Hace unos días escribí
un email en una lista de correo a mi amigo Enrique Mateu, y le
comentaba algunos asuntos. Amplío aquí aquel texto porque creo podría ser interesante.
No hace mucho leí que
estos tiempos serán recordados por las generaciones futuras como “el
tiempo del triunfo de la codicia”, y me temo que así es. Domina la
sociedad en la actualidad el miedo a perder, el deseo a ganar a toda costa; se premia
al ambicioso y al psicópata social. Se castiga al simple trabajador
que sólo quiere hacer las cosas bien, al artesano y al honesto. Se premia la especulación y la agresividad neoliberal.
En otros países, sobre todo
en los que tienen raíces democráticas más profundas, este estado
de cosas puede ser combatido desde la sociedad civil de forma organizada, y
mediante los recursos que una sociedad bien vertebrada posee. Pero en el nuestro,
corrompido desde tiempos seculares por conchabeos de amigos y
familiares, infestado de redes clientelares en las que unos colocan a
otros y se deben favores cruzados, en los que unos saben demasiado de los otros, es mucho más complicado intentar
mejorar las cosas.
Creo, no obstante, que
ha llegado el momento de que triunfe la gente, la buena gente que
lleva peleando toda su vida para tener una vida decente, contra todos
los obstáculos, y de forma honesta, que es la manifiesta mayoría de
nuestra sociedad, y que ahora, además, tiene al enemigo en su propio
gobierno: a una casta de ambiciosos y tontos incapaces de comprender
el daño que hacen a las vidas de la gentes. Si estos tipos que nos
gobiernan fueran conscientes de lo que hacen y tuvieran unos valores
humanistas adecuados, no podrían vivir así, y saldrían a la calle
a cambiar lo que han hecho, y a pedir perdón. El hecho de que estén tan tranquilos me
reafirma en el poder de los sesgos cognitivos, las falacias, el
prejuicio y la mentira piadosa, o bien de una completa idiocia y
vileza.
El otro día en un
debate en la cadena televisva Cuatro, Inocencio Arias, ex viceministro, ex embajador, ex portavoz de Exteriores, alguien
“respetado” en muchos círculos y reconocido intelectual,
contertulio, experto y editorialista político, afirmaba tan
tranquilo que había “mucha” gente inmigrante que hacía fraude en el paro
porque trabajaban en negro. Cuando se le preguntó en qué cifras o
estadísticas se basaba para respaldar tales afirmaciones, respondió tan tranquilo que “él lo había
visto”, y que “no necesitaba cifras para saberlo”.
Esta suma de
ignorancia estadística, soberbia y superstición para mi es
inefable. En una sola frase don Inocencio sumaba decenas de falacias
intelectuales a borbotón, como el pensamiento mágico o el uso de la
excepción como categoría. La lista de falacias a las que un adulto
se enfrenta en su vida intelectual es enorme, pero don Inocencio
mostró en un par de minutos, de las que recuerdo, barbaridades como
la falsa vivencia, la generalización apresurada, la inducción
errónea, el sesgo de simetría, la afirmación del consecuente,
argumentando a partir de la falacia y por tanto partiendo de un
discurso inválido.
En el plató de Cuatro, dentro del
programa que
suele presentar Jesús Cintora, nadie le discutió ni una palabra a
don Inocencio. No sé si por temor o porque los invitados, esos
todólogos que, siempre los mismos, hacen teatro pero no debate en
tantos platós hoy en día, ni se enteran del significado de los
términos a los que me estoy refiriendo -no entro en esto, pero creo
que los falsos programas de debate que vemos estos meses en TV hacen
un daño espantoso; no se debate, sino que se enfrentan consignas. Se juega
con cartas marcadas, y representantes de
lobbies poderosos son enviados a
destruir los argumentos de la gente que tienen delante. ¡El
problema, tal vez porque en este país no hay clases de debate en los
institutos ni colegios, es que la nación entera parece creerse que
ESO ES DEBATIR!-.
Volviendo a don
Inocentio, el pobre hombre demostró ¡sin siquiera percatarse de ello! su incapacidad completa no ya de
generar ideas coherentes, sino de siquiera tener los rudimentos
intelectuales básicos para COMPRENDER EL MUNDO. Y algo así de grave me parece
intolerable en un político en ejercicio, o no, en una persona con
tirón mediático, un supuesto intelectual, y no es más que un
ejemplo de incapacidad de entender la realidad y sus complejidades.
Este tipo de estupideces ha hecho que en otros períodos de la
historia se haya expulsado a pueblos enteros de territorios en los
que vivían porque “tenían la nariz ganchuda”, por poner un
ejemplo que nos queda muy cerca y en el que se basó la formación el
Estado Español. Un señor como Inocencio Arias demostraba en un
ratito televisivo estar incapacitado para, no sólo ocupar un puesto
de responsabilidad, sino ni siquiera para participar en la redacción de
ley alguna, y mucho menos participar en un coloquio televisivo civilizado. Don Inocencio, guárdese esas cosas para el bar, pero no para cuando habla ante una audiencia de televisión. Y si no capta la diferencia entre los dos escenarios, creo que no hay más que hablar.
En el otro lado, hace unos días
en la SER, mientras dos o tres tertulianos
profesionales ponían a parir a la formación política Podemos de
forma sistemática, un chico llamó y puso las cosas claras, diciendo
que ya estaba bien de que en todos aquellos programas, opinadores pagados
por intereses bien claros tuvieran voz constantemente y jamás se le
diera oportunidad de hablar a un votante de aquel o de cualquier otro
partido, a un ciudadano que no está a sueldo de nadie, y que seguro que tenía más cosas que decir y mucho más
interesantes que las de los previsibles contertulios que
dominan la radio española.
En resumen, las cosas
pueden estar cambiando, poco a poco, la gente está harta de no tener
voz y de que encima le hagan comulgar con ruedas de molino. Los viejos políticos están tán pagados de sí mismos que son incapaces de entender siquiera el problema.
Hay
esperanza. Pero los viejos tiempos y sus viejos están ahí todavía. Y voy a llamar viejos a los
contertulios a sueldo, a los bienintencionados que no se dan cuenta de su incapacidad como Inocencio Arias, y a decenas,
cientos, de periodistas, ideólogos, e incapaces que no hacen más
que añadir ruido a algo que debería de ser un debate sano, limpio y
veraz entre ciudadanos: cómo hacer mejor este país y cómo seguir
adelante con los retos que se nos vienen encima.
Estamos hartos de puñados de tontos mirando el dedo mientras les
señalas la luna.
La foto con la que he ilustrado este texto la he obtenido de esta url, y la utilizo acogiéndome al derecho de cita bajo supuesto de fair use.