Con una alevosía indigna de un
gobierno occidental, parapetándose tras un espantoso accidente
ferroviario, nuestro Ministro de Economía ha revelado que 36.000
millones de nuestros impuestos, pagados para rescatar a la banca, han
desaparecido para siempre.
Ese dinero no lo veremos jamás. Ha
pasado a otras manos. En una serie de acciones desgraciadas y
profundamente erradas, no se dejó caer a la destrozada banca
española (Cajas y demás), sino que se generaron monstruos
agolpando entidades zombies unas sobre otras creando el gran zombie de Bankia, todo un Boss de final de nivel, imposible de matar. Nadie dijo nada.
Y ahora parece que nadie tampoco va a
decirlo. A razón de 800 Euros por cada español, esto nos ha costado
este dinero tirado a la basura. Nadie ha pagado penalmente este
desastre. El único juez que ha metido en la cárcel a uno de los
responsables del dislate, está a punto de ser expulsado de la
carrera judicial. Mientras tanto, se revela que pésimas decisiones
en contra de la evidencia científica nos están llevando por la peor
senda posible, y que sus responsables políticos siguen en sus
puestos sin que se espere ni siquiera una amonestación, qué menos
una caída de un gobierno completamente incompetente.
Dominados por una oligarquía poderosa, los miembros del gobierno han cometido una acción de una torpeza pasmosa que vamos a pagar muy caro.
Dominados por una oligarquía poderosa, los miembros del gobierno han cometido una acción de una torpeza pasmosa que vamos a pagar muy caro.
Se trivializa la privatización de conceptos que debieran ser sagrados, como la educación y la sanidad, se abandona a instituciones sagradas, como el CSIC, a su suerte, se reniega de la responsabilidad y la transparencia, y una enorme sospecha de una gigantesca trama de corrupción lo mancha todo. Los ciudadanos, paralizados los que pueden hacer algo, paralizados también los que prefieren o no quieren saber, tenemos parte de culpa de todo esto. Unos pocos héroes están en la calle, en las instituciones, en internet, donde sea, clamando porque simplemente seamos un país de occidente.
No me canso de repetir esta cantinela: la ideología es lo peor que hay para legislar. Sea esta religiosa o
política, causa monstruos. Si además, como en este país, se suman
a ello un puñado de poderosos lobbies que orientan el país según su
deseo ante la indiferencia general, el desastre está servido. Un gobierno débil, incompetente (me encantaría poder decir lo contrario), y dolorosamente inculto es pasto de estos cultivadores de relaciones palaciegas y de
pasillos, de asesores de imagen y de tuertos que rodean al ciego, gente vil que parece haber orientado su vida a un absurdo beneficio personal. El resultado ya está costando vidas humanas inocentes y un
sufrimiento inconcebible. Y sigue sin pasar nada de nada.
Me pregunto cuántos desastres más estarán dispuestos a soportar mis conciudadanos.
Y la indignidad del parapeto luctuoso
me merece la más dura de las censuras. Así tampoco. Así tampoco.
La preciosa ilustración que ilustra este artículo la encontré en Wikimeda Commons. Está en la Biblioteca del Congreso. Es el póster para la obra de teatro "The war of wealth", por Charles Turner Dazey. La obra se estrenó el 10 de febrero de 1895. Está en dominio público.