Hace
unos días La 2 de TVE emitió (tardísimo por cierto; el programa empieza de madrugada) en la tertulia
Millennium, que dirige Ramón Colom, una interesante discusión
sobre las redes sociales, especialmente Twitter, y el periodismo.
Me sorprendió el enfoque. Los contertulios trabajaban sobre la base de que Twitter y otras redes sociales "estaban ahí", como si fueran parte de la base de la comunicación interpersonal, algo inevitable, algo público (de manera parecida a los tendidos eléctricos, las tuberías del agua o de alcantarillado; cosas que damos por garantizadas), y afirmaban que estaban acabando con el periodismo, o cuando menos con el modelo actual de contar noticias. Más me sorprendió que
nadie se preocupara por un detalle que es, en mi opinión, vital en todo ese debate y debería de centrarlo todo: Twitter es una empresa privada. Facebook, también.
Cuando hablamos de Redes Sociales no nos referimos a un
bien público que se extienda hacia toda la gente, como el agua de abasto o el espectro radioeléctrico (un bien de los ciudadanos a través de cuyo reparto regulado vemos la tele u oímos la radio, del que sabemos bien poco, y al que volveré
a más tarde), sino que son redes privadas con reglas propias que además usan una red semi privatizada (internet), cuya
cualidad de bien social y público todabía no se ha logrado ni extendido, y que no
es accesible a todos en igualdad de condiciones (para llegar a internet hay que pagar a una
telefónica, hay que tener además unos conocimientos que cierran a
mucha gente ese acceso, y un hardware adecuado). No, internet todavía no es exactamente
un bien público, por mucho que se encarguen de pregonarlo políticos poco informados.
Vuelvo al hecho de que Twitter y Facebook sean empresas privadas, y son norteamericanas, no universales. Ambas hacen firmar unos contratos dementes y leoninos a
sus usuarios, contratos que nadie se lee, pero que implican, por
ejemplo, que todo lo que allí subas puede desaparecer un buen día
sin que ellos tengan la menor responsabilidad, ya sea por
negligencia o por cualquier otra causa.
Esas dos empresas, además, son vergonzosamente colaborativas con las cloacas más siniestras de la inteligencia USA, y tanto la NSA como otras agencias, espían cotidianamente todo lo que en ellas se publica, con la feliz aquiescencia de ambas. Google, por cierto, hace lo mismo; se trata de otra empresa privada que tiene un papel dominante en internet.
Sí, todo lo que posteas en Face, lo que tuiteas o escribes en tu cuenta de Gmail está rigurosamente vigilado, y aceptas que así sea al firmar (sin mirarlo, como todos hacemos) el contrato que has de aceptar necesariamente para acceder al servicio, un contrato que, por cierto, está en perpetuo estado de modificación, y te añade cláusulas sin que te enteres y sin informate, algunas de ellas secretas, porque al firmarlo, admitiste, además, ese detalle. ¿Te imaginas eso en la vida real? Seguramente si alguien que firma contigo un contrato en papel y te cambiara cláusulas sin aviso y sin tu consentimiento se ganaría una buena denuncia. Pues bien, eso lo aceptamos todos al firmar el contrato de entrada en las redes sociales que solemos usar cada día.
Esas dos empresas, además, son vergonzosamente colaborativas con las cloacas más siniestras de la inteligencia USA, y tanto la NSA como otras agencias, espían cotidianamente todo lo que en ellas se publica, con la feliz aquiescencia de ambas. Google, por cierto, hace lo mismo; se trata de otra empresa privada que tiene un papel dominante en internet.
Sí, todo lo que posteas en Face, lo que tuiteas o escribes en tu cuenta de Gmail está rigurosamente vigilado, y aceptas que así sea al firmar (sin mirarlo, como todos hacemos) el contrato que has de aceptar necesariamente para acceder al servicio, un contrato que, por cierto, está en perpetuo estado de modificación, y te añade cláusulas sin que te enteres y sin informate, algunas de ellas secretas, porque al firmarlo, admitiste, además, ese detalle. ¿Te imaginas eso en la vida real? Seguramente si alguien que firma contigo un contrato en papel y te cambiara cláusulas sin aviso y sin tu consentimiento se ganaría una buena denuncia. Pues bien, eso lo aceptamos todos al firmar el contrato de entrada en las redes sociales que solemos usar cada día.
