domingo, 27 de enero de 2013

Absolutismos




Es difícil encontrar un ejemplo similar en países de nuestro entorno que nos pueda orientar sobre lo que está pasando en España en los últimos años. Una generación de políticos, y décadas -siglos- de legislación, modos y formas, muestran su inoperancia y lo que es peor, revelan un Estado que parece no saber funcionar sin opacidad, corruptelas o redes clientelares. Es a lo que se ve un problema transversal, de todo el sistema político, social y empresarial español. Un sistema al que no viene bien la transparencia o el Imperio de la Ley, que ha sobrevivido así durante generaciones y que se resiste a ser modificado. Lo peor de todo es que afrontar los cambios imprescindibles para que la situación mejore es un proyecto titánico, ya que a poco que se profundice en legislación y normas locales, todo el entramado político y económico de servidumbres está ahí. Habría que parar el país, replanteárselo de arriba abajo y empezar prácticamente de cero. España no puede sobrevivir en su estado actual, con connivencias inconfesables entre los estamentos público y privado, y con una élite gubernamental que vive, no ya de espaldas, sino literalmente en contra de su ciudadanía -los ejemplos del agresivísimo comportamiento actual del gobierno autonómico de Madrid respecto a los conflictos en Sanidad, Educación, TeleMadrid, etc. son palmarios-. Todos los indicadores de calidad democrática están en rojo, la ciudadanía carece de vehículos reales para interactuar con los próceres que controlan el país desde los Parlamentos y éstos son controlados de forma opaca por cabilderos al servicio de oscuros intereses.

Ha llegado el momento de pararse, mirarnos unos a otros y decidir si este es el país que queremos, un país legislado con una maraña inextricable de reglamentos locales, autonómicos y nacionales, soportado con leyes nacionales decimonónicas parcheadas a lo largo de los años, que mantiene privilegios y castas intocables, donde la participación ciudadana en la vida política es una entelequia y que es dirigido por una oligarquía profundamente ágrafa (esa es otra característica de la política española que no me canso de subrayar: la tremenda ignorancia del cargo político medio, su ausencia de mérito previo) que ni entiende los problemas que genera ni comprende las consecuencias de las obras legislativas que acomete (en este sentido el gobierno actual parece empeñado, a golpe de decreto ley en batir algún ignoto récord de legislación impermeable al debate, improvisada y ciega a todo lo que no sea el prejuicio ideológico, y eso es tremendamente peligroso).

La situación empeora de día en día, en mitad de una tempestad de recortes intensos en zonas que debieran ser axiomáticamente intocables para cualquier gobernante cuerdo, mientras se mantienen privilegios de casta intolerables, y se perpetúan situaciones insostenibles a costa de unos ciudadanos a los que a la vez se condena al paro o al desahucio, y se le ahoga a impuestos, directos e indirectos, intereses de demora y un sinfín de obligaciones que serían difícilmente aceptables incluso en los años previos a la crisis, a cambio de una progresiva depauperización de los servicios que los impuestos financian.

Al final el resultado es una acción legislativa ciega, y zigzagueante, a cargo de personas que parecen no comprender que si recortas en áreas básicas que conforman el tejido social, subes impuestos y sanciones sin tino, penalizas el ahorro y liberalizas el despido, como resultado tienes a tu país a punto de caer por el abismo en un tiempo récord (es asombroso ver el BOE y comprobar cómo, sistemáticamente, se están tomando las peores decisiones en contra de toda evidencia): sólo cabe explicarse que el Gobierno trabaja para algún grupo minoritario que quiere mantenerse a toda costa debajo de la máquina de fabricar monedas con sus sacas abiertas, y se aplica a fondo en esa tarea. Pero no está trabajando, creo, para los ciudadanos que les votaron y los que no, ya que para ambos gobiernan. Un gravísimo error. Esos pocos grupos de presión no levantan un país, generalmente hacen lo contrario.

Se ha de hacer algo, y ya. No caben medias tintas. O se replantea el país, o el país se aniquila, y los generadores del desastre, que para nuestra desgracia es una casta enquistada en el poder por generaciones, parecen no querer comprender la realidad que les rodea y su complicidad en la situación. A esto no ayuda una prensa que trabaja para intereses espúreos que ha dejado a un lado su labor social de investigar y revelar la verdad y como resultado quienes deciden sobre el futuro del país viven sumergidos en autoengaños ideológicos. Y eso es terriblemente peligroso. Porque la realidad no se contiene mirando hacia otro lado, y así no se puede plantear el futuro en un momento crítico para el país. Insisto: se están tomando las peores decisiones en el peor momento posible.

