Las exigencias que la sociedad actual vierte sobre el ciudadano, aparte de sus obligaciones familiares y personales o para con el Estado (impuestos sobre todo), se multiplican ahora en la Cultura de la Mentira, y añaden tareas sobrevenidas para poder sobrevivir en un ecosistema repleto de información distorsionada, sin que, por otro lado, los gobiernos que le instan a cumplir con sus obligaciones tributarias hagan demasiado para cambiar la situación. Me explicaré.
El ciudadano actual habita en un ambiente que se ha ido volviendo paulatinamente más y más hostil, debe de ser experto en leyes, ejercer de abogado para defender sus derechos ante megacorporaciones cada vez más opacas, tener conocimientos de medicina y bioquímica ante los falsos anuncios de propiedades cuasi curativas de lo que no son más que preparados lácteos fermentados, o ser un experto en informática y telecomunicaciones para poder entender la letra pequeña de los contratos de las empresas que le dan acceso a la llamada sociedad de la información. Pero además ha de poseer una estabilidad psicológica a prueba de bomba y conocimientos de retoque de imagen digital para poder distinguir la falsa imagen con la que los mass media le bombardean a diario y le machacan como objetivo de belleza inalcanzable. La vida es muy complicada en la Cultura de la Mentira, porque cada vez es más difícil poder reconocer la falsedad. Los anunciantes recurren a falsa terminología científica y en ocasiones venden productos sin el menor efecto sobre la salud a sabiendas de que no hacen nada, como es el caso de los citados productos cosméticos o los homeopáticos, un ejemplo perfecto de cómo la mentira es tan poderosa que ahora mismo es imposible bajar de su posición de poder a Boiron y otras multinacionales de la homeopatía que no hacen otra cosa que vender agua y azúcar en grageas sin una sola prueba científica a su favor, en farmacias, el supuesto centro intocable del saber curativo para los ciudadanos, y que de un tiempo a esta parte se ha llenado de pomadas milagrosas y curas imposibles, en otro ejercicio de puro cinismo y de mentira tolerada.
Todo esto también tiene mucho que
agradecer a la ignorancia de las clases políticas. Si sobrevivir en
la Cultura de la Mentira sin convertirse en un esclavo de la compra o
la elección compulsiva requiere una sólida formación cultural,
cualquier estadística sobre los políticos en ejercicio muestra graves
carencias formativas en generaciones de ellos. Eso convierte al
potencial legislador en alguien fácilmente manipulable por lobbies
de presión y solícito a la leve y cariñosa admonición del "déjanos
a nosotros, que somos los que entendemos" o al letal "dejad
al mercado que se autorregule" que tanto daño causa por
doquier.
Ejemplos especialmente terribles, por
afectar a vidas humanas, son la industria del tabaco, la del alcohol,
la del juego y la de la pornografía. Todas ellas son partidarias de
la desregulación máxima de sus actividades, y todas ellas son causa
potencial acreditada de gravísimos perjuicios a la sociedad. El
tabaco, convirtiendo en adictos sin libre albedrío a casi un tercio
de la población de España, y por tanto sujetos fácilmente
manipulables, amén de con una esperanza de vida limitada a causa del
letal consumo que ejercen. Por otro lado, la industria alcoholera,
que sigue siendo tratada con una inexplicable mano de seda por los
legisladores -la publicidad de alcohol sigue siendo posible, por
ejemplo- cuando se sabe perfectamente que es la principal causa de la
violencia social, el absentismo laboral y las muertes prematuras
-tras el tabaco y el tráfico-. El juego mantiene también una
extraña situación de privilegio (recientemente aún más con el
advenimiento de las apuestas por internet). En todos los casos, ya sea recurriendo a carísimos
bufetes, cabildeando durante el proceso de construcción de la
legislación -el archiconocido el caso de la Ley del Vino, que nació
muerta por presiones de los fabricantes en 2009, o el reciente caso
de la presión a los gobiernos de Madrid y Barcelona para la creación
de una isla legislativa para el proyecto Eurovegas son buenos
ejemplos de ello, así como la intolerable presión que ha ejercido
el poderoso lobbie tabaquero ante Bruselas durante la confección de
la nueva Ley de productos del tabaco, a la que me he referido en un
post anterior-.
Curiosamente, en todos los casos de
estas grandes industrias de la mentira, todas ellas son causa de
graves lesiones en la salud personal y social, y son a su vez
generadoras de graves adicciones: Tabaquismo, alcoholismo, ludopatía... Sintomáticamente, estas, llamémoslas industrias
de la adicción son grandes ejemplos de la Cultura de la Mentira.
Obviamente, su publicidad nunca habla de los millones de muertos que
causa el tabaco, del delirium tremens, de la familias arruinadas por
padres ludópatas o de cómo la adicción a la pornografía es la
principal causa del salto al consumo de pornografía infantil en
internet. En todos los casos, el modelo publicitario vende una gran
mentira de recompensa rápida, estatus social, ganancias rápidas o
placer inmediato (El “lo quiero y lo quiero ahora” campa a sus
anchas en internet).
En este sentido, la Cultura de la
Mentira ha contribuido a convertir a estas industrias que comercian con
materiales socialmente peligrosos en intocables grupos de presión.
Sólo la industria tabaquera ha tenido que recular un poco en sus
presiones a naciones y gobiernos ante la incontestable realidad
científica de que su producto acaba con la vida de la mitad de sus
consumidores antes de tiempo. Sin embargo, estos cuatro casos son
buenos ejemplos: venden lo contrario de
lo que anuncian, su desaparición o cuanto menos regulación sólo
traería beneficios a la sociedad y sin embargo permanecen intocables
por privilegios que sólo pueden ser adjudicados a puro y simple
poder, ya sea este económico o político. Un ejemplo: el tráfico
causa unos 2.500 muertos al año por accidentes en España, y varias
campañas publicitarias de la DGT ayudan a luchar contra ello. El
tabaquismo mata a casi 60.000 españoles en el mismo período de
tiempo. Pues bien, el Ministerio de Sanidad no ha emprendido ni una
sola campaña de anuncios similares a los de la DGT contra el
tabaquismo jamás, cuando el tabaco mata a 24 veces más españoles
al año que el tráfico.
La imagen está en Wikimedia Commons. Anuncio de Munsingwear, una marca de camisas, en la revista Life Magazine, con el jugador de béisbol Ed Mathews. Año: 1958. Está en dominio público.