miércoles, 26 de noviembre de 2014

La culpa no existe en el país de los niños



Volviendo de Gijón coincidí en el aeropuerto de Oviedo con Borja Crespo, y estuvimos charlando un buen rato. Nuestra charla acabó desembocando en el asunto de la piratería online (llamadlo como queráis: descargas, bajarse pelis... da igual), y de cómo nos sorprendemos viendo que un montón de gente la ejerce ya como si fuera un derecho básico que viene incorporado con tu conexión de banda ancha. Muchísima gente lo hace, eso sí, inocentemente; el otro día un familiar cercano me mandaba un enlace de Youtube con links a decenas de películas pirateadas con toda la buena voluntad del mundo. Tuve que explicarle que eso no es legal. Que lo legal es lo que hacen Filmin, Filmotech, Nubeox, ONO o Netflix, entre muchos otros operadores que pagan sueldos e impuestos. Simplemente, esa persona no lo sabía. No se puede saber todo en esta sociedad tan compleja que nos ha tocado vivir. Vale. Asumido. Pero sigo, que tomo carrerilla.

Hace tiempo que quiero hablar de esto (de nuevo), así que aquí suelto mi filípica. ¿Quién tiene la culpa de que exista la piratería? ¿Quién está detrás de este desastre que está destrozando industrias enteras, todas aquellas que crean productos fácilmente copiables por medios digitales? ¿Existen esos culpables? Sí, claro que los hay. Siempre alguien tiene la culpa de algo. Quien diga lo contrario o es un niño o es un mentiroso. Tres patas comparten la vergüenza:

1-Las telefónicas. Porque ellos venden sus conexiones para que la gente se baje películas y lo sabemos todas las partes; es su servicio “no declarado”. Porque mediante presiones a los gobiernos y mediante grupúsculos como las Asociaciones de Internautas (bueno, son dos), que subvencionan y mantienen, hacen un cabildeo de lo más repugnante. Las telefónicas son muy, muy, muy poderosas. Entre ellas, las eléctricas y la banca, quitan y ponen gobiernos. Son un grupo de presión de enorme ambición y no se detienen ante nada.

2-Los políticos. Por muchas razones. Ellos convirtieron hace años a esas mismas telefónicas (sector crucial para la supervivencia de una nación), antes públicas, en un oligopolio privado en pro de ciertos amigos del colegio. Ellos pasan a sus consejos de administración vía “puerta giratoria”. Ellos lanzan legislaciones cobardes y pacatas amedrentados por el poder de las telefónicas y sus cabilderos, o indultan a sus CEOs sin que les tiemble la mano, cuando se les pide adecuadamente. No han estado a la altura, no señor.

3-Los ciudadanos. Los que siempre se olvidan. Los que se comportan como niños. Los que dicen “no hay culpables” o abogan los la neutralidad de la red, sin entender el término siquiera, o que se quejan por el viejo canon por copia privada cuando ni se han molestado en averiguar para qué sirve. Los que se bajan una peli y un libro y un disco y “total, no pasa nada, lo hace todo el mundo”. La mayoría silenciosa. Todos nosotros, que lo permitimos, que lo consentimos. Esa mayoría que protesta y eleva la voz cada vez que se habla de los Derechos de los Autores, cada vez que se les acusa de ser parte del problema.

Esto no es nuevo. La economía es despiadada, y todos hemos consentido la creación de este mundo, un mundo en el que las operadoras te pueden colar cobros por servicios no prestados, en el que darte de baja de un teléfono te cuesta sangre, y en el que las autoridades que deben de protegerte están mirando a otro lado y silbando. Las acciones arteras y retorcidas son el pan de cada día en la selva de las corporaciones. Los que mandan saben que los que pagan, nosotros, estamos atados de pies y manos por años y años de legislaciones consentidoras y creadas, sutil, lenta, perversamente, a su favor. Ellos no tienen prisa. Son como los quistes. Se van metiendo y metiendo en el tejido sano, imperceptible, lentamente, hasta que cuando te das cuenta y quieres arrancarlos, es prácticamente imposible. Controlan medios, controlan a opinadores a sueldo, controlan editoriales y formas de pensar, y sobre todo cuentan con la codicia de la buena gente, esa que no haría daño ni a una mosca, pero que ven las películas que se bajan de una dirección que les pasó su sobrino, ese que sabe tanto de informática. Total, todo el mundo lo hace... Total, están ahí ¿No? Si no las coges, es que eres tonto. He llegado a sostener debates kafkianos con gente que se supone es inteligente y tiene cátedras,  que se refugiaban en terminología técnica para negar la mayor: que ven la piratería como algo socialmente aceptable. Os juro que no lo entiendo.

Vuelvo al asunto de los hombres-niño al que regreso una y otra vez en este blog. Vivimos en una sociedad infantilizada, que mantiene a los adultos en un perpetuo estado de adolescencia y de ausencia de responsabilidad, en el que cientos de responsables públicos se van de rositas cuando cometen desmanes con el dinero público (*), un lugar en el que los culpables no pagan sus culpas cuando están situados a cierta altura en el escalafón social, pero en la que los pobres, los “robagallinas” pagan años de cárcel por causas ridículas. Una sociedad en la que la culpa no existe si estás suficientemente arriba. En esa estratosfera social, se reparte. Se difumina. El país de los niños es así ahí arriba.

