lunes, 11 de noviembre de 2013

La Cultura de la Mentira (8 de 9)



Los países protestantes, que en momentos clave de la Historia reciente pudieron separar sociedad de religión e intereses de poder, vivieron unas épocas de florecimiento intelectual inusitadas a partir del Siglo XVI. Este florecimiento, experimentado especialmente en Inglaterra u Holanda, llevó a cambios políticos de gran calado, como las revoluciones inglesa y francesa, que desencadenaron procesos análogos en otros Estados.

Los grandes revolucionarios intelectuales de su tiempo, tales como Kepler, Newton, Leibniz, y en el Siglo XIX y XX Maxwell, Planck, Einstein o Bohr vivieron en países en los que las Universidades vivieron enormes procesos de cambio, durante períodos de paz en los que fueron las grandes fuentes de pensamiento en el continente. Cuando parte de ellos emigraron a Estados Unidos durante la II Guerra Mundial, se llevaron no sólo sus conocimientos, sino una forma de ver el mundo, y una forma de gestionar el conocimiento, algo que los emigrantes que habían creado el país dos siglos antes también llevaban en sus bodegas intelectuales. Lo que podemos llamar el "espíritu de redención por el trabajo" de la cultura protestante llevó el saber adelante y lo sigue haciendo en este momento.

La mayor gesta colectiva de la Humanidad del Siglo XX, la llegada a la Luna, es el corolario de 500 años de gigantes intelectuales nacidos de los aires de libertad que Lutero, paradójicamente un monje, trajo en tiempos convulsos. Sin embargo, el "valle de lágrimas" católico y la redención oral de los pecados por la confesión parecen haber condenado a los países de la "red católica" al subdesarrollo no sólo intelectual sino también tecnológico. Siempre arrastrados por la vorágine, sus científicos y pensadores destacados tienen el estigma de la emigración como única vía para desarrollarse. El problema cubre por extensión a España y todas sus colonias, Portugal (y colonias también), y es menos visible en otros países católicos en los que el poder eclesiástico fue separado del político por revoluciones, como es el caso de Italia (cuyos aportes a la cultura científica, de Volta a Marconi, pasando por Galileo o Fermi, les colocan en el “otro lado”). En otros territorios como Rusia, en los que se vivió una suerte de proceso híbrido truncado (o exacerbado) por la revolución bolchevique, se produce un fenómeno similar al de los países protestantes, con grandes evoluciones en el campo científico y del pensamiento.

¿Existe un estigma cultural en España y sus satélites culturales? Los hechos parecen probarlo tozudamente. En un país cuyo monarca absolutista decidió convertir la futura sede de la Academia de las Ciencias en el Museo del Prado, las prioridades están claras, y una oportunidad que pudo haber permitido el nacimiento del equivalente hispano a la Royal Society (centro intelectual de importancia vital para el desarrollo científico en occidente) está claro que las prioridades no son precisamente el desarrollo del saber. No olvidemos que el Libro que rige la norma católica, la Biblia, no es especialmente simpática con el conocimiento (ya en el Génesis se afirma que el Pecado Original del Hombre fue el comer del fruto del Arbol de la Sabiduría), algo a lo que sin duda contribuyó el enorme poder político de la jerarquía católica en el país y sus colonias, así como la influencia de la Inquisición.

En Italia procesos como el de Galileo o el de Giordano Bruno fueron excepciones en unas relaciones entre Estado y Religión más bien tirantes, con papas guerreros que minaban su propia autoridad en territorios fragmentados y autónomos. Pero en España la misma reconquista fue un acto religioso, y marcó el dominio de la casta de los sacerdotes en todos los aspectos de la sociedad. Un dominio que ha llegado hasta el día de hoy. En cierta medida, y en ese aspecto, España poco tiene de diferente de las primitivas sociedades animistas, en las que los sacerdotes dominan el poder político de forma directa o indirecta.

Este primitivismo propio de los regímenes feudales forma ciudadanos mansos, poco amigos del cambio, conformes con su destino (después de todo el dogma católico promete la recompensa a una vida de privaciones tras la muerte, y niega todo lo fenoménico. La vida es un trámite hacia algo mejor, y es inútil dedicarse a entender un mundo dominado por el mal y el demonio).

Curiosamente, esta visión delirante del mundo la comparten alas extremas del catolicismo y el protestantismo, ligados unos a otros por la interpretación textual de los pasajes bíblicos, tales como los Testigos de Jehová, los Evangélicos, etcétera. De esos grupos extremistas no surgen tampoco científicos de talla o emprendedores, dado que su ideología aboga por la inacción y la concentración en la oración y el llamado "estudio bíblico", un eufemismo para la interpretación cuasi textual de un libro escrito por unos hombres que vivieron en la Edad de Bronce.

En este sentido las religiones "de libro", y en general todas aquellas especialmente agresivas o proselitistas, están demostrando una intensa desconexión con los ciudadanos que han sido formados intelectualmente (existe, por cierto, correlación entre la inteligencia y el desapego religioso). En un proceso natural, esto llevaría a una gradual extinción de las grandes religiones de libro como dictadoras de conducta, pero estos procesos son lentos y transgeneracionales. Y de la misma manera que los españoles viven en lo más íntimo de su psique colectiva el yugo católico y la superstición a causa de generaciones de influencia cultural, exactamente lo mismo ocurre en el caso de los herederos de esos otros fenómenos religiosos. La elección de la fe es un asunto personal, e incluirla en este ensayo sobre la Cultura de la Mentira ha sido difícil, sobre todo porque regula el acto íntimo de la muerte y da respuestas a asuntos inefables. Pero es innegable que al menos en las actuales y recientes encarnaciones de las grandes religiones "de libro", los efectos sobre las sociedades, su evolución, riqueza y grados de libertad colectiva, son bien demostrables. Así que es mejor que en ese aspecto los hechos sean los que hablen.


La imagen la encontré en Wikimedia Commons. Political cartoon by JM Staniforth. Commentary on the Diocese of Llandaff employing more moderate churchmen and rejecting those following the recently legislated Ritualism arm of Christianity. 28 de enero de 1899. Autor: Joseph Morewood Staniforth. Está en dominio público. 

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