Twitter une a su cualidad privada el detalle de que
sigue en pérdidas económicas tras ocho años de existencia, por lo que muchos
accionistas pueden un día de estos replantearse su inversión y
abandonarla a su suerte. Por eso no es descabellado plantear un escenario en el que Twitter podría desaparecer, y con ella esa
supuesta plataforma de periodismo libre que se cantaba en el coloquio de Millennium. Porque es una empresa
privada, porque nadie vela por que se conserve la información que almacena en sus servidores como bien público. En
el caso de Facebook podría parecer más remota una catástrofe, pero
quién sabe. Cosas más raras se han visto.
Esa
ignorancia de un detalle tan importante a lo mejor obedece a cómo
somos y cómo pensamos en España. Por ejemplo, el espectro radioeléctrico, un bien
que es de todos nosotros, es cedido a las emisoras televisivas o radiofónicas mediante convenios que implican ciertas obligaciones de servicio público. Antena 3 o Telecinco, por ejemplo, tienen cláusulas a cumplir por esa cesión, y
no necesariamente las cumplen, pero nadie les sanciona sus incumplimientos. Por ejemplo: no respetan el
horaro infantil en cuando a los contenidos que emiten, y sabemos que
Telecinco ha sido suavemente sancionada por ello, pero nadie les
ha rechistado de verdad. Les estamos dando un bien de todos los
ciudadanos para que emitan Sálvame o Gran Hermano y nadie hace nada.
Otro ejemplo es cómo casi todas las televisiones privadas se saltan a la torera los límites en términos de contraprogramación y de tiempo de publicidad por hora de emisión, sin que pase (casi) nada, o con sanciones irrisorias ¿Es esa la salvaguarda de lo público en manos privadas que hacemos en este país? En otras naciones de nuestro entorno, las sanciones son ejemplares, y precisamente por eso, los motivos de sanción no se suelen repetir; la emisora infractora aprende la lección a la primera. Me temo que en ese aspecto en España tenemos aún mucho camino que recorrer. Pero recuérdalo: el espectro radioeléctrico es nuestro, tuyo y mio, no de las televisiones. Y se les cede vía concesión administrativa, una concesión que podría ser revocada si se incumplieran los compromisos que esas televisiones adquieren al recibirla.
Otro ejemplo es cómo casi todas las televisiones privadas se saltan a la torera los límites en términos de contraprogramación y de tiempo de publicidad por hora de emisión, sin que pase (casi) nada, o con sanciones irrisorias ¿Es esa la salvaguarda de lo público en manos privadas que hacemos en este país? En otras naciones de nuestro entorno, las sanciones son ejemplares, y precisamente por eso, los motivos de sanción no se suelen repetir; la emisora infractora aprende la lección a la primera. Me temo que en ese aspecto en España tenemos aún mucho camino que recorrer. Pero recuérdalo: el espectro radioeléctrico es nuestro, tuyo y mio, no de las televisiones. Y se les cede vía concesión administrativa, una concesión que podría ser revocada si se incumplieran los compromisos que esas televisiones adquieren al recibirla.
Volviendo
a los modelos de Facebook y Twitter, que en la tertulia que comento
eran contemplados casi con reverencia, como si estuvieran ahí para
siempre, no discutibles, y como si fueran medios neutros (no lo son, sabemos además
de la censura cada vez más agresiva en ambas redes sociales, con
cancelaciones arbitrarias de cuentas de por medio), se olvidaba en el coloquio además el
pernicioso modelo de negocio que esconden: millones de personas
trabajan para ellos creando contenidos, y no reciben nada a cambio.
