“Beatísimo Padre,
usted no podrá curar el mundo sino con la proclamación del dogma de
la Inmaculada Concepción. Sólo esta definición dogmática podrá
restablecer el sentido de las verdades cristianas y retraer las
inteligencias de las sendas del naturalismo en las que se pierden”
(Cardenal Luigi Lambruschini, citado en Wikipedia a partir Luis
Baunard -sin referencia a la cita-, en mensaje a Pío IX).
Llevo tiempo
insistiendo en las injerencias, intolerables, que la iglesia católica
en España, comete a diario en la vida cotidiana, política y social del
país. Entre otras muchas, el proyecto de Ley del Aborto del Ministro
Gallardón, aparte de desenmascararle como el fanático relgioso que
es, trae consigo el concepto eclesial de un Estado Católico heredado
de la dictadura franquista que apenas parece haberse enterado del paso del tiempo y el cambio en la sociedad.
Al final de la Guerra
Civil, el beato Franco, hombre poco inteligente pero hábil, se
encontró con la duda de qué modelo elegir para que su país se
condujera en los años venideros. Por comodidad y posiblemente por pereza decidió entregar a una iglesia retrógrada y decimonónica la
administración de la ideología imperante. Aquello fue llamado
Nacional Catolicismo, como contrapunto irónico al Nacional
Socialismo imperante en Alemania y que llevaría a uno de los
momentos más atroces de la Historia humana, la II Guerra Mundial.
En nuestro caso, el
Nacional Catolicismo, como era de esperar, perpetuó las formas feudales en la sociedad española del
Siglo XIX y anteriores, y este país no entró realmente en el siglo XX hasta, posiblemente sus
últimos 40 años. Ese pernicioso efecto creó una forma de pensar y
de conducirse que impregna como un lodo a toda la sociedad española
actual. Somos, lo queramos o no, los herederos de esas formas viejas, miserables y oscuras. Y la prueba de ello es cómo el país se
conduce, manso e indeciso, en tiempos críticos como los actuales, y
cómo las viejas formas y los más rancios modos siguen siendo los
dominantes.
Pero no me meteré en
eso, que es muy largo de explicar, y de todas maneras ya lo he
comentado en otras ocasiones. Voy a la Iglesia Católica y su
continuo entrometimiento en la vida personal de los españoles, con
la aquiescencia de un Gobierno, el actual, que confunde legislación
con moral personal, y que quiere a toda costa imponer su forma de ver
el mundo a todo un país.
Voy a ello por el
absurdo originario de los dogmas eclesiales que llevan a esas normas.
La visión ultracatólica del aborto, profundamente acientífica y
supersticiosa, proviene directamente de un Dogma católico
prefabricado hace relativamente poco tiempo, en 1854.
Asustado por la
extensión entre los ciudadanos cultivados de entonces de la
“filosofía natural” y de las “ciencias experimentales”, todo
ello llamado “naturalismo”, algo que generaba para la iglesia la
pérdida de fieles y el cuestionamiento de sus normas de conducta, el
Papa Pio IX instauró el Dogma de la Inmaculada Concepción de María (véase la cita que abre este artículo). Previamente el asunto de la
Inmaculada Concepción no era sujeto de Dogma, y la iglesia había
sobrevivido así sin problema durante casi dos milenios.
Este Dogma explica que
Jesucristo fue concebido de forma milagrosa en la Virgen, su madre,
por “obra y gracia” del Espíritu Santo (una de las tres
personalidades divinas, por cierto otro invento previo de la
maquinaria eclesiástica; merecería la pena un día poner negro sobre blanco el origen de toda esta forma de ver la metafísica, que viene de un gigante llamado Aristóteles, un filósofo pagano que vivió siglos antes de Cristo, y que la iglesia del primer milenio integró en su doctrina básica, algo que casi todos los católicos prefieren ignorar), careciendo del pecado original que la
Humanidad arrastraba desde los tiempos de Adán y Eva. No podía ser
menos al tratarse del Hijo de Dios hecho carne.
Esto permite colegir que el
ser humano desde el momento de su concepión en el vientre materno
es acto, es decir, es ser humano.
Esta forma de pensar obligatoria ha
acompañado a los Católicos durante el siglo y medio transcurrido desde el
establicimiento del dogma (otras ramas de la Iglesia Cristiana, como
los Protestantes, no aceptan este Dogma, entre otros, pese a que
Lutero se mostraba en sus escritos fascinado por el concepto, y su vida transcurrió siglos antes de la dogmatización del asunto) y les lleva a su modelo de concepción de la vida humana en el vientre
materno (”desde el mismo instante de la concepción,
por singular privilegio de Dios”, según el texto, Dios estaba en
el vientre de la Virgen María en la forma de su hijo).
Es decir, en
un asunto que la ciencia ha resuelto durante el Siglo XX, la Iglesia
se conduce por un dogma generado en tiempos previos a los
descubrimientos científicos que llevaron a la resolución del
problema.
