Y para terminar, vuelvo al título de estos textos, que había dejado en el limbo durante meses. Creo que estamos instalados en la vileza; sumergidos, o mejor, ahogados, en una situación perversa en la que millones de ciudadanos son las víctimas de un sistema que teóricamente fue creado para su protección, pero que no está funcionando para ellos, sino para el beneficio de una privilegiada minoría de empresas a las que se permite realizar cotidianamente hurtos, estafas, fraudes de ley y practicar corruptelas, sin que el Estado dé un solo paso por evitarlo. Todo un oligopolio de la desvergüenza.
Esas decisiones, perversas y lesivas, no sólo para las personas, sino para toda la sociedad (pensemos en una estructura humana que crea leyes que no se aplican, y en la que los ciudadanos carecen en la práctica de los derechos que se supone tienen sobre el papel, sin que puedan hacer demasiado por invertir la situación) se dirigen en remoto desde consejos de administración, y cada día que pasa que este estado de cosas se perpetúa, la vuelta atrás se antoja más complicada. Este libro, del que es autor Rubén Sánchez, de FACUA, retrata la magnitud del desastre en la actualidad. Y puede ir a peor.
Al ciudadano le rodea una maraña de instituciones que teóricamente salvaguardan sus derechos, pero que se mueven a un paso desesperantemente lento, y al final resulta que están creadas para convertirse en obstáculos frustrantes: La CNMV y sus multas de risa a las grandes corporaciones, el Banco de España y sus reclamaciones no vinculantes, la CNMC que atiende las reclamaciones contra las telefónicas poniendo toda la carga de la prueba en manos del cliente, la AESA, ante la que hay que reclamar cuando una línea aérea se niega a indemnizarte y que demora durante meses cualquier respuesta, o los departamentos autonómicos de consumo, que como ya demostré en un caso que viví en mis carnes, son poco operativas o inoperantes (eso sí, estando repletas de funcionarios que reciben religiosamente sus nóminas mensuales); juegan a la danza del servicio teórico, que no real, al ciudadano. Todo es un teatrillo al final.
Y el país vive ensimismado mientras todo falla a nuestro alrededor. Las leyes teledirigidas por una voluntad autoritaria, como la Ley Mordaza (aún sin derogar), convierten a los ciudadanos en entes culpables de antemano, o el uso torticero de la justicia con fines políticos (caso de la situación en Catalunya), nos muestran bien a las claras la desnudez del emperador, que nuestra democracia tiene todavía mucho camino que recorrer, y que por ahora se mantiene una situación heredada de la dictadura, y así ha seguido durante los últimos 40 años. Sólo que todo ha ido oscureciéndose poco a poco, y las caretas han ido cayéndose, deterioradas por el paso de los años. El sistema heredado era este: una esfera de "allegados intocables" a los que se beneficia, y luego el resto de las gentes. Esa estructura de "beneficiarios", que pasaron de ser los March, los Huarte, los Koplowitz o los Botín, para luego ser sus herederos, o quienes romaron el relevo, y se convirtieron en los "nuevos allegados" del régimen actualizado y homologado a occidente. Y así están las cosas.
Lo peor de todo esto es que hay soluciones inmediatas, ya que están ahí: se trata en muchas ocasiones de cumplir la legislación, de hacer las cosas bien, de tener valentía, de no poner a incompetentes a dirigir infraestructuras críticas, o en no tapar con ideología lo que deberían ser decisiones bien informadas. Ese último, me temo, es actualmente el peor problema de este país, y una de las fuentes principales de los avatares que sufrimos. Una mezcla desacertada de una nefanda ideología, del principio de Peter de la máxima incompetencia convertido en sistémico, y de una corrupción nacida en el regazo de la dictadura (sistémica también) que goza, lo creamos o no, de excelente salud. Mientras no arreglemos esos tres problemas, poco habrá que hacer. Todo será teatro.
