Estos días
estoy redescubriendo a Gregory La Cava, un director de cine
prácticamente olvidado -no sólo por las nuevas generaciones, sino
por la mía y posteriores; mi casera, una mujer muy simpática y
agradable, que tiene mi edad, me dice que “no ve pelis en blanco y
negro porque la dreprimen”-.
La Cava, a quien el Festival de San
Sebastián dedicó un ciclo hará como 17 años, es una figura clave
del cine norteamericano surgido de la Gran Depresión. Junto a Frank
Capra o Preston Sturges, nos narra, en tono de comedia, un trasunto de la vida
cotidiana de los Estados Unidos en tiempos tan difíciles como
aquellos (y próximos a los actuales, que le ponen de interesante actualidad, por cierto), y lo más importante, fabula, mediante unas tramas llenas
de personajes que sueltan diálogos como ametralladoras, con las
contradicciones de un país que podía ofrecer la peor cara de la
humanidad mientras jugaba a la caridad y la generosidad por el otro
lado.
No voy a entrar en aquellos Estados Unidos que pinta La Cava, pero
sí en la incomodidad que siguen transmitiendo sus retratos. Sus películas te
llevan por una montaña rusa de emociones en la que, como espectador,
las cosas no suelen devenir como esperas, los personajes no se
comportan como mandan las claves de los géneros, y los
acontecimientos se muestran crueles e irónicos. Su cine está lleno
de sarcasmo, y tras los años transcurridos (la época dorada de La
Cava transcurrió entre el mudo y los primeros 40), resulta mucho
más fresco que la mayoría de la comedia norteamericana de entonces (y no hablemos de la actual).
Animador de formación (trabajó durante la primera décdada
del siglo para William Randolph Hearst en su productora de dibujos
animados, donde se inventaron muchas de las técnicas que usan hoy en
día los animadores, junto a gente como Walter Lantz o Pat Sullivan),
era famoso por su trabajo con los actores (y sobre todo con las actrices), por
favorecer la improvisación en ciertos momentos (un detalle que se ha
exagerado posteriormente) y era un borracho. Esas cosas se toleran en
Hollywood, una fábrica en la que la mentira es parte del juego y
donde las conductas antisociales son moneda común y toda una vía de escape (algún día haré
algunos posts sobre mi experiencia personal en Tinseltown), y no
suelen importar a nadie, excepto si causas problemas al estudio que te contrata, y sobre todo
si no le das éxitos. Bueno, y hoy en día a cosas como TMZ.
La Cava viajó entre diversos estudios durante
su carrera, de RKO a Universal, pasando por Columbia o MGM, donde hizo su última película, un musical
protagonizado por un primerizo Gene Kelly en blanco y negro (con coreografías
filmadas por Stanley Donen), en la que aún se puede otear su
tremendo talento para el diálogo ametrallado y el sarcasmo más
acerado. La película, “Vivir a lo grande” ("Living in a big way", 1947), tiene un par de
números musicales de antología. No funcionó en
taquilla, y acabó con la carrera del director.
Cuando se habla
de La Cava (o LaCava, pues firmaba indistintamente de ambas maneras) se habla de dos asuntos, una película,
“Al Servicio de las Damas” ("My man Godfrey", 1936) -maravillosa comedia completamente
desquiciada que sigue siendo tan salvaje como entonces, y es una de las mejores películas norteamericanas de aquella década (la he visto muchas veces, y siempre encuentras algo nuevo ahí)-,
y un concepto, el “screwball comedy”, subgénero de comedia que se supone
él inventó.
Volviendo a la animación -su cuna y la fuente de su formación- mucha de la acción frenética y surrealista del género animado tiene el cine de La Cava. Incluso se deja entrever en alguna de sus películas algo más, como en los créditos de "Al servicio de las damas", realizados con truca de animación, que recorren en una larga panorámica un paisaje de rótulos luminosos neoyorquinos mostrando los nombres de actores y técnicos, y que terminan en el plano inicial de la película, que para sorpresa del espectador, es un vertedero de basuras. No es el único caso. Los créditos de "La muchacha de la quinta avenida" ("5th Ave girl", 1939) están rodados con un juego de transparencias, semejando señales callejeras de Nueva York, en unos tiempos en los que los créditos no eran objeto de atención. Ignoro si alguien ha estudiado esta -posible- faceta del trabajo de La Cava.
Me queda mucho por ver de su filmografía, ya que gran parte de
su cine mudo es inencontrable (sus películas con W. C.