Es algo que comenta Jaron Lanier en su interesante ensayo “Quién controla el Futuro”, que ya he reseñado brevemente aquí, por lo
que no volveré sobre el asunto. Pero sí quiero incidir en el modelo
de negocio bajo el que nacen esas redes sociales que en esta parte del mundo son reverenciadas. Es el modelo de
Silicon Valley, una auténtica isla de capitalismo agresivo medio loco
en mitad de la soleada California. Quien conozca más o menos el ambiente allá sabrá
el grado de gilipollez que ronda alrededor del mundo de las start-ups
de internet.
Baste un ejemplo. En Silicon Valley muchos emprendedores estudian en un lugar llamado La Universidad de la Singularidad (una institución de enseñanza que sólo puede existir en un país como Estados Unidos, donde la Libertad de Cátedra es muy poderosa), situada cerca de San José y Palo Alto, y en la que se postula que en poco tiempo ocurrirá “la singularidad” ¿Qué es eso? Pues que un día de estos Internet cobrará conciencia de sí misma y nos esclavizará, o nos exterminará, o nos convertirá en una especie de dioses fusionados con máquinas. No es coña. Lo dicen totalmente en serio, son reales, y dan clase. Los grandes gurús de internet y los visionarios de su futuro son un puñado de tarados importantes.
Baste un ejemplo. En Silicon Valley muchos emprendedores estudian en un lugar llamado La Universidad de la Singularidad (una institución de enseñanza que sólo puede existir en un país como Estados Unidos, donde la Libertad de Cátedra es muy poderosa), situada cerca de San José y Palo Alto, y en la que se postula que en poco tiempo ocurrirá “la singularidad” ¿Qué es eso? Pues que un día de estos Internet cobrará conciencia de sí misma y nos esclavizará, o nos exterminará, o nos convertirá en una especie de dioses fusionados con máquinas. No es coña. Lo dicen totalmente en serio, son reales, y dan clase. Los grandes gurús de internet y los visionarios de su futuro son un puñado de tarados importantes.
Pues
en ese ambiente como mínimo excéntrico se construyen los Twitter y Facebook del
futuro. Sólo en un entorno de capitalismo medio loco cabe la
existencia y el enorme beneficio actual de Facebook, una empresa que no
produce nada, y que no hace nada: sólo te permite darte de alta y te
convierte en su trabajador gratuito. Sólo así cabe que cientos de
inversores entraran en aquella start-up tan prometedora hace apenas
11 años, que ahora tiene 1.350 millones de usuarios (cifras de octubre de 2014). Sólo así se explica una locura semejante.
Las redes sociales
son, en mi opinión, parásitos sociales actualmente, que podrían
convertirse en una fuente de conocimiento y de beneficios para la
sociedad a poco que:
a)
compensasen económicamente las aportaciones de sus clientes
b) fueran de utilidad pública y neutras
c) abandonaran toda política abusiva de vigilancia ciudadana
Esas tres cosas no van a
suceder en un futuro próximo, así que la próxima vez que subas
algo “al Face” o tuitees un chiste, piensa que estás haciendo
más ricos a unos chavales norteamericanos que ya son
monstruosamente ricos (salvo en el caso de Twitter, que no levanta cabeza, como
ya dije), y que no estás viendo
nada a cambio de tu trabajo. El trabajo se paga, amigo. Es lo moral y
aceptable.
Y ver en Millennium a periodistas hechos y derechos hacer genuflexiones a las Redes Sociales, no sé, me abre las carnes. Olvidar que quien publica en esas redes está al albur de las decisiones corporativas de diversos accionistas, de criterios editoriales totalmente desconocidos, contratos mutantes repletos de cláusulas abusivas y secretas, y diversas formas de censura, amén de un cotidiano espionaje gubernamental, es negar lo más importante, es el elefante en la habitación.
Encontré este
brillante grafiti medio oculto en un solar cerca de la Plaza de Lavapiés, en Madrid.