Vivimos en un país en el que, sin embargo, consentimos bovinamente que la Agencia Tributaria y cientos de Ayuntamientos, Cabildos, Gobiernos Autónomos y empresas públicas, organismos intermedios y administraciones de todo pelo, embarguen, esto es, tomen por asalto, y sin el menor problema legal, las propiedades de los ciudadanos, ya sea metiendo mano en sus cuentas corrientes para el cobro de impuestos no pagados en plazo (con sus intereses de demora, claro), de multas o de sanciones administrativas. Es el mundo de la domiciliación de cuentas, eso que los gobiernos pasados regalaron a la banca, convertida en despojo domiciliario. En embargo y confiscación salvajes. Todo esto es algo que sabemos perfectamente que es lesivo para las personas, que va en contra de la Constitución y los Derechos Humanos. Se desahucia a la gente de sus casas, y de sus sueldos, siempre que una administración lo pida, y la tutela judicial efectiva, eso que se supone te protege de los abusos de poder, ni existe ni se la ve por ningún lado. Es más, todo esto  que describo es un delito consentido y cometido por las instancias oficiales a diario.

Pero nadie, hasta ahora, ha denunciado a todos esos cobradores de manos largas ante, por ejemplo, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos. Vivimos en ese país en el que todos miran a otro lado, en el que la autoridad sigue siendo observada con el temor del vasallo mientras el siervo manso se dedica a sus corruptelitas (bajarse una película lo es, sí, señores), total, mientras no te pillen, total, te lo hago sin IVA, total, todo el mundo lo hace... total... es tradición... Yo no pirateo, yo "enlazo". Pero mejor no nos metamos en líos cuando el Estado se pone serio. Que entonces sí te pueden joder bien jodido. Este es el mundo al revés español. Así funciona el país.

Y la misma población que se muestra sumisa con un Estado monstruoso que puede meterse en sus casas, en sus cuentas, en sus vidas, y que regala empresas públicas al Dios Mercado, la misma población que no rechista ante el desmantelamiento del Estado del Bienestar, la sanidad o la educación públicas, se muestra agresiva como un crío enrabietado cuando se intenta legislar para proteger los derechos de autor, un derecho humano que está en la Declaración Universal, y está ahí para proteger a todo ciudadano.

Miren, no sé si es que lo veo demasiado claro, pero o arreglamos este sindiós de una vez o nos convertiremos en un país de niños malcriados, irresponsables y sin la inteligencia elemental para comprender que lo que hacemos siempre, en todo momento, afecta a los demás. Necesitamos un país en el que no se robe a los demás, sean estos productores de cine o ciudadanos, sean los ladrones las administraciones públicas o el público en general. Tenemos que dejar de ser niños y asumir que todo lo que hacemos afecta a los demás, sin excepción. Y que hay cosas que no podemos ni debemos consentir. Guardando silencio y dejando que todo siga como está no iremos a ningún lado. Porque un niño, un adolescente, no tiene derecho a voto, no tiene edad penal, no tiene responsabilidad judicial, por algo. Pero un adulto sí. Y un adulto-niño es una contradicción.

Vivir sin responsabilidad es eso: cosa de adolescentes. Ya basta de vivir en el país de los niños.

Pd: Si visitáis el artículo en El País que he enlazado al principio de este texto, veréis que fue escrito hace ya cinco años. Y todo sigue igual. Es la prueba de cómo los tres culpables han mantenido el estado de cosas como les convierte, contra viento y marea, en una suerte de perversa simbiosis. A pesar de que todo ello, combinado con la crisis, está destruyendo empleos cada día, y llevando al paro a un montón de maravillosos profesionales, y jodiendo vidas, a ver si nos entendemos. Cuando se publicó el artículo, los comentarios que aparecieron fueron furibundos; lo de siempre. Los han eliminado en la hemeroteca digital del periódico, pero básicamente se resumían en las respuestas de un crío: yo no tengo la culpa, si se puede hacer lo hago ¿Qué pasa?, ¿Y tú quién eres para venir a dar lecciones?, y, claro, las falacias eternas ad hominem, tan típicas de cuando te dicen algo que te duele pero no lo aceptas. Supongo que esas cosas seguirán igual, y por mor del anonimato internetero nunca supe de las identidades de las personas que respondieron al artículo. Me gustaría saber si ahora siguen pensando lo mismo. A lo mejor ahora sus hijos intentan ganarse la vida en el cine y ven que es imposible porque la industria está tan destruida que no se puede obtener un empleo decente. O a lo mejor siguen en sus trece. Puede ser. 

Ppd: En esta web un crítico aficionado pone a caldo "No-Do", una de mis películas, para, acto seguido, dar acceso a ella vía enlaces para que te la puedas bajar. No sé si el tipo se da cuenta ni siquiera de lo que hace. El caso es que la película dice que ni la recomienda. Él, que se la ha bajado gratis, y que la regala, generosamente, a los demás. Este es el percal. Oye, tío, esa peli es mía ¿Te enteras? ¿Quién te ha dado permiso para que la regales? Seguramente me respondería eso, que él no piratea, que él "enlaza". En fin, una, otra, batalla perdida.




(*) Esto me ocurrió hace unos años, allá por 2002. Estábamos diseñando un videojuego en Tafira, Gran Canaria. Acabó llamándose Free Wheel. Mirad en IMDB si os parece interesante. En aquellos días de RDSI y modems, el congreso tenía un foro en el que podías chatear con los parlamentarios que lo tenían a bien. Tuve un encontronazo con una diputada que decía que el dinero público "no es de nadie". Yo le decía "es de todos", y le rogaba que pensara en la etimología de la palabra "público". Ella seguía en sus trece. No sé que habrá sido de aquella diputada, pero su forma de pensar era, y es, desgraciadamente, demasiado común en este país.

Exposición abierta hasta julio.

Mi exposición fotográfica "El Risco: la montaña habitada" sigue abierta hasta julio en la Sala MAPFRE Ponce de León,  C. Castillo,...