez más difícil producir y estrenar el equivalente actual a "Las
Zapatillas Rojas", "Jules et Jim", o “El Espíritu de la Colmena”.
Ahora mismo no sería posible que un joven Almodóvar estrenara
"Pepi, Luci y Bom" o que un nuevo Iván Zulueta llevara a las salas
el "Arrebato" del Siglo XXI.

Así, lo que para algunos es "una conquista de libertades" no es sino
exactamente lo contrario, una sistemática destrucción de industrias
enteras, de sectores económicos completos, de profesiones, de
expertos, de campos de conocimiento. Los futuros Bergmans o Rohmers
no podrán surgir ni florecer, porque su cine será totalmente marginal,
y porque ningún productor podrá afrontar crear una película a cambio
de nada. Y no obviemos nuestra responsabilidad en ello. Cada bajada de
película, cada bajada de canción de un website que no ha sido
autorizado por sus propietarios, contribuye a un “efecto mariposa”, y es un
ladrillo más en el muro del desastre.

También se han difundido sospechas donde no las hay de que una página con
contenidos molestos podría ser cerrada usando la legislación en
ciernes, o de que mantener la neutralidad de la Red a toda costa es un
derecho fundamental. La neutralidad de la Red no se cuestiona cuando se
cierra un website de pornografía infantil. Pero sí cuando se habla de cerrar
sites que comercian con obras sin consentimiento de sus propietarios.
Es sorprendente el doble rasero que se aplica. Cuando un ciudadano
te habla de que "las webs de descarbas sin ánimo de lucro no deben
ser penalizadas" o de que “poner un link a un fichero no es un delito”,
está empezando a hablar como un abogado buscando una salida legal
a un problema moral que no quiere afrontar.

La "defensa de las libertades" es el gran tema moral que se ha usado
como estandarte estos días. En todos los aspectos de la vida cedemos
gustosamente parcelas de nuestra libertad personal en pro de no dañar
al prójimo, y de una convivencia mejor. En las carreteras, obedecemos
señales que coartan nuestra libertad, nos detenemos ante semáforos
en rojo que coartan nuestra libertad y cedemos la labor punitiva a otras
personas, la policía, que coartan nuestra libertad. Si estamos en un lugar
público con terceras personas renunciamos a nuestra libertad de fumar. 
Cedemos nuestra defensa a los ejércitos, asumiendo el riesgo que ello implica. 
Cedemos nuestra intimidad en Internet a algoritmos de cifrado que ni siquiera comprendemos, o renunciamos, por el bien colectivo, a nuestra libertad de, 
por ejemplo, llevarnos una manzana del supermercado sin pagarla.
El consenso social es fundamental en la cesión de las libertades en
pro del otro, y sin ello las sociedades se desintegrarían.

Todo es una cesión para poder vivir en sociedad. E Internet no está
exenta de los mismos problemas; creada por hackers idealistas en los
años 70, se ha mantenido como una laguna legal, pero hemos visto
muchas veces ya que la humanidad no parece funcionar bien con la
autorregulación y las normas han aparecido también en Internet. Porque
en la Red de Redes se trafica con datos, se roban números de tarjeta
a millones cada día, existe el phishing, el spam, el malware, los troyanos,
los sniffers, los virus, y se delinque por la Red tanto como en el mundo real.

No es posible que en nuestro país tengamos un conjunto de derechos y
deberes que se esfumen al conectarnos a Internet, o que, acogiéndonos al
anonimato, hagamos en Internet lo que nunca haríamos en la vida real
simplemente "porque se puede"; eso implica la destrucción de cualquier
cortapisa moral, y es terriblemente pernicioso. Esa "laguna legal
virtual" que es ahora la Red de Redes habrá de terminar en algún
momento. Porque estamos demostrando, una vez más, que no somos
capaces de autorregularnos. Y a las pruebas me remito.

"Cine, Polis y Democracia" (Spanish)



Article. May 2009.