Fields, otro borracho legendario, tienen una pinta estupenda), pero el sonoro está bien cubierto, con films como “Gabriel over the White House” (1933) una extraña película política/fantástica en favor de Franklin D. Roosevelt con Walter Huston que parece hecha ayer, en la que puedes oír
los gritos de los indignados, de los desahuciados o de las víctimas
de las preferentes en las calles (hay una escena antológica en la que el Presidente de los Estados Unidos -Huston- juega alegremente con su hijo en un montaje paralelo con el derrumbe social, económico y moral del país al que presta oídos sordos).
Y están, claro, sus películas protagonizadas por las mejores actrices de aquellos años, como “Primrose Path” (1949), una imposible
comedia de la pobreza con una Ginger Rogers paupérrima,
favorecida por el destino con un padre borracho, una risueña madre puta y una hermanita que va por el mismo camino, o la tremenda y rapidísima
“Damas del Teatro” ("Stage Door", 1937), con Katharine Hepburn interpretando a una arribista, pasando por “The half naked truth” (1932) con
una Lupe Velez que parece el propio retrato de la lascivia, o
“Sucedió una vez” ("She married her boss", 1935), con Claudette Colbert -sí, ya en los años 30, al parecer, los distribuidores españoles retitulaban
imaginativamente las películas tirando de éxitos previos, en este caso del previo fenómeno de "Sucedió una noche" ("It happened one night", 1934) de Frank Capra-, o, claro, "Al servicio de las damas" con una Carole Lombard adorable de puro delirante.
“La chica de la Quinta Avenida”, por su parte, juega como un reverso femenino de “Al servicio de las damas”. En
ella, Ginger Rogers interpreta al factor anárquico que remueve los
cimientos de una familia de millonarios en estado catatónico y les
sirve de catarsis, apenas sin proponérselo. De forma análoga a
William Powell en “Al servicio de las damas”, Rogers aporta el
disparador del cambio, el ingrediente caótico que hace que todas las
cosas empiecen a cambiar en un ambiente viciado. Ingeniosa, llena de diálogos
absolutamente deliciosos (“estas son las consecuencias del
desempleo en las clases altas”), la película de La Cava sigue siendo fresca, perversa y brillante.
Estos y otros títulos nos muestran a un audaz e inteligente director dotado de una capacidad inventiva sorprendente, con un manejo
prodigioso de la dirección de actores, capaz de sacar oro de los
guiones más mediocres, seguramente a costa de agotadores ensayos y maratonianas reescrituras de diálogos. Un director que trabajó para y con lo mejor del Hollywood de los 30 (lo
cual indica la mucha confianza que los Estudios tenían en él,
cediéndole a sus mejores estrellas, y también lo poco que esa
confianza dura) y creó algunos de los más grandes éxitos populares
de aquellos años.
Hay una anécdota de su choque con Irving Thalberg en MGM, quien prefirió apartarse tras un desagradable primer encuentro y dejarle hacer para evitar conflictos; el Maestro tenía sus maneras y era rentable, así que le dejaron hacer mientras la rentabilidad duró.
En el delicioso ensayo de Elizabeth Kendall "La Cava, Lombard, Rogers y Hepburn", publicado en español en el libro conmemorativo del ciclo del Festival de San Sebastián, se recorre la producción de "Al servicio de las damas" y "Damas del teatro", con datos muy reveladores sobre el rodaje de la segunda. El "estilo La Cava", partiendo de un largo proceso de preparación y luego ensayando durante el rodaje por las mañanas con los actores, reescribiendo a la hora del almuerzo (junto a él y los actores trabajaba Morrie Ryskind, colaborador también en el guión de "Al servicio de las damas") y rodando lo escrito por las tardes, creó una obra sorprendente, a contracorriente, y rabiosamente moderna.
En "Damas del Teatro" dos actrices de la aristocracia de Hollywood se enfrentan en dos de los mejores papeles de sus vidas, aunque tuvieran que enfrentarse al reto de memorizar sus textos en pocos minutos antes de rodar, leyendo en ocasiones de manuscritos apenas garabateados (como Hepburn en el monólogo final tras su representación teatral). Eso le pone las pilas a cualquiera.