Y es que jamás hemos tenido tantas herramientas para poder instar a que se hagan las cosas bien. El país está lleno de expertos que podrían generar libros blancos repletos de soluciones informadas y científicas para cualquier asunto que tuviéramos que afrontar como colectivo. Las sociedades están suficientemente maduras para afrontar cualquier debate sobre su futuro y su presente. El problema es que la clase política, ignorante en su mayor parte, obediente en su mayoría (a causa del sistema interno de ascenso en los partidos políticos españoles), y como resultando completamente incompetente, no tolera que se le diga lo que tiene que hacer, cuando eso debería ser lo principal en un político: actuar de correa de transmisión entre la ciudadanía que le ha elegido y el Estado. Tan fácil de decir, tan difícil de hacer, al menos en este país.
Todos los abusos a los que me he referido en mis artículos previos de esta serie que termina aquí, y otros que me quedan por comentar, no serían tan comunes si se denunciaran más, y sobre todo, si la prensa se ocupara de ellos, como es su deber. Pero como sabemos, estos asuntos no existen para los periódicos del país.
No es extraño. Toda la prensa en papel actualmente, salvo excepciones de medios online que se cuentan con los dedos de una mano, es propiedad de la gran banca y de los grandes lobbies económicos. No verás un artículo sobre estas pequeñas corruptelas “de sucursal” que se sufren a diario en el BBVA, el Santander o La Caixa en ningún periódico tradicional. Porque viven de ellos. De la misma manera que tampoco leerás, salvo escándalo mayúsculo, nada sobre los recargos ilegales por corte de llamada de Movistar, o sobre los abusos cotidianos de las eléctricas. Y no hablemos de las televisiones, esas fuentes de entretenimiento y escándalo, que trabajan directamente y sin vergüenza alguna para sus pagadores. A pesar de que sus licencias, sobre el papel, incluyen dos palabras que deberían ser su guía de conducta: “servicio público”.
Muchos de esos medios están en quiebra, y se sostienen, mantenidos en una UVI económica, mediante grandes inyecciones de dinero de sus propietarios, que exigen a cambio un control total de sus líneas editoriales. En Europa no hay ejemplo similar de un país con tal proporción de su prensa secuestrada y teledirigida. Y eso es terrible. Porque con ciudadanos mal informados, sólo podemos esperar decisiones colectivas lamentables y erráticas. Tristemente, esto es lo que se fomenta actualmente.
Y España es un país en el que la mitad de la población no lee, según las encuestas, y donde enormes capas de la población siguen eligiendo la televisión para informarse de forma única. La sombra del dictador, la amenaza del "no reclames, no te compliques la vida, no te metas en líos", gravita sobre el subconsciente de muchos ciudadanos, y es parte de una actitud propia de los españoles que no logramos quitarnos de encima.
Vivimos en un país occidental, a pesar de todo. Nuestra situación no es tan mala, pero en España sobreviven viejas formas, viejas maneras bastante tóxicas que están por todas partes. Los que he comentado en estos artículos han sido sólo un pequeño ejemplo de unas pocas. Y todo eso, sumado, es el magma que nos separa realmente de una democracia madura. Y es algo a lo que habremos de hacer frente tarde o temprano.
Porque, si no hacemos algo, todos y cada uno de nosotros, para cambiar las cosas, un día nos despertaremos y alguien habrá tomado el control de nuestras vidas.
Pero qué digo. Si ya lo han hecho...
En fin, que España tiene un enemigo para crecer y progresar, y me temo que lo tiene dentro de sí misma. Algo por otro lado nada extraño en nuestra historia. Sólo que parecemos obstinarnos en repetir los viejos errores.
El poster que ilustra esta imagen es de la película "Executive suite" ("La torre de los ambiciosos", Robert Wise, 1954), un inteligente y actualísimo drama sobre la supervivencia en la jungla interna de una gran corporación.