En su reciente artículo de opinión “Despoliticemos el Cine”, Jaime
Rosales se mostraba contrario a la expresión política de las personas
vinculadas a la industria del cine, más allá del ejercicio del voto. .
Quisiera responderle como ciudadano disconforme con su tesis.
Cualquier acción que una persona o grupo de ellas emprenda en una
sociedad estará dotada de carga política. Es algo inevitable, ya que
la política es, según la acepción 9 del Diccionario de la RAE, la
“Actividad del ciudadano cuando interviene en los asuntos públicos con
su opinión, con su voto, o de cualquier otro modo”. Todo lo que
emprendamos estará bañado en política, o no será.

Partiendo de esto, si algo necesita la sociedad española es
precisamente tener una estructura de grupos cívicos fuerte e
integradora, de gentes que, más allá del acto del voto, construya y
desarrolle nuestra democracia cada día, aparte de la casta del
político profesional. Desgraciadamente, España ha carecido, por
razones que no se escapan a nadie, de “sociedad civil” y movimientos
sociales que estructuren la polis, la comunidad, hasta tiempos
recientes. Somos un país que aún no ha aprendido del todo a organizar
sus propios movimientos cívicos y en el que el ciudadano tiene un
innegable temor a “posicionarse” ante terceros, a “expresar” sus
modelos de convivencia y sus propuestas. En España no existen apenas
grupos ciudadanos, cosa que sí ocurre en otras democracias con más
solera, caso de la británica, la norteamericana o la francesa, en las
que los colectivos sociales colaboran en el buen gobierno y la
elaboración de las leyes.

No creo que, como colectivo social, la gente del cine deba callarse
sus opiniones políticas (entendiendo como “política” cualquier
opinión) “para no ofender a un cierto bando contrario”. Aquí se parte
de lo que espero sea pronto una falacia, que es la existencia de las
viejas Dos Españas irreconciliables. Creo que nuestra generación y las
que vienen debemos empezar a luchar porque esos dos bandos, siempre
tan peligrosos, desaparezcan de nuestra sociedad de una vez por todas.
Una sociedad madura puede y debe permitir expresar sus convicciones
con libertad a cualquier ciudadano. Sean estos actores, autónomos o
ingenieros, agricultores o editores, investigadores o amas de casa,
poetas, cantantes, informáticos, mecánicos, aristóctatas u obreros,
todo miembro de la sociedad tiene derecho a opinar y colaborar en el
gobierno del que forma parte. Las democracias se mantienen vivas todos
los días. Jugar al juego de la representación popular cada cuatro años
sin extender a la vida cotidiana el ejercicio de los deberes cívicos y
derechos ciudadanos transforma la condición de ciudadanía en un objeto
inane.

Una de las rémoras más castrantes que arrastra nuestra sociedad es el
miedo a expresarse, el temor a dar la opinión, so pena de ofender a un
hipotético contrario en desacuerdo con nuestras tesis.
Paradójicamente, este país nuestro se expresa a gritos, pero cuando
hay que posicionarse en cosas realmente importantes, calla. Esa
ausencia de debate real e integrado en todos lados de nuestra sociedad
se extiende desde los colegios (en otras democracias los alumnos
participan en debates sosteniendo tesis y antítesis en sus argumentos,
defendiendo aquello en lo que creen y luego aquello que repudian, para
aprender a ponerse en el lugar del otro; aquí nadie enseña a los críos
a construir un debate y desarrollar sus propias tesis), pasando por
los medios de comunicación (en Estados Unidos o Reino Unido, en los
canales televisivos públicos y privados es tradición el debate
político matinal, considerado como un servicio público; aquí un
“debate” televisado es cualquier cosa menos eso, salvo honrosas
excepciones) hasta la vida política en general (raramente el trabajo
legislativo trasciende a la sociedad, las iniciativas populares son
ignoradas sistemáticamente, y la condición de “inexpugnables” de los
parlamentos, especialmente los autonómicos, frustran a muchos
ciudadanos con iniciativa).

No es fácil intentar algo así, ya que parece existir una terca
insistencia de contribuir a un enconamiento entre los ciudadanos de
consecuencias imprevisibles. Uno de los primeros pasos a dar es
librarnos del yugo del “o conmigo o contra mí” tan nuestro, y que nos
ha traído tanto sufrimiento a lo largo de nuestra historia.