Este método de trabajo sacó lo mejor de ambas (y de sus compañeros de reparto, como Andrea Leeds, que que nominada al Oscar a la Mejor Actriz Secundaria). En la escena en la que Rogers acusa a Hepburn el ser la causa de un suceso trágico que acaba de ocurrir, la habitual compañera de Fred Astaire realiza una interpretación tan intensa, contenida e inteligente que se sale de la pantalla. Dice Kendall que en el ensayo de la escena los propios técnicos en el estudio del rodaje aplaudieron la actuación de Rogers a rabiar y frases como "tira esas zapatillas de baile", se oyeron desde las tramoyas aquel día -Rogers, una de las personalidades más inteligentes de la industria, y La Cava congeniaban, y repitieron varias veces la experiencia de trabajar juntos: "Primrose Path"y "La muchacha de la Quinta Avenida" fueron los brillantes resultados-. "Damas del teatro" está llena de inteligencia, y sobre todo de mujeres valientes, fuertes, dueñas de sus vidas. Es de las pocas comedias románticas que funciona en contra de la corriente mayoritaria, y sigue siendo un placer disfrutarla.
Katharine Hepburn apenas nombra a "Damas del teatro" en su autobiografía ("Yo misma", editada en castellano por Salvat en 1995), indicando sólo que llegó a ella en un momento de declive en su carrera -para rescatarla por cierto- y que no entendía bien su papel (sin mención alguna al peculiar método de La Cava). Hepburn al parecer era una actriz que no paraba de preguntar y preguntar a sus directores, lo que debió de ser todo un desafío en una película como aquella en la que todo se desarmaba por la mañana para volver a armarse por la tarde. De hecho, la escena del ensayo teatral de la obra ficticia "Enchanted april" que vemos en la película es toda una parodia de la propia Hepburn que ella misma aceptó interpretar, supongo que con agrado.
En el mismo libro editado por Filmoteca
Española hay una selección de declaraciones de La Cava. Estas pueden orientarnos sobre su relación con Hepburn y, tal vez, explicar la
escasa mención que de él hace ella en su autobiografía:
“(Katharine) me ha puesto a prueba un
par de veces. Después de eso nos hemos llevado divinamente. Ella
quiere razones, quiere lógica. Y yo se las doy. Pero ese es el
problema. Está tan completamente dominada por su cerebro que se ha
convertido en una desconocida para sí misma. Le he dicho a Katie que
la conozco mejor, después de pasar una semana juntos, de lo que se
comoce ella misma después de toda una vida. Nunca ha creído que la
auténtica Hepburn sea interesante, así que se ha inventado otra
personalidad para el público. Y ahí se equivoca. La verdadera
Hepburn es encantadora, pero no hay quien consiga convencerla de
eso”.
“Katie se ha ganado muchos enemigos
porque es testaruda. Se hace enemigos con la misma facilidad que
Ginger (Rogers, compañera de Hepburn en el reparto de “Damas del
teatro”) amigos. Eso es malo, porque Katie necesita amigos.”
“Cuando llegó a Hollywood por
primera vez, tenía sus propias ideas sobre lo que debía hacer.
Siguió su propio camino. Su sistema no coincidía con el sistema de
Hollywood, pero era demasiado terca y animosa como para cambiar.
Cuando hieres a una persona, normalmente le sigues haciendo daño a
través de una forma perversa de acto reflejo. Y el abismo entre las
dos partes crece hasta tal punto que no hay manera de superarlo.”
Efectivamente, se diría que la conocía
bien, y que a ella eso no parecía gustarle demasiado...
No dudo, volviendo a sus películas, que el método de trabajo de La Cava fuera una auténtica pesadilla para los directivos de los estudios, necesitados de plantes de trabajo cerrados para poder cuadrar sus presupuestos, pero su trabajo les dio tantos éxitos brillantes y obras sorprendentes, que merecía la pena.
Gregory La Cava, aquel brillantísimo anarquista, terror de los productores y amado por los actores (al menos por la mayoría de ellos), estajanovista de los ensayos, un director que parece ejemplificar la transición entre los años Garbo de un cine repleto de fantasías inalcanzables y las obras pegadas a ciudadanos reales y a personajes con suelas agujereadas que la depresión traería consigo, con el futuro New Deal como esperanza en el horizonte.
Gregory La Cava,
que llegó a dirigir a Irene Dunne armado con una pistola, fomentaba
su imagen de
enfant terrible, y parte de su leyenda ya es
indistinguible de su verdadera biografía. Descubran su obra. Disfrútenla.
El cine en blanco y negro que menos puede deprimirles son sus
comedias, rápidas como metralletas, ácidas y amargas, crueles y dulces, como la vida misma.
Los pósters que ilustran este post los encontré en Wikimedia Commons. Son, respectivamente, de las películas "Al Servicio de las Damas" y "Primrose path". Están protegidos por copyright de sus productores y autores, y se utilizan dentro del concepto de "rational fair use" para ilustrar un artículo que nombra a esas películas en su texto. Puede que parte de su contenido esté en dominio público.