Inicio este ensayo que como el anterior (“Heartbeeps”) separaré en varios capítulos. Versa este sobre la capa de mentiras que, como una costra, rodea a la sociedad occidental, creada sobre todo por el lenguaje publicitario y su uso agresivo, para el solo beneficio de las grandes corporaciones.
Si bien la publicidad nació como una
especie de "información enriquecida" para convencer a los
posibles compradores o clientes de la bondad de lo ofertado, en las
últimas décadas (a partir más o menos de los primeros años 80
hasta ahora) hemos asistido a un profundo giro, en el que se ha
convertido en una monumental mentira consentida que los ciudadanos, y
sus representantes, toleran, sin plantearse el alcance de las
consecuencias que sobre cualquier sociedad puede tener basar su orden
en la mentira.
Así, los anuncios en cualquier medio
de cualquier tipo de producto, especialmente aquellos bien asentados
en la sociedad, como alimentos o bebidas, no venden bondad alguna
-cuando en la mayoría de los casos se sabe que los productos
ofertados pueden ser incluso peligrosos para la salud-, sino "modos
de vida", "felicidad", “historias agradables” y
otros conceptos positivos, asociando la marca con algo espiritual e
intangible, que nada tiene que ver con el producto ofertado.
Hace años Naomi klein en su conocido
libro "No Logo" criticaba esta cultura de la marca que
impera en el planeta. Pero ahora la situación ha empeorado. La
publicidad ya no enmascara la mentira, sino que rodea de adjetivos
productos de cualquier tipo y los lanza a un mundo en el que el
comprador debe de acostumbrarse a vivir rodeado de falsedad, y
sobrevivir a ello.
En 2011 una campaña de una gran
empresa de telecomunicaciones española vendía la bondad de sus
productos usando la imagen de las Asambleas que, espontáneamente,
habían surgido el 15 de mayo de aquel mismo año, conocidas como
15M. La campaña, que ha obtenido el dudoso honor de erigirse por
votación popular en la peor campaña publicitaria del año por
FACUA, ejemplifica esta inmersión cotidiana en la mentira en la que
el ciudadano debe de nadar. En el anuncio en cuestión, una asamblea
ciudadana vota los servicios y ofertas que la citada megaoperadora
debe ofrecerles. En un giro copernicano propio del mismo Maquiavelo,
un creativo publicitario ha decidido que una multinacional que tiene
los peores precios de Europa y el récord de reclamaciones en la
Comisión del Mercado de las Telecomunicaciones (amén de en FACUA,
OCU y otras organizadores de consumidores) por parte de sufridos
ciudadanos, y que toma sus decisiones en complejos comités
presididos por ejecutivos MBA en constante pelea darwinista, sea en
realidad una asamblea ciudadana llena de candor, altos ideales y
amabilidad. Esta mentira es capaz de ocultar la realidad, cuando
además la citada multinacional es uno de los principales anunciantes
del país, y es perfectamente capaz de dar toques de atención a los
medios de información sobre noticias en contra de sus intereses.
Esa visión brutalmente utilitaria de
la vida y de los otros lleva a que ciudadanos llenos de una confianza
que ahora llamamos "ingenuidad" fueran engañados en masa
por las entidades financieras en los famosos casos de Suscripciones
de Preferentes, una estafa de dimensiones titánicas en la que
empleados de todo pelaje y rango de bancos y cajas de ahorro
participaron sin el menor rubor ni el mínimo cargo de conciencia, o
que se concedieran hasta hace pocos años hipotecas impagables a
ciudadanos prácticamente insolventes. Es la cultura de la mentira,
del doble lenguaje, de la letra pequeña, donde algo tan vital para
la supervivencia del tejido social como es la confianza en la
honestidad del otro, se rompe. Y cuando esta confianza desaparece, el
mismo sustrato que mantiene a países enteros se derrumba.
La ilustración la encontré en Wikimedia Commons. Affiche pour les "Motocycles Comiot, Paris, 87 Boulevart, Gouvion St Cyr" (Boulevard Gouvion-Saint-Cyr, Paris). 1899. Por Théophile Steinlen. Está en dominio público.