Maxwell y mi tío Domingo
(Article)
Domingo Rodríguez Sánchez
Leyendo una amena biografía de James
Clerk Maxwell1,
he llegado a un capítulo sobre su infancia en el que el autor habla
sobre la incipiente ciencia en Inglaterra en los años de infancia
del científico. En aquellos años, mediados del Siglo XIX, todavía
no existía el concepto de “físico” o “químico” como lo
tenemos ahora. Los científicos se llamaban a sí mismos “filósofos
naturales” y su actividad estaba poco reglada. A no ser que
tuvieras un puesto de responsabilidad en una importante institución
cultural o universidad, si querías ser científico tenías que
aplicarlo como hobby a tus ratos libres. De esta manera, las
familias bien situadas contaron entre ellas a científicos de
renombre, pues la holgura económica les permitía desarrollar estas
actividades. Pensemos que de esto hace apenas 180 años. La historia
de la ciencia, tal y como la conocemos actualmente, es muy corta.
Una de las razones por las que España
ha sufrido un retraso secular en este aspecto de la cultura universal
aparece como corolario de la vida en la Inglaterra del XIX. Algunos
científicos eran clérigos, dado que la libertad de la que
disfrutaban era mucha y disponían de tiempo libre para investigar.
Esto era imposible para sus coetáneos españoles. En nuestro país
la inquisición gozaba de excelente salud y era un guardián de las
ortodoxias bien temible, amordazando y ahogando cualquier intento de
avance al respecto. Contradecir las Escrituras seguía siendo fuente
de potenciales problemas para un ciudadano de aquellos años. Hablo
de mediados del Siglo XIX.
Al mismo tiempo las castas
privilegiadas españolas no gozaban de la suerte de sus sosias
sajones; ahogados por la dictadura moral católica, se mantenían tan
impotentes como los propios clérigos para permitirse el lujo de
tener como entretenimiento la “filosofía natural”. Claro que
hubo excepciones, pero es un hecho que algo hizo que nuestra gente
viviera en un retraso científico que aún pagamos a diario. Hoy
mismo la iglesia católica sigue inmiscuyéndose en la vida civil de
la sociedad española y se le consiente. En otras latitudes se puso a
la iglesia en su sitio, no sin dolor, y han ganado con el cambio.
También está la escasa educación del
pueblo llano. La escuela para todos fue un invento del Siglo XX en
España, mientras que en la Europa del Norte las condiciones para que
los nuevos ciudadanos se formaran eran mucho mejores. La instrucción
popular, ambición de las repúblicas españolas, trajo frutos muy
interesantes, con una fructífera generación de grandes científicos,
demostrando que los pueblos, a poco que se les forme y otorgue el
regalo de la libertad de pensamiento, crecen espiritualmente a una
velocidad asombrosa. También aquello ayudó a que en España
existiera una mayor permeabilidad social, otra asignatura pendiente
para todos.
En una realimentación sana que se
transmite de generación en generación, las sociedades más libres
apoyan a sus hijos más sobresalientes, y se les ayuda a progresar;
la sociedad de une en esa tarea, permitiendo a los que pueden ver más
lejos, auparse sobre sus hombros. El consejo de un familiar ante la
brillantez de un sobrino o primo para que se apoyen sus estudios
tiene diversas respuestas en cada nación, es algo que depende de
muchos factores, pero en España no era fácil que un hijo
especialmente dotado pudiera florecer en una sociedad clasista y
post-feudal como fue la nuestra hasta principios del Siglo pasado (en
algunos aspectos aún lo es).
Mi tío segundo, Domingo Rodríguez Sánchez, nacido en 1929 de una
familia modesta en el pueblo de San Mateo en Gran Canaria es un buen
ejemplo de cómo la permeabilidad social hace florecer las naciones.
Su tío Domingo Rodríguez Tejera, represaliado por la dictadura, y maestro en el
mismo pueblo, intuyó en el joven unas cualidades sobresalientes como
estudiante e instó a sus padres a que le pagaran todos los estudios
que fuera necesario. La familia se unió para conseguirlo. Domingo
mostró enseguida inclinación por las ciencias biológicas y llegó
a dirigir investigaciones punteras en microbiología y bioquímica2.
Una inesperada enfermedad se lo llevó a la temprana edad de 53 años.
Formar a un científico lleva muchos
pasos que el azar o los cambios inevitables de la vida pueden
desbaratar. Sin Domingo Rodríguez Tejera no hubiera nacido para la ciencia Domingo Rodríguez Sánchez. Desde aquella intuición que llevó al consejo hacia la familia del maestro Domingo ante aquel
sobrino imaginativo e inteligente, pasando por los institutos,
facultades e instituciones por los que pasó, el peregrinaje de
Domingo Rodríguez Sánchez, como el de generaciones de hombres de
ciencia, está jalonado de esos actos que las sociedades más
evolucionadas favorecen y que las que lo son menos olvidan, y que se
resumen en una frase: cuidar a los hombres y permitirles crecer el
libertad.
Mi tío segundo es un ejemplo luminoso,
como podrían serlo, a otra escala, Blas Cabrera o Juan Negrín (olvidado como
excelente investigador médico). En todos estos casos, excepciones,
brillantes canarios de diversas extracciones pudieron contribuir con
su creatividad al avance científico y a mejorar las vidas de todos.
