En estos días experimento
una experiencia cada vez más distanciada respecto a la gente que ha sido
elegida en as urnas para representarme. No les entiendo, creo que están tomando las peores decisiones posibles en los peores momentos. No sólo es que parezcan no
entender lo que está pasando (su ensimismamiento les lleva a no
“ver” lo que pasa a su alrededor: los comedores de caridad
atestados, las emergencias sociales, la corrupción desbocada, los
desahucios, el poder de los lobbies que ya no se esconde, el hastío general de la gente, los abusos de poder que representan barbaridades como las preferentes) sino que
parecen insistir en provocar a una sociedad harta y maltrecha mediante decisiones y declaraciones explosivas (el tratamiento de los llamados
“escraches”, altamente estúpido, es sorprendente; se supone que
nuestros políticos tienen asesores sobre qué decir y qué no, y es
un ejemplo de muchos; no sé si es que se les calienta la boca -en ese caso no deberían estar donde están- o es que simplemente no hay nadie al mando de sus cerebros). Parece que el político español, especialmente el que está en el gobierno actualmente, no sabe o no comprende
sus obligaciones para sus votantes.
España ha sido un país con una
democracia capturada por grupos de presión e interés y esas
costuras en el traje institucional están ahora desnudas, a la vista de todos. Las
“medidas anticrisis” se han lanzado desde el primer momento contra los
contribuyentes honrados, mientras las élites extractivas del país
(excelente concepto, por cierto) se han mantenido intocables y
con sus privilegios siquiera cuestionados. La situación se ha vuelto
insostenible, los casos de viles robos al dinero pagado de los
impuestos se multiplican (¿hay algún prócer sin cuenta en Suiza en la sala?), y los puestos de privilegio, los asesores sin el Graduado Escolar,
las empresas públicas inútiles, se mantienen sin apenas cambio
alguno, mientras se privatiza lo poco que quedaba de público al
servicio del ciudadano, llegándose a “instituciones intocables”
como la Sanidad y la Educación, lo que revela no sólo una distancia
con el ciudadano sino una despiadada condición de vileza en una
clase política que parece seleccionada entre lo más rancio e idiota
de las clases dirigentes herederas de los privilegios del “antiguo
régimen”, y que no han hecho más que perpetuarlo.
Está claro que
nuestra clase política no tiene incentivos para cambiar las cosas,
la presión de los lobbies debe de ser dura, sobre todo cuando eres
parte de las élites extractivas y cuestionar las acciones de los tuyos, por feas
que parezcan, es anatema en tu entorno social, algo, no hemos de
olvidarlo, de gran importancia en los colectivos humanos. Así que
estas élites colocadas a dedo por complicidades y amistades (hay ejemplos a miles, de entre ellos destaco a Rodrigo Rato, ahora residente en
Telefónica gracias a sus méritos de favores prestados en Bankia y
nada más) se están aferrando con uñas y dientes a lo que
consideran “les pertenece”, porque “siempre ha sido así” (Bárcenas furioso porque su partido político no hace callar a jueces, fiscales y policía, convirtiendo sus delitos en una "causa general" ideológica cuando no es más que un ladrón y un infeliz alimentado por el sistema corrupto de la élite). Es todo esto un estupendo síntoma de que las cosas están al borde de un cambio
cuántico, esperemos que a bien.
Temo que esos incentivos para nuestras élites extractivas acabarán
llegando, pero mientras más aumenta la presión sobre los
ciudadanos, la olla de la frustración menos se muestra capaz de
contener tanto agravio e injusticia sobre una población básicamente
honrada e intrínsecamente harta. Se pueden hacer las cosas mucho
mejor, ni siquiera requiere demasiado esfuerzo. Pero eso pone a las
élites extractivas desnudas ante el espejo que les devuelve su fealdad, les muestra su propio Retrato de Dorian Gray. Y eso no gusta, claro. No le gusta a nadie.
Sin embargo, este país, o rompe con el
pasado (preferiblemente sin traumas, sin dolor y progresivamente) y
se adhiere a los modos de una sociedad occidental y democrática, o
doma a sus lobbies y genera una corriente meritocrática urgentemente
entre sus servidores públicos, o no será.
Pero si no hay cambios, esto se va a
poner muy feo. Y los políticos van a sufrir cosas más serias que
los “escraches”. Y entonces puede que sea demasiado tarde. Ojalá
me equivoque, pero el nivel de estupidez de nuestra “nobleza
política” está demostrándose insostenible.
No obstante, soy optinista sobre el futuro de España y sobre su transición a ser una democracia
occidental liberada de viejos feudos de pasados oscuros. Tenemos una ciudadanía que se está organizando con gran
generosidad e inteligencia en una “sociedad civil” que hace unos años era
impensable en este reino, y por otro lado, los temores a la explosión
de movimientos parafascistas y populistas no está tan clara como en otros países cercanos; creo que tenemos mejores y mas eficientes mecanismos contra esas excrecencias. Valga
como ejemplo la reciente imputación de García Albiol por repartir
panfletos racistas, o la práctica inhabilitación y escarnio público
de Sigfrid Soria por sus increíbles comentarios en Twitter. Este
país nuestro tiene una sanas barreras a lo peor de nosotros mismos.
Y eso nos debe dar todo un hálito de esperanza.
La ilustración que encabeza este post la encontré en Wikipedia Commons. Es la portada interior de la edición de "El Retrato de Dorian Gray" de Oscar Wilde, por Three Sirens Press, de 1931. Es obra de Lui Trugo. Está en dominio público.