Una sociedad anestesiada como la nuestra creo que es el resultado de esta combinación de una democracia demasiado joven, la herencia española de su cultura católica y de las generaciones educadas durante la dictadura, y la tradicional picaresca. En España mentir está bien visto. Engañar al otro es un valor añadido, como lo es hurtar algo en los hoteles o defraudar al fisco. El ciudadano español aún pregunta a sus clientes si prefieren "con o sin factura", y en resumen, vive en un autoengaño perpetuo: él no es la sociedad. Él no tiene que ver con el colectivo. El resultado es un país con las mayores bolsas de fraude fiscal de Europa, con una evasión de impuestos galopante y un impresionante tráfico de dinero no controlado. Pero el statu quo no es fácil de cambiar. Sobre todo porque este estado de cosas beneficia a ciertos colectivos a los que beneficia la opacidad. Los grandes caudales de dinero negro actúan de sombra ocultadora para el lavado de ingentes cantidades, y así, generaciones de relaciones clientelares entre gobiernos locales y visitantes interesados, han creado una compleja trama de intereses que atraviesa el país.
Así, no es extraño que, al contrario
que ocurre en otras naciones regidas por la moral protestante, en la
católica España la verdad y el Estado de Derecho no sean valores
precisamente primordiales. En nuestro país la verdad está
condicionada a la línea editorial del medio que la publica, esto es, de lo que mande el que paga el medio. Y como
sabemos, el segundo diario de mayor tirada del país ha estado
manteniendo contra viento y marea una delirante teoría de la
conspiración relacionada con los atentados del 11 de marzo de 2004
absolutamente indigna de un medio con ese prestigio, pero que ha
recibido apoyo por parte de medios orientados hacia el lado más
conservador que han convertido esa conspiración en arma política contra sus enemigos políticos -en España el rival político es siempre enemigo-. El delirio estalla cuando se habla de periodismo de
investigación respecto a esas teorías dementes. ¿Puede existir un
periodismo independiente en un país como España en el que los
medios de comunicación están controlados o bien por reinos de
taifas políticos o por poderosos accionistas económicos, y más aún en unos
tiempos de crisis económica que ha generado una crisis del mismo modelo de prensa? ¿Se
ha planteado la profesión periodística su importantísima
responsabilidad en la creación de la Cultura de la Mentira? ¿Puede un país
sobrevivir con una prensa que busca bandos y confrontación ciudadana
antes que compromiso social? ¿Quién se beneficia con ello? ¿Es
consciente ese colectivo del daño irreparable que se hace a
generaciones enteras de ciudadanos a los que se está sumergiendo en
una absurda batalla de buenos y malos, de "conmigo o contra mi"? Como en tantas cosas, lo más
probable es que los responsables últimos de este estado de cosas ni
se hayan planteado esas preguntas, pues ellos mismos son víctimas de
la Cultura de la Mentira.
Para la historia y las hemerotecas
quedan ejemplos como el delirio de las portadas del diario La Razón,
un periódico reconvertido en panfleto pro-gubernamental que se ha
instalado en su propia parodia. A veces me cuesta distinguir la
portada diaria de La Razón de la del mensual satírico Mongolia. El nivel
ha llegado a extremos demenciales.
La imagen la encontré en Wikimedia Commons. Anuncio publicado en la prensa cubana de La Habana, en 1839. En el mismo anuncio se venden negros esclavos, caballos y sanguijuelas. Fuente: "Memoria del fuego: el siglo del viento", Eduardo Galeano, ed. Siglo XXI de España, 1986. Está en dominio público.
La imagen la encontré en Wikimedia Commons. Anuncio publicado en la prensa cubana de La Habana, en 1839. En el mismo anuncio se venden negros esclavos, caballos y sanguijuelas. Fuente: "Memoria del fuego: el siglo del viento", Eduardo Galeano, ed. Siglo XXI de España, 1986. Está en dominio público.