jueves, 3 de octubre de 2013

Matar al Padre (a propósido de "Imitación a la Vida")

He estado comparando las dos versiones de “Imitación a la vida” y leyendo algo sobre ellas. Melodrama sobre el racismo y sus secuelas en el corazón de la gente, las dos versiones son “Imitación a la vida” (“Imitation of life”, John M. Stahl, 1934), e “Imitación a la vida” (“Imitation of life”, Douglas Sirk, 1959).


 Claudette Colbert, Beatrice Pullman en la primera versión, de Stahl

  Louise Beavers, Delilah Johnson en la primera versión, de Stahl

 Lana Turner, Lora Meredith en la versión de Sirk

  Juanita Moore, Annie Johnson en la versión de Sirk

La primera fue protagonizada por Claudette Colbert en blanco y negro y formato académico, la segunda con Lana Turner como primera actriz, en Technicolor de un negativo, y en formato Panavision -por cierto, no es el único caso en el que Sirk rehizo una película de Stahl, pues también hizo el remake de “Sublime Obsesión”, siendo en aquel caso menos fiel al libreto original, lo que, advierto, no quiere decir nada malo de las dos nuevas versiones-.

Son excelentes películas, y es la segunda la que más me ha despertado esa lectura sobre cómo las heridas y los daños que nos hacemos pasan entre generaciones y marcan períodos muy largos de tiempo, condicionando vidas, destinos, decisiones personales íntimas, y futuros enteros de naciones. La versión de Sirk es más melodramática, folletinesca y tiene momentos explosivos, mientras que la primera, sorprendentemente, es más naturalista y sencilla (tal vez por su proximidad a los tiempos de la Gran Depresión). Sirk tiene más subtramas que alargan el metraje (el enamoramiento entre Susie y Steve, la degradación de Sarah Jane en búsqueda y negación de sí misma). Si en la primera versión el Macguffin que lleva a la riqueza a la protagonista son las tortitas elaboradas por su amiga-doncella, en la segunda, nos es presentada como una ambiciosa actriz teatral que lucha para conseguir el lugar que cree merecer en el mundo del espectáculo. Es curioso que una escena que pudiera ser leída de forma muy peculiar hoy en día, se mantenga en las dos versiones, y es el momento de intimidad del masaje en los pies.


  La escena del masaje en los pies se mantiene en las dos versiones

El ejemplo que reflejan estos dos extraordinarios melodramas nos lleva a las heridas, aún sin cerrar, de generaciones de norteamericanos que han visto sus derechos civiles convertidos en papel mojado por el color de su piel, algo que podríamos aplicar perfectamente hoy en día a nuestro propio país, y no sólo a la discriminación racial, sino a la religiosa, o a la causada por la tendencia sexual, incluso la laboral o la económica. La Humanidad parece llevar ese camino entre la animalidad y la civilización en una discordia que sigue y sigue y se antoja eterna.

Estas dos películas son norteamericanas (si bien dirigidas por dos inmigrantes), y se refieren a un problema, el del racismo, el odio al diferente, que sigue marcado a fuego en aquella nación, que sigue causando tragedias, frustrando vidas y lastrando libertades aún hoy en día. Porque los sucesos acaban afectando a todas las generaciones venideras, algo que demasiado a menudo prefiere obviarse, al menos en ciertos sectores interesados en ello. El odio al comunismo, creado por una oligarquía económica en Estados Unidos y que llevó a la Guerra Fría (traicionando los acuerdos de Yalta, por cierto), habita perenne actualmente en los sectores más conservadores de las sociedades occidentales. Los estragos causados por las dos Guerras Mundiales del Siglo XX condicionan actualmente las vidas de miles de millones de ciudadanos. Las simples bombas perdidas en nuestra Guerra Civil siguen matando personas, como las minas antipersona abandonadas en Camboya o Ruanda. 



 
   Las hijas de las dos mujeres en las dos versiones

Y eso me lleva a mi país, y a los tiempos que vivimos, en los que comprobamos a diario que las decisiones que toman quienes están al mando no son las más indicadas, viniendo dictadas desde otras instancias (Europa, FMI, BCE) que parecen estar empeñadas en convertir este viejo continente en un lugar infeliz, explotado y desolado; algo bastante triste en una tierra donde algunas de las libertades de las que disfutamos nacieron. Pero ese es un problema que los europeos habremos de enfrentar tarde o temprano. El problema de España es, creo, que no hemos decidido matar al padre, no hemos aceptado nuestro propio edipo y no nos hemos hecho adultos.

