En 1999 pasé una larga tempora en
Mallorca, trabajando en un proyecto de ciencia-ficción que no llegó
a cuajar, en la empresa ArtBit, que entonces era puntera en la
animación de personajes CGI en tiempo real. La experiencia fue
fascinante. También recuerdo ver mucho allí Discovery Channel, que
entonces estaba en el paquete de Digital Plus. Así que tengo un
recuerdo de cómo era entonces la programación de aquel canal;
documentales de naturaleza, historia, divulgación, mucha producción
propia, material entretenido y bien producido.
Hoy ver Discovery Channel (y otros,
como History Channel o Biography Channel) mueve al espanto. Sobre
todo el primero, encarnado en Discovery Max en la TDT, que se ha
llenado de realities de subastas, embargos, cárceles, tatuadores,
tuneadores de motos y coches, etc.
Vale que el reality show haya tomado las
riendas de la producción televisiva, y que en un movimiento pendular
que sin duda regresará por sus fueros en el futuro, ahora está por
todas partes, pero es triste enfrentarse a lo que eran canales de
divulgación con un cierto prestigio de rigor y ver en lo que se han convertido. Pasa lo mismo en
National Geographic Channel y otros canales de similar pelaje. La
marea parece arrastrarlos a todos. Y no hablemos de otros canales, ya más generalistas, como MTV, vendidos a la zafiedad hasta tal extremo caricaturesco (los
“Wherever Shore” y su sosias castellano) que se aproximan a las
pesadillas distópicas narradas en series como “Black Mirror”
(Episodio 2 Temporada 1ª, “15 Million Merits” o películas como
“Idiocracia” (“Idiocracy”, Mike Judge, 2006)).
Pero es que la cosa va a peor. Los
realities en los canales que antes eran “de documentales”
compiten en cual es más agresivo u ofrece los detalles más escabrosos. Uno
de ellos nos invita a ver la fauna que pasa por una comisaría en Las
Vegas cada noche: borrachos, prostitutas, ladrones y demás almas perdidas llenan el programa. Otro convive con los guardias y prisioneros de
una cárcel de alta seguridad absolutamente infernal. Un tercero nos muestra cómo un enorme
señor que vive de dinamitero hace estallar cosas al grito de “¡Boom,
baby!”, o a buscadores de oro luchando como fieras por unas pepitas. En general, todo se estructura en una parrilla diseñada
para débiles mentales llena de lo peor de la sociedad, repleta de
explosiones, ruido y furia. En eso se han convertido los canales de
documentales.
Bien, son los requerimientos del
mercado, y bla bla bla, y no tengo nada en contra de los realities
(muchos documentales interesantes se han realizado mediante esta
técnica; por poner un par de ejemplos puedo citar “The 1900 House”
o “Airport”) pero se están alcanzando cotas de envilecimiento
que no hubiéramos soñado hace poco. Y no me refiero sólo a las
series realities dedicadas a destiladores de licor, magos de guante
blanco, timadores o hillbillies urbanos. Me refiero a algo más, a
documentales que son pura y simplemente mentira.
Se han estrenado recientemente dos
ejemplos de esto. Uno, “Sirenas” (“Mermaids: the body found”.
Syd Bennet, 2011) , en Discovery, y el otro, “La Isla del
Apocalipsis” (“Armageddon: Apocalypse Island”, 2010), en
History Channel. El problema de estos dos productos es que son
ficción. Pero en ningún momento se explica al espectador que lo
son. Eso equivale a mentir. En el caso de los espectadores menos
avisados, el daño que se les puede hacer es considerable ¿En qué
momento un canal de documentales ha perdido tanto el norte que
difunde falsos productos de documental? ¿Cuándo se permitió el
acceso de charlatanes a estos canales?
Y eso por no hablar de otro subproducto, éste reality, en boga, las “series de cazafantasmas” (“Ghost Hunters
International”, (2008-), “Ghost Hunters” (2004-), etc.)
Tenemos otro excelso y vergonzoso
ejemplo, esta vez patrio, en la serie de J. J. Benítez “Planeta Encantado” (2003),
un trabajo de ficción que pasaba por documental, producido por y
emitido en TVE sin que en ningún momento fuera identificado como
ficción. No me parece bueno, en este caso, que ese tipo de desinformación salga de
los impuestos de los ciudadanos. Aunque otras televisiones (las
privadas) también recurren a esta ficción “documentalizada”, o “sazonada
de realidad” como producto de entretenimiento, caso del progama de
la cadena Cuatro “Cuarto Milenio” y, bueno, en ese caso es una
televisión privada, pero de nuevo, no sé si es lo mejor tratar
asuntos ficticios con ese tono de realidad cuando Cuatro administra la
concesión de un bien público, una frecuencia de emisión; eso
también tiene que suponer una cierta responsabilidad social.
Volviendo al asunto, programas como “Sirenas” y “La
isla del Apocalipsis” suponen un peligroso precedente. Un canal de
documentales funciona con un prestigio “de ofrecer realidad” que se ha ganado a lo largo de los años,
algo que el espectador da por descontado, suponiendo que está en un entorno honesto. Este
marchamo, cuando ese canal emite ficción disfrazada de realidad, lleva a
confusión en los espectadores. Me ha pasado ya un par de veces que
personas cultas y perfectamente informadas han tomado los productos
que he citado como reales, y he tenido que sacarlas de su error. Al
ocurrir esto, se sienten traicionados. Un canal televisivo del que se fiaban,
del que esperaban al menos, no rigor histórico, pero sí veracidad,
les miente. Es muy difícil recuperar ese prestigio traicionado. Y ahí va mi pregunta a los directivos de esas cadenas: ¿De verdad vale la pena?
La ilustración pertenece al libro de Gustave Doré ", Two Hundred Sketches Humorous and Grotesque, que se puede encontrar en el Proyecto Gutemberg, y está en Dominio Público. http://www.gutenberg.org/files/14550/14550-h/14550-h.htm