He estado comparando las dos versiones
de “Imitación a la vida” y leyendo algo sobre ellas. Melodrama
sobre el racismo y sus secuelas en el corazón de la gente, las dos
versiones son “Imitación a la vida” (“Imitation of life”, John
M. Stahl, 1934), e “Imitación a la vida” (“Imitation of life”,
Douglas Sirk, 1959).
Claudette Colbert, Beatrice Pullman en la primera versión, de Stahl
Louise Beavers, Delilah Johnson en la primera versión, de Stahl
Lana Turner, Lora Meredith en la versión de Sirk
Juanita Moore, Annie Johnson en la versión de Sirk
La primera fue protagonizada por Claudette Colbert
en blanco y negro y formato académico, la segunda con Lana Turner
como primera actriz, en Technicolor de un negativo, y en formato
Panavision -por cierto, no es el único caso en el que Sirk rehizo
una película de Stahl, pues también hizo el remake de “Sublime
Obsesión”, siendo en aquel caso menos fiel al libreto original, lo
que, advierto, no quiere decir nada malo de las dos nuevas
versiones-.
Son excelentes películas, y es la segunda la que más me
ha despertado esa lectura sobre cómo las heridas y los daños que
nos hacemos pasan entre generaciones y marcan períodos muy largos de
tiempo, condicionando vidas, destinos, decisiones personales íntimas,
y futuros enteros de naciones. La versión de Sirk es más melodramática, folletinesca y tiene momentos explosivos, mientras que la primera, sorprendentemente, es más naturalista y sencilla (tal vez por su proximidad a los tiempos de la Gran Depresión). Sirk tiene más subtramas que alargan el metraje (el enamoramiento entre Susie y Steve, la degradación de Sarah Jane en búsqueda y negación de sí misma). Si en la primera versión el Macguffin que lleva a la riqueza a la protagonista son las tortitas elaboradas por su amiga-doncella, en la segunda, nos es presentada como una ambiciosa actriz teatral que lucha para conseguir el lugar que cree merecer en el mundo del espectáculo. Es curioso que una escena que pudiera ser leída de forma muy peculiar hoy en día, se mantenga en las dos versiones, y es el momento de intimidad del masaje en los pies.
La escena del masaje en los pies se mantiene en las dos versiones
El ejemplo que reflejan estos dos
extraordinarios melodramas nos lleva a las heridas, aún sin cerrar,
de generaciones de norteamericanos que han visto sus derechos
civiles convertidos en papel mojado por el color de su piel, algo que
podríamos aplicar perfectamente hoy en día a nuestro propio país,
y no sólo a la discriminación racial, sino a la
religiosa, o a la causada por la tendencia sexual, incluso la laboral o la económica. La Humanidad
parece llevar ese camino entre la animalidad y la civilización en
una discordia que sigue y sigue y se antoja eterna.
Estas dos películas son norteamericanas (si bien dirigidas por dos inmigrantes), y se refieren a un problema, el del racismo, el odio al diferente, que sigue marcado a fuego en aquella nación, que sigue causando tragedias, frustrando vidas y lastrando libertades aún hoy en día. Porque los sucesos acaban afectando a todas las generaciones venideras, algo que demasiado a menudo prefiere obviarse, al menos en ciertos sectores interesados en ello. El odio al comunismo, creado por una oligarquía económica en Estados Unidos y que llevó a la Guerra Fría (traicionando los acuerdos de Yalta, por cierto), habita perenne actualmente en los sectores más conservadores de las sociedades occidentales. Los estragos causados por las dos Guerras Mundiales del Siglo XX condicionan actualmente las vidas de miles de millones de ciudadanos. Las simples bombas perdidas en nuestra Guerra Civil siguen matando personas, como las minas antipersona abandonadas en Camboya o Ruanda.
Las hijas de las dos mujeres en las dos versiones
Y eso me lleva a mi país, y a los
tiempos que vivimos, en los que comprobamos a diario que las decisiones que toman quienes
están al mando no son las más indicadas, viniendo dictadas desde
otras instancias (Europa, FMI, BCE) que parecen estar empeñadas en
convertir este viejo continente en un lugar infeliz, explotado y
desolado; algo bastante triste en una tierra donde algunas de las
libertades de las que disfutamos nacieron. Pero ese es un problema que los
europeos habremos de enfrentar tarde o temprano. El problema de
España es, creo, que no hemos decidido matar al padre, no hemos aceptado nuestro
propio edipo y no nos hemos hecho adultos.
Fredi Washington, Peola Johnson en la versión de Stahl, era afroamericana
Susan Kohner, Sarah Jane en la versión de Sirk, era hija de Lupita Tovar,
y por tanto de ascendencia mexicana
¿A qué padre me refiero? ¿Qué padre los españoles no han enfrentado aún? Hace unos días un amigo se mostraba
asombrado cuando le decía que seguimos viviendo el franquismo.