En pocas palabras, si
le preguntas a un católico informado y practicante sobre el origen
de sus ideas respecto al aborto, te remitirá a la Inmaculada
Concepción de María. Ese será su esquema de cosas. Si le
cuestionas el asunto mediante la información científica disponible,
que, insisto, ha resuelto el problema desde hace décadas, se
revolverá insistiendo en el Dogma.
El católico no se
planteará, por ejemplo, por qué niega el catolicismo los datos científicos, o lo más grave, el papel que otorga el Dogma a la
mujer, que relega a un mero receptáculo de la semillia divina; a ser una cosa que se
limitó a llevar en el vientre al Hijo de Dios, y a quien nadie
consultó si quería o no llevarlo -obsérvese que, si bien la Inmaculada Concepción no atiende a la virginidad de María, su propio nombre “Virgen María” implica una condición virginal necesaria, y que su condición de Madre de Dios le viene impuesta-.
En fin, partiendo de mi
concepto de que todo eso no es más que un castillo de naipes, un cuento parcheado por
sucesivos Concilios, como todo el catolicismo, la pregunta es si una fábula debe de guiar las vidas humanas
en las sociedades actuales.
El propio texto del
Dogma, termina así:
“... afirmamos y pronunciamos que la doctrina
que sostiene que la Santísima Virgen María fue preservada inmune de
toda mancha de culpa original desde el primer instante de su
concepción, por singular privilegio y gracia de Dios Omnipotente, en
atención a los méritos de Cristo-Jesús, Salvador del género
humano, ha sido revelada por Dios y por tanto debe de ser firme y
constantemente creída por todos los fieles. Por lo cual, si alguno
tuviere la temeridad, lo cual Dios no permita, de dudar en su corazón
lo que por Dios ha sido definido, sepa y entienda que su propio
juicio lo condena, que su fe ha naufragado y que ha caído de la
unidad de la Iglesia y que si además osasen manifestar de palabra o
por escrito o de otra cualquiera manera externa lo que sintieren en
su corazón, por lo mismo quedan sujetos a las penas establecidas por
el derecho” (Bula Inefabilis Deus).
Obsérvese la amenaza,
y cómo fácilmente el Dogma puede pasar a “las penas establecidas
por el derecho”, que si bien se refiere al Derecho Canónico -negar
un dogma implica excomunión-, se extrapola con total irresponsabilidad en España al Derecho
general, Gallardón y similares mediante.
En la mayoría de los
Estados de nuestro entorno, este debate entre Iglesia y Estado
terminó hace muchos años, y se ha colocado a las iglesias en el
lugar que les corresponde: el de las conciencias personales de sus
fieles. En España seguimos en otro siglo.
La prueba definitiva de que la España decimonónica,
autoritaria, pía y negra sigue plenamente viva, es que tapados
ultrarreligiosos como Ruiz Gallardón lleguen a ser Ministros de
Justicia saltándose todos los filtros y acaben generando objetos inefables como su Proyecto de Ley del Aborto, que no sólo va
en contra de toda la norma sanitaria y de puros derechos humanos de
Occidente, sino que mueve al asombro a cualquier observador neutral,
y ha despertado viejos fantasmas en una sociedad que había elegido
cerrar el asunto y consensuado una legislación acorde a nuestro
entorno civilizado.
Ahora, los fanáticos vuelven a la calle, las
manifestaciones frente a las clínicas donde se practican
abortos, los crecidos obispos soltando furibundas
alaracas preconciliares, las amenazas e insultos de los más
radicales a la mayoría ciudadana se multiplican. Todo eso es causado por la pésima
gestión de su cargo de Ruiz Gallardón, un hombre que parece vivir
en otro planeta, en otro lugar y sobre todo en otro tiempo, a pesar
de que te lo cruces por las calles de Madrid paseando a su perro,
como si fuera una persona normal, y no un obseso religioso que
pasea dentro de una burbuja mental, moral y social.
Una de las muchas cosas
pendientes que tiene España para entrar en el siglo cronológico en
el que vive todo nuestro entorno occidental es romper con estos, poderosos
todavía, restos de un pasado que creíamos olvidado, pero que seguía
ahí, agazapado, en las esquinas oscuras, húmedas y siniestras de
las iglesias y los confesionarios.
En España no ha terminado el
Siglo XX, ni mucho menos, el XIX.
Hoy en Madrid se manifiestan miles de personas llegadas en el Tren de la Libertad. Ojalá paremos esto lo antes posible.
Hoy en Madrid se manifiestan miles de personas llegadas en el Tren de la Libertad. Ojalá paremos esto lo antes posible.
El poster, que muestra al mago Harry Kellar realizando un truco de levitación, es de 1894 y consta como autor en Wikimedia Commons la empresa Storbridge Lithography, Co. Una pena que no haya datos sobre el pintor. Está en dominio público y proviene de los Archivos de la Librería del Congreso.