Pero son eso, casos excepcionales en unos años eminentemente
oscuros, en los que, de forma inédita en un estado europeo, una
religión tomó el poder sobre cuerpos y almas de los ciudadanos y
amordazó a generaciones de ciudadanos.
Otro ejemplo de la “mala plaga” que
los españoles llevamos con nosotros en forma de crucifijo católico
es que hemos contagiado esa enfermedad a todos los Estados que
ganaron la independencia de nuestro yugo. Herederos del oscurantismo
católico, mantienen con España ese extraño y triste récord de una
completa ausencia de descubrimientos científicos señeros en sus
Historias. Salvo, como siempre, contadas excepciones.
Volviendo a la biografía de Maxwell,
resulta sorprendente cómo en la sociedad británica de su época se
favorecía ese amor universitario al descubrimiento y a las
preguntas, a cuestionar lo establecido y a desarrollar nuevas ideas.
Este espíritu que reinaba en las Islas Británicas en aquellos años,
que permitía que científicos sin formación académica como Faraday
pudieran ser escuchados en instituciones como la Royal Society3,
no cabía en la España contemporánea, en la que aparte de la
ausencia de instrucción popular (en Inglaterra se intentaba en
aquellos tiempos que los jóvenes tuvieran la adecuada instrucción
independientemente de su cuna) el reinado del terror de la
Inquisición mantenía firmes a los españoles, como velas, y les
impedía mirar a su alrededor para hacerse preguntas. Hacerse
preguntas en España entonces era peligroso. Esa forma oscura de
pensar no despareció con la eliminación de la Inquisición. Nuestro
país lo ha sido de siervos y amos, de señores feudales que fueron
sustituidos por orgullosos caciques, hidalgos y reyes absolutistas, y
por un férreo régimen dictatorial a lo largo de casi la mitad del
siglo pasado, todos ellos élites dominantes sobre ciudadanos sin
instrucción. España en muchos aspectos, con su mezcla de
oscurantismo y feudalismo, ve reflejado en importantes indicadores,
como al que me refiero en este texto, el desarrollo de carreras
científicas, su estado de indecisión como nación al respecto4.
Los actuales recortes a la ciencia no son sino
otro reflejo de ese estado de cosas.
In Memoriam de Domingo Rodríguez Tejera
1 The Man Who Changed Everything: The Life of James Clerk Maxwell [Basil Mahon]
2
“Sus resultados aparecen publicados en una treintena larga de
revistas nacionales y
extranjeras. Como anécdota señalaré que, en 1961, sus datos
contribuyeron a
definir científicamente las milagrosas propiedades del tan famoso «hongo
del té» de aquella época. La biosíntesis de ácidos grasos en
Peptostreptococcus elsdenii
(especie anaerobia muy vinculada a las investig'aciones de
uno de sus profesores ingleses) y diversas actividades enzimáticas
de especies
microbianas tan distintas como Vibrio, Pseudomonas, Aeromonas, Candida
y Debaryomices recibieron su personal atención científica durante bastantes
años. Cabe destacar su labor en el descubrimiento, purificación y ensayo
de un péptido con marcada actividad antimicótica : la
debariocidina. Con
su equipo de investigación desarrolló una gran labor en el campo de
la Ecología Microbiana, particularmente en lo relativo al estudio
de biocenosis naturales,
llegando a definir —mediante cultivos continuos de poblaciones mixtas—
algunas interacciones «depredador-presa» entre bacterias y protozoos.
Estudios de este tipo han permitido corregir contaminaciones
fluviales y
agrícolas ocasionadas por diversos efluentes industriales del
sector petroquímico.
En los dos últimos años, su preocupación científica se centra ba
muy particularmente en problemas de inmunogénesis”
("In Memoriam, Domingo Rodríguez Sánchez (1929 - 1982)", A. Portolés, “Microbiología Española”, Volumen 35,
1982, CSIC)
3Se
intentó crear una Sociedad Científica en España durante el siglo
XIX, a imagen de la Royal Society, el Real Gabinete de Historia
Natural. Se estaba construyendo el edificio que la albergaría en
Madrid cuando el rey Fernando VII decidió que prefería dedicarlo a
otra cosa. Actualmente aloja al Museo del Prado.
4Sería
interesante plantear un estudio que permita comparar asuntos como
las asignaturas impartidas, el número de alumnos por Universidad,
el nacimiento de la libertad de cátedra, la cantidad de ciudadanos
con formación en función de su clase social, etc. en España en
los siglos que supusieron en el resto de Europa el inicio de la
Revolución Científica, con los países que fueron su estandarte,
curiosamente, aquellos en los que la Reforma tuvo más influencia,
llevando a los católicos a un estado de cuasi aislamiento
contrarreformista. También comparar las biografías de los grandes
nombres de la ciencia desde el siglo XVI al XIX, su extracción
social, etcétera nos ayudarían a componer un interesante cuadro
que despejaría dudas sobre esos “pecados del pasado” de nuestro
país, que las generaciones actuales siguen pagando.
Nota: La fotografía de Domingo Rodríguez Sánchez la he obtenido del artículo, ya citado, "In Memoriam, Domingo Rodríguez Sánchez (1929 - 1982)" de A. Portolés, en “Microbiología Española”, Volumen 35, 1982, CSIC.