Cuando en el año 1994 se estrenó el largometraje "Forrest Gump", muchos se llevaron las manos a la cabeza. La película contaba la historia de Estados Unidos desde los años 50 a los 90, vista a través de los ojos del personaje que le daba título. Forrest aparecía, gracias a trucajes digitales, inserto en documentales históricos reales, ya fuera visitando a Kennedy o siendo entrevistado junto a John Lennon. El temor que aquellas imágenes turbadoras sugerían era la perfección con que se podía llevar a cabo, con las modernas técnicas de manipulación de la imagen, una reescritura de los documentos filmados de sucesos históricos. Así, si tras un cataclismo sólo sobreviviera el metraje de "Forrest Gump", para unos hipotéticos arqueólogos del futuro la presencia de aquel personaje ficticio llevándose las manos a la entrepierna porque necesita ir al baño ante el presidente Kennedy causaría innumerables debates sobre la importancia del gesto o del personaje, tomado por real.
Los toscos retoques fotográficos soviéticos que eliminaban a personas non gratas de las fotografías oficiales llegaban a ser una posibilidad real de manos de la tecnología. Actualmente hay aplicaciones para Smartphones que nos permiten eliminar personas de fotografías con sólo el movimiento de un dedo. Por tanto, la tecnología como potencial generadora de mentiras está ya entre nosotros. Sin embargo, la mentira a la que más ha contribuido recientemente esa tecnología es la del canon estético imperante en las sociedades occidentales.
El uso de programas de retoque de bajo
coste como el Photoshop de Adobe y otros en las redacciones de las
revistas de moda y las agencias de publicidad ha llevado a una suerte de transrealidad, a una neoestética de lo irreal como imposible
objetivo para las grandes masas de ciudadanos. Pieles perfectas
gracias a herramientas de suavizado digital, formas redondas
obtenidas mediante el borrado de los pliegues de la piel, maquillaje
y peinado digital, cambio de color y brillo de ojos, eliminación de
vello facial y muchas otras técnicas llenan a diario los anuncios en
prensa, los spots televisivos o las películas de personas que no
existen en el mundo real. Desde hace años varias empresas
especializadas se dedican a retocar las
deficiencias e imperfecciones faciales de actrices y actores en los
largometrajes creados por Hollywood, un trabajo que se mantiene en
secreto como se mantenían bajo llave los efectos especiales del cine
en los años 20 ó 30.
Como resultado, esa metarrealidad de
cuerpos perfectos y pieles sin tacha se clava en las almas de
millones de personas, y les convierte en desesperados concursantes en
un imposible certamen de belleza que no puede ser ganado por personas
reales, sino sólo por ilustraciones corregidas digitalmente. Por
mentiras. Si bien la prensa que suele publicar este tipo de retoques
fotográficos, generalmente especializada en moda o en corazón, se quita
responsabilidades al venderse a sí mismos como creadores de
productos de entretenimiento, la realidad es que este nuevo fenómeno
del canon de belleza inalcanzable arrastra a legiones de seres humanos a
la compra de productos cosméticos -casi todos ellos potingues de
feriante carentes de la menor utilidad, pero que se venden a precios
exorbitantes-, al uso de técnicas de cirugía estética que ponen
sus vidas en peligro, o a pasar horas y horas sudando en gimnasios.
Esta gran mentira tiene por tanto muchos intereses detrás, desde las compañías de cosmética a los propios fabricantes de modelos y personalidades del papel couché, y ninguno de ellos parece querer renunciar al gigantesco engaño al que se somete a tantas personas en el mundo a diario.
Esta gran mentira tiene por tanto muchos intereses detrás, desde las compañías de cosmética a los propios fabricantes de modelos y personalidades del papel couché, y ninguno de ellos parece querer renunciar al gigantesco engaño al que se somete a tantas personas en el mundo a diario.
La imagen está en Wikimedia Commons. Es un juego de Energía Atómica que se vendía en los años 50. El Gilbert Nuclear Physics Atomic Energy Lab. La imagen está bajo licencia Creative Commons Attribution-Share Alike 3.0 Unported y su autor es Webms.