Fredi Washington, Peola Johnson en la versión de Stahl, era afroamericana

Susan Kohner, Sarah Jane en la versión de Sirk, era hija de Lupita Tovar, 
y por tanto de ascendencia mexicana

¿A qué padre me refiero? ¿Qué padre los españoles no han enfrentado aún? Hace unos días un amigo se mostraba asombrado cuando le decía que seguimos viviendo el franquismo. España no pasó por catarsis revolucionaria alguna, una cruenta y absurda guerra civil nos hirió causando un trauma colectivo y para colmo fue ganada por el bando equivocado, lo que nos mantuvo en el Siglo XIX durante la mayor parte del siglo pasado, y la influencia franquista, heredera de las oligarquías de los terratenientes del siglo previo, y de sus represiones judiciales, paramilitares y religiosas ha seguido hasta nuestros días, hiriendo a generaciones de españoles sin tregua. 

El modelo clientelar, los favores entre familias favorecidas por el régimen, las sagas políticas inacabables, el nepotismo institucionalizado, la corrupción eterna, todo ello es herencia directa de los modos previos a la democracia que nos quisimos dar en 1979 con una nueva Constitución. Podría añadir otros asuntos, como la monarquía, el trato de favor que recibe la Iglesia Católica en todos los aspectos, la pervivencia de viejos modos, burocracias abstrusas, medios controlados, represión, leyes decimonónicas, privilegios empresariales y sociales, la ausencia fáctica de una separación de poderes, la completa falta de transparencia, la condición del político profesional como herencia a la condición de privilegio que otorgaba la sangre nobiliaria o la aplicación sistemática, en lo oficial y en lo privado, del viejo y cruel adagio de “Al amigo, todo, al enemigo, ni agua, y al indiferente, la legislación vigente”, o la ausencia completa de una cultura del mérito, que tanto daño han hecho y hacen. Si a esto añadimos una población ágrafa y aletargada, que desea intensamente cumplir aquel viejo consejo del dictador, “hágame caso, no se meta en política”, deformada por una educación castrante, o unos esquemas de funcionamiento en los partidos políticos en los que llegan arriba los más capaces de funcionar dentro del aparato, que no los más capaces, el retrato del franquismo heredado en el momento presente es escalofriante y terriblemente real. Y está por todas partes. España vive viciada respirando los hedores de los gases putrefactos del franquismo.

Creo que España ha de decidirse a matar al padre de una vez, liberarse de las cadenas de estos viejos modos que sólo traen infelicidad y desastre, que nos han llevado a una burbuja extra sobre la que ya sufrimos (las recalificaciones a partir de 1996, así como el supremo poder de la banca y ciertas fortunas son generatrices de la burbuja inmobiliaria, que es única de nuestro país y se sumó a la internacional generada por las Subprimes; a pesar de la catástrofe nada se ha hecho para cambiar el desastroso modelo económico utilizado, y se sigue legislando para que las cosas vuelvan a su cauce cuando todo pase, cuando esto no va a pasar, perdiéndose ocasiones vitales para renovar legislaciones), así como a corralitos disimulados como las Preferentes y otros regalos envenenados a una población espantada, nos muestran, ahora sin que nada los tape, gracias a la crudeza de la crisis, los pésimos cimientos de esta democracia que creímos regalarnos y no fue más que un paso adelante para que los que antes mandaban siguieran mandando. 

No sé de país que haya matado al padre sin sangre, pero creo que puede hacerse. Salir del franquismo en el que estamos sumergidos va a costar dolor, tiempo, y mucha inteligencia, generosidad, capacidad moral de ponerse en el lugar del otro (de los otros), y coraje. La actual casta política, transversalmente toda ella heredera “del padre”, no es la más capaz para afrontar una gesta como la que nos espera, que implicará desde renovar toda la legislación del país hasta cambiar la intocable Constitución, en una tierra en la que, a poco que nos mostramos en desacuerdo, estallan guerras fratricidas (no olvidemos que estamos en el mayor período continuado de paz de toda nuestra historia).

Seguimos viviendo (con la inestimable contribución de los mass media) en dos bandos irreconciliables a los que el bipartidismo contribuye, sin cerrar las heridas ni perdonar los muertos que unos causaron a otros, casi siempre vecinos, caciques, herederos de las viejas castas, oportunistas y malvados que medraron en la dictadura y que en algunos casos siguen dominando las tierras que heredaron. A todos ellos les conviene que todo siga igual, pero se han empezado a topar con una ciudadanía, o al menos una parte de ella, que está formada intelectualmente, que sabe cuales son sus derechos y está dispuesta a luchar por los logros que tanto costaron a los que vinieron detrás. Porque ese sacrificio de generaciones sería de villanos condenarlo a la indigencia, hemos de liberarnos de las viejas formas, e intentar volver a fundar este país.

No sé si lo lograremos, pero todo pasa por el primer sacrificio: matar al padre, cuya agonía ya dura demasiado. Estamos tardando.


Las imágenes que ilustran este artículo pertenecen a las películas (“Imitación a la vida” (“Imitation of life”, John M. Stahl, 1934), e “Imitación a la vida” (“Imitation of life”, Douglas Sirk, 1959). Se incluyen para ilustrar el comentario dentro del derecho de cita con fair use.

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