Los países protestantes, que en momentos clave de la Historia reciente pudieron separar sociedad de religión e intereses de poder, vivieron unas épocas de florecimiento intelectual inusitadas a partir del Siglo XVI. Este florecimiento, experimentado especialmente en Inglaterra u Holanda, llevó a cambios políticos de gran calado, como las revoluciones inglesa y francesa, que desencadenaron procesos análogos en otros Estados.
Los grandes revolucionarios
intelectuales de su tiempo, tales como
Kepler, Newton, Leibniz, y en el Siglo XIX y XX Maxwell, Planck, Einstein o
Bohr vivieron en países en los que las Universidades vivieron
enormes procesos de cambio, durante períodos de paz en los que
fueron las grandes fuentes de pensamiento en el continente. Cuando parte de ellos emigraron a Estados Unidos durante la II Guerra Mundial, se llevaron no sólo
sus conocimientos, sino una forma de ver el mundo, y una forma de
gestionar el conocimiento, algo que los emigrantes que habían creado el país dos siglos antes también llevaban en sus bodegas intelectuales. Lo que podemos llamar el "espíritu
de redención por el trabajo" de la cultura protestante llevó
el saber adelante y lo sigue haciendo en este momento.
La mayor gesta colectiva de la
Humanidad del Siglo XX, la llegada a la Luna, es el corolario de 500
años de gigantes intelectuales nacidos de los aires de libertad que
Lutero, paradójicamente un monje, trajo en tiempos convulsos. Sin
embargo, el "valle de lágrimas" católico y la redención
oral de los pecados por la confesión parecen haber condenado a los
países de la "red católica" al subdesarrollo no sólo
intelectual sino también tecnológico. Siempre arrastrados por la
vorágine, sus científicos y pensadores destacados tienen el estigma
de la emigración como única vía para desarrollarse. El problema
cubre por extensión a España y todas sus colonias, Portugal (y
colonias también), y es menos visible en otros países católicos en
los que el poder eclesiástico fue separado del político por
revoluciones, como es el caso de Italia (cuyos aportes a la cultura
científica, de Volta a Marconi, pasando por Galileo o Fermi, les
colocan en el “otro lado”). En otros territorios como Rusia, en
los que se vivió una suerte de proceso híbrido truncado (o exacerbado) por la
revolución bolchevique, se produce un fenómeno similar al de los
países protestantes, con grandes evoluciones en el campo científico
y del pensamiento.
¿Existe un estigma cultural en España
y sus satélites culturales? Los hechos parecen probarlo tozudamente.
En un país cuyo monarca absolutista decidió convertir la futura
sede de la Academia de las Ciencias en el Museo del Prado, las
prioridades están claras, y una oportunidad que pudo haber permitido
el nacimiento del equivalente hispano a la Royal Society (centro
intelectual de importancia vital para el desarrollo científico en
occidente) está claro que las prioridades no son precisamente el
desarrollo del saber. No olvidemos que el Libro que rige la norma
católica, la Biblia, no es especialmente simpática con el
conocimiento (ya en el Génesis se afirma que el Pecado Original del
Hombre fue el comer del fruto del Arbol de la Sabiduría), algo a lo
que sin duda contribuyó el enorme poder político de la jerarquía
católica en el país y sus colonias, así como la influencia de la
Inquisición.
En Italia procesos como el de Galileo o
el de Giordano Bruno fueron excepciones en unas relaciones entre
Estado y Religión más bien tirantes, con papas guerreros que
minaban su propia autoridad en territorios fragmentados y autónomos.
Pero en España la misma reconquista fue un acto religioso, y marcó
el dominio de la casta de los sacerdotes en todos los aspectos de la
sociedad. Un dominio que ha llegado hasta el día de hoy. En cierta
medida, y en ese aspecto, España poco tiene de diferente de las
primitivas sociedades animistas, en las que los sacerdotes dominan el
poder político de forma directa o indirecta.
Este primitivismo propio de los regímenes feudales forma ciudadanos mansos, poco amigos del cambio, conformes con su destino (después de todo el dogma católico promete la recompensa a una vida de privaciones tras la muerte, y niega todo lo fenoménico. La vida es un trámite hacia algo mejor, y es inútil dedicarse a entender un mundo dominado por el mal y el demonio).
Este primitivismo propio de los regímenes feudales forma ciudadanos mansos, poco amigos del cambio, conformes con su destino (después de todo el dogma católico promete la recompensa a una vida de privaciones tras la muerte, y niega todo lo fenoménico. La vida es un trámite hacia algo mejor, y es inútil dedicarse a entender un mundo dominado por el mal y el demonio).
Curiosamente, esta visión delirante
del mundo la comparten alas extremas del catolicismo y el
protestantismo, ligados unos a otros por la interpretación textual
de los pasajes bíblicos, tales como los Testigos de Jehová, los
Evangélicos, etcétera. De esos grupos extremistas no surgen tampoco
científicos de talla o emprendedores, dado que su ideología aboga
por la inacción y la concentración en la oración y el llamado
"estudio bíblico", un eufemismo para la interpretación
cuasi textual de un libro escrito por unos hombres que vivieron en la Edad
de Bronce.
En este sentido las religiones "de
libro", y en general todas aquellas especialmente agresivas o
proselitistas, están demostrando una intensa desconexión con los
ciudadanos que han sido formados intelectualmente (existe, por
cierto, correlación entre la inteligencia y el desapego religioso).
En un proceso natural, esto llevaría a una gradual extinción de las
grandes religiones de libro como dictadoras de conducta, pero estos
procesos son lentos y transgeneracionales. Y de la misma manera que
los españoles viven en lo más íntimo de su psique colectiva el
yugo católico y la superstición a causa de generaciones de
influencia cultural, exactamente lo mismo ocurre en el caso de los
herederos de esos otros fenómenos religiosos. La elección de la fe
es un asunto personal, e incluirla en este ensayo sobre la Cultura de
la Mentira ha sido difícil, sobre todo porque regula el acto íntimo
de la muerte y da respuestas a asuntos inefables. Pero es innegable
que al menos en las actuales y recientes encarnaciones de las grandes
religiones "de libro", los efectos sobre las sociedades,
su evolución, riqueza y grados de libertad colectiva, son bien
demostrables. Así que es mejor que en ese aspecto los hechos sean
los que hablen.
La imagen la encontré en Wikimedia Commons. Political cartoon by JM Staniforth. Commentary on the Diocese of Llandaff employing more moderate churchmen and rejecting those following the recently legislated Ritualism arm of Christianity. 28 de enero de 1899. Autor: Joseph Morewood Staniforth. Está en dominio público.
La imagen la encontré en Wikimedia Commons. Political cartoon by JM Staniforth. Commentary on the Diocese of Llandaff employing more moderate churchmen and rejecting those following the recently legislated Ritualism arm of Christianity. 28 de enero de 1899. Autor: Joseph Morewood Staniforth. Está en dominio público.