Ponerse en el lugar del otro, respetar la opinión opuesta, buscar
puntos de acuerdo, negociar y consensuar, son las bases que crean
cualquier discurso democrático maduro. Por eso precisamente creo que
todos tenemos la obligación de dialogar más, de tender más manos, de
abrir más puertas. Seamos cineastas o no. Dejar la democracia reducida
a un ritual cada cuatro años no es la mejor manera de defenderla, es
vaciarla de contenido.

"La Competencia Imposible" (Spanish)




(Article in Spanish, originally published in El Pais, september 2009)

Internet está cambiando nuestras vidas tan rápido que no solemos pararnos a reflexionar en ello. Hasta que lo sufres en tu propia carne.

Estaba buscando por Internet críticas de mi última película, "No-Do", un film de terror, en Polonia, donde se distribuye desde hace un par de semanas. Inesperadamente, Google me devolvió 10 páginas de archivos con nombres como "No-Do DVDRip". Se trata de copias que la gente puede bajarse a sus casas. Esto es: haces una película, alguien hace una copia de ella sin que lo sepas y la pone accesible en Internet. Ello permite a millones de personas tener tu película en sus discos duros domésticos y poder verla gratis.

No-Do” ha salido en alquiler en España hace unos días, y es normal que a partir de la edición en DVD las copias en internet proliferen. Puedes ver en tiempo real la cantidad de copias que la gente se está bajando. Treinta mil en un sitio, cincuenta mil en otro... Cuando vender cuatro mil DVDs de una película española es un éxito.

En España hacemos cine independiente. Nos pagamos los websitesoficiales de nuestras películas, ponemos nosotros mismos los trailers en Youtube, mantenemos páginas en Facebookpara que la gente conozca la película, y en resumen hacemos toda la publicidad vírica que podemos. Encontrarte algo así en Internet es agridulce. Por un lado, te enteras de que hay mucho interés en tu película, y es una oportunidad para que mucha gente que se la perdió en el cine pueda echarle un vistazo. Pero también sabes que esas copias están realizadas sin tu permiso y no verás ni un Euro de ellas.

Hace un par de años vivimos un caso similar con "La Hora Fría", mi segundo largo como director, que he producido, como “No-Do”, con Margaret Nicoll. Ella me avisó un buen día de que habían aparecido decenas de copias de la película en Internet. Calculamos que se ha descargado un millón veces en todo el mundo. Aunque se ha vendido a 15 países, los mercados han encogido tanto por las descargas que los distribuidores locales todavía no han recuperado sus inversiones.

No quiero entrar en debates. En todo el asunto de las descargas hay opiniones encontradas, y no soy quien para opinar sobre lo que nadie se baja a su disco duro en la intimidad de su hogar. Pero hay que hacer algo. Somos el segundo país del mundo, tras China, en descargas realizadas sin el consentimiento de sus propietarios ¡con una población 25 veces menor! Tenemos que encontrar un punto en común entre todos; entre el legislador, el ciudadano y el proveedor de acceso, entre el principio de neutralidad de la red y el de legalidad, entre el derecho de copyright y el de difusión de la cultura. Creo que también falta la opinión de los ciudadanos, la gente que se baja las películas, al respecto.

En España estamos pasando una crisis muy dura. Somos un país pequeño que no ha podido o no ha sabido convertirse, salvo contadas excepciones, en potencia tecnológica ni de investigación. Dentro de los nuevos modelos económicos que nos harían competitivos están la producción de software, la creación de contenidos y conocimiento, el audiovisual, y en resumen la propiedad industrial e intelectual. En cambio somos uno de los países que menos protegen esa propiedad. Parecemos incapaces de defender una de las pocas industrias que podría darnos un valor competitivo en el mundo. Ciudadanos, legisladores, jueces, operadoras, servicios de alojamiento de archivos, productores, creadores... tenemos que entendernos o pronto no habrá industria que defender.

El mío es un caso diminuto en un océano, pero piensen en la industria española del videojuego. ¿Cómo podrán afrontar un coste de millones de euros para producir un título que va a ser bajado masivamente sin contrapartida económica?

Cuando sabes que tu producto funciona, pero no puedes recibir el beneficio que justamente te corresponde, algo muy básico está fallando.

Exposición abierta hasta julio.

Mi exposición fotográfica "El Risco: la montaña habitada" sigue abierta hasta julio en la Sala MAPFRE Ponce de León,  C. Castillo,...