España no pasó por catarsis revolucionaria alguna, una cruenta y
absurda guerra civil nos hirió causando un trauma colectivo y para colmo fue ganada por el bando equivocado, lo que nos mantuvo en el Siglo XIX durante la mayor
parte del siglo pasado, y la influencia franquista, heredera de las
oligarquías de los terratenientes del siglo previo, y de sus represiones judiciales, paramilitares y religiosas ha seguido hasta
nuestros días, hiriendo a generaciones de españoles sin tregua.
El modelo clientelar, los favores entre familias favorecidas por el régimen, las
sagas políticas inacabables, el nepotismo institucionalizado, la
corrupción eterna, todo ello es herencia directa de los modos
previos a la democracia que nos quisimos dar en 1979 con una nueva
Constitución. Podría añadir otros asuntos, como la monarquía, el
trato de favor que recibe la Iglesia Católica en todos los aspectos,
la pervivencia de viejos modos, burocracias abstrusas, medios controlados, represión, leyes
decimonónicas, privilegios empresariales y sociales, la ausencia
fáctica de una separación de poderes, la completa falta de
transparencia, la condición del político profesional como herencia a la condición de privilegio que otorgaba la sangre nobiliaria o la aplicación sistemática, en lo oficial y en lo privado, del viejo y cruel adagio de “Al amigo, todo,
al enemigo, ni agua, y al indiferente, la legislación vigente”, o la ausencia completa de una cultura del mérito, que
tanto daño han hecho y hacen. Si a esto añadimos una población
ágrafa y aletargada, que desea intensamente cumplir aquel viejo consejo
del dictador, “hágame caso, no se meta en política”, deformada por una educación castrante, o unos
esquemas de funcionamiento en los partidos políticos en los que llegan arriba los más capaces de
funcionar dentro del aparato, que no los más capaces, el retrato del
franquismo heredado en el momento presente es escalofriante y terriblemente real. Y está por todas partes. España vive viciada respirando los hedores de los gases putrefactos del franquismo.
Creo que España ha de decidirse a matar al
padre de una vez, liberarse de las cadenas de estos viejos modos que sólo traen
infelicidad y desastre, que nos han llevado a una burbuja extra sobre
la que ya sufrimos (las recalificaciones
a partir de 1996, así como el supremo poder de la banca y ciertas
fortunas son generatrices de la burbuja inmobiliaria, que es única
de nuestro país y se sumó a la internacional generada por las
Subprimes; a pesar de la catástrofe nada se ha hecho para cambiar el desastroso modelo económico utilizado, y se sigue legislando para que las cosas vuelvan a su cauce cuando todo pase, cuando esto no va a pasar, perdiéndose ocasiones vitales para renovar legislaciones), así como a corralitos disimulados como las Preferentes y
otros regalos envenenados a una población espantada, nos muestran,
ahora sin que nada los tape, gracias a la crudeza de la crisis, los
pésimos cimientos de esta democracia que creímos regalarnos y no
fue más que un paso adelante para que los que antes mandaban
siguieran mandando.
No sé de país que haya matado al padre sin
sangre, pero creo que puede hacerse. Salir del franquismo en el que
estamos sumergidos va a costar dolor, tiempo, y mucha inteligencia,
generosidad, capacidad moral de ponerse en el lugar del otro (de los
otros), y coraje. La actual casta política, transversalmente toda
ella heredera “del padre”, no es la más capaz para afrontar una
gesta como la que nos espera, que implicará desde renovar toda la
legislación del país hasta cambiar la intocable Constitución, en
una tierra en la que, a poco que nos mostramos en desacuerdo,
estallan guerras fratricidas (no olvidemos que estamos en el mayor
período continuado de paz de toda nuestra historia).
Seguimos viviendo (con la inestimable contribución de los mass media) en dos
bandos irreconciliables a los que el bipartidismo contribuye, sin
cerrar las heridas ni perdonar los muertos que unos causaron a otros,
casi siempre vecinos, caciques, herederos de las viejas castas, oportunistas y malvados que medraron
en la dictadura y que en algunos casos siguen dominando las tierras que heredaron. A todos ellos les conviene que todo
siga igual, pero se han empezado a topar con una ciudadanía, o al menos una
parte de ella, que está formada intelectualmente, que sabe cuales
son sus derechos y está dispuesta a luchar por los logros que tanto
costaron a los que vinieron detrás. Porque ese
sacrificio de generaciones sería de villanos condenarlo a la
indigencia, hemos de liberarnos de las viejas formas, e intentar
volver a fundar este país.
No sé si lo lograremos, pero todo pasa
por el primer sacrificio: matar al padre, cuya agonía ya dura
demasiado. Estamos tardando.
Las imágenes que ilustran este artículo pertenecen a las películas (“Imitación a la vida” (“Imitation of life”, John
M. Stahl, 1934), e “Imitación a la vida” (“Imitation of life”,
Douglas Sirk, 1959). Se incluyen para ilustrar el comentario dentro del derecho de cita con fair use.