Entre esas decisiones desastrosas se están destacando algunas especialmente destructivas, que dañan la imagen del país en el mundo y desmoralizan a la ciudadanía, como lamentables casos de corrupción de largo alcance (es asombrosa la extensión que está demostrando la corrupción en España) a los que se responde mirando al techo o asombrosos indultos, que transmiten un lamentable hedor de extendida impunidad entre la gente honrada, uno de los ácidos más corrosivos para la cohesión social que se conocen, capaz de desintegrar sociedades y civilizaciones. Cientos de miles de familias desahuciadas, de parados, de autónomos que cierran sus negocios desesperados e impotentes, miran hacia el Estado y sus Instituciones en busca de una respuesta, recibiendo indiferencia, o en el peor de los casos, bofetadas. Y todo ello en connivencia con grandes empresas, grupos mediáticos y cabilderos, todos tercamente insistiendo en negar la realidad, la peor de las formas posibles de afrontar una crisis.

Cuando algo o alguien les ponga de patitas en la calle (y ojalá sólo sea eso, y ojalá sea por las urnas, y ojalá esto no estalle antes de forma lamentable, pues los ciudadanos están entre la espada y la pared) se preguntarán por qué pasa lo que está pasando y se rasgarán las vestiduras, escandalizados, inventando enemigos, que no son sino ellos mismos al otro lado del espejo, una casta política que no comprende que ellos son el problema. Será un rasgo más, éste terminal, de la situacón imperante. Ojalá salgamos de esta. Pero hay que cambiar demasiadas cosas y cada vez queda menos tiempo.

Está claro que el sistema está implosionando. Cualquier observador con una mínima inteligencia puede ver los síntomas de un enorme edificio que se contruyó sobre cimientos débiles y que se lleva apuntalando demasiado tiempo. Está a punto de derrumbarse. Esperemos que el ocaso de esta forma de hacer política no cause más daños.

La ciudadanía no puede pedir menos, han sido educados durante generaciones en una forma de ver el mundo heredada del catolicismo nacionalista del franquismo, que a su vez perpetuó el modelo de los monarcas absolutistas y éstos de los señores feudales. Mientras en Francia cruentamente el Padre, simbolizado en Luis XVI, era asesinado por un pueblo que acababa así con su edipo personal y tomaba las riendas de su existencia, ocurriendo de forma similar en otras naciones del norte europeo, Reino Unido y sus Colonias, España se mantenía perpetuando unas formas que ya estaban caducas en el Siglo XVIII, pero que explican muchas cosas de nuestros días, entre ellas la existencia de un pueblo enfrentado artificialmente a un enemigo imaginario, que es “el otro” (sea este el rival político, el enemigo de otra autonomía, o el rival futbolístico) incapaz de unir fuerzas, que sólo se mide en contra de alguien (un recurso utilísimo este del “divide y vencerás” que además asegura una alternancia en el poder que mantiene el status quo sin más preguntas), sobre el que gravitan unas castas autoritarias dominadas por el culto al dinero por encima de todo, en las que el meritoriaje no existe, sino la cuna y la recomendación decimonónica, hundidas en generaciones de deudas clientelares en una suerte de cosa nostra de baja intensidad, grandes conglomerados de empresas aparentemente modernas gracias a los manos del marketing pero en realidad gestionadas con modos caducos y dictatoriales, generalmente nacionalizadas tras haber sido construidas con cargo a los impuestos ciudadanos y vendidas al mejor postor cuando se terció, y en resumen, generaciones de minorías dirigentes que sólo saben vivir desde el absolutismo, manteniendo su cordura con un uso de la religión oficiosa (pero oficial) del Estado en forma de ritual con mantillas y peinetas que ya carece de todo significado excepto para los estratos más humildes. El modelo español estaba finiquitado en 1929, y ahora agoniza tras más o menos un siglo de mantenimiento artificial, entubado por padres autoritarios de la patria que se mantuvieron al mando a sangre y fuego y sus herederos morales y reales. Probablemente si Juan March hubiera elegido bando de forma diferente (no hubiera sido extraño, hubiera sido una decisión tan racional como la que sufrimos) ahora viviríamos en un país diferente, pero este es el que tenemos. Y o ayudamos a reconstruirlo, porque esto es una reconstrucción, o no vamos a ninguna parte.

A peculiar galaxy near M104

Publicado en Revista Mexicana de Astronomía y Astrofísica, Vol. 59, número 2. P.327. Este es el link.