Cuando paseo por los barrios viejos de
las ciudades, me asalta un pensamiento. Cómo rayos esos preciosos
edificios que ahora podemos disfrutar y que nos llegan como legados
de las generaciones que han pasado y se han ido pueden seguir ahí,
qué raro milagro los ha hecho sobrevivir a la pica, la ambición, el
deseo de ganancias y esas zarandajas que hacen la vida tan complicada
a la gente y la hacen comportarse tan estúpidamente.
Hace unos días han pillado a un señor
de un sindicato en el caso de los ERES de Andalucía, un tipo de
aspecto desaseado que aparece siempre riéndose, vaya usted a saber
de qué, con cientos de miles de Euros estafados a los ciudadanos en
su casa, metidos en sobres, en maletas, en muebles, bajo colchones...
¿Qué hace a la gente tan imbécil como para querer atesorar ese
dinero que otros han tenido que pagar de sus impuestos, y para más
inri, de unos fondos que se habían destinado a fines supuestamente
sociales? Es un dicho conocido que la idiocia y la maldad van de la
mano, y cuando ves a cretinos de ese calibre comprendes el pleno
sentido de la frase. Hay que ser subnormal, carajo.
Vuelvo a los cascos viejos. En
ocasiones en Las Palmas he asistido en el barrio histórico a la
inexplicable demolición de casas de más de cuatro siglos por unas
extrañas nociones de compraventa de terrenos, herencias,
especulaciones, en fin, esas zarandajas. Y me sorprende, al ser una
zona supuestamente protegida. Lo que me lleva a preguntarme, ¿Qué
sobrevivirá de los edificios que nos rodean hoy en día para que las
generaciones que vienen puedan entender cómo vivíamos? Porque de
eso se trata ¿No? En Las Palmas hay ejemplos estupendos de
arquitectura racionalista que han sido bastante maltratados, como el
pobre edificio del Cabildo en Bravo Murillo, que ahora está tapado
por un misterioso envoltorio de losetas que habrán costado, eso sí,
un dineral.
Pues había un edificio en el
Aeropuerto de la isla, Gran Canaria, llamado Gando, que era la vieja
terminal de viajeros. De sobrio estilo racionalista, construido en
1946, era modesto, pequeño y estaba algo desconchado, pero en él
reproducciones de los perros que decoran la Plaza de Santa Ana (cuyo
origen es una historia muy interesante, por cierto) recibían a los
viajeros, su interior era precioso, contenía pinturas de aquellos
años, y, además, allí llegaron los primeros aviones a la isla. O
los astronautas del Apollo XI. O el primer 747 “Jumbo”, o el
Concorde en uno de sus vuelos inaugurales. Y muchos otros, como
Churchill o Stravinsky, o Gregory Peck y John Huston para rodar
escenas de “Moby Dick”. Y de allí, unos años antes de que
existiera la terminal, salió el Dragón Rapide, un avión de triste
recuerdo que abrió una de las etapas más espantosas de nuestra
historia reciente.
Y también allí, en realidad más
hacia el istmo que cierra el área, estuvo de capellán mi tío
abuelo Miguel, un hombre generoso y bueno, recuerda mi madre. He puesto su obituario al final de este post. El artículo
no dice que le desterraron a Fuerteventura. Sign 'o' the times.
Pues bien, ese edificio, que encierra
recuerdos para generaciones de isleños, que fue puerta de entrada a
la isla durante varias décadas a aviones de hélice y de reacción,
a Comets y Caravelles, (incluso al propio Charles Lindberg, que
regaló a mi abuelo Pepe su mono de trabajo por ayudarle a reparar su
avión), ya no está.
Se lo llevaron por delante las
excavadoras hace unos meses. AENA, la empresa que gestiona los
aeropuertos españoles decidió que había que ampliar las terminales
con uno de esos cajones, ya saben, de los que salen fingers
hacia los aviones, muy acristalados, llenos de espacio para tiendas,
y que construyen diligentemente esas UTEs de las que este país sabe
mucho, y, claro, la vieja y pequeñita terminal de paredes blancas y
decoración en granito, con esculturas de perros verdes (sí, son
verdes, es el bronce, creo) oteando al horizonte, ahora no es.
En un país en el que se respetara un
poco eso que no tiene nombre pero que intento expresar al inicio de
este texto, digamos que la memoria de lo que se ha hecho, la vieja
terminal sería un museo, podría estar rodeada de cristales en el
interior de la misma terminal, y contener tiendas de souvenirs, y, en
fin, contar un poco la historia del aeródromo de la isla (sin ir muy
lejos, en el Aeropuerto de Los Rodeos, en Tenerife, conservan todas
las terminales).
Se podría visitar su torre de control
y se podrían tocar los viejos radares que recibieron los primeros
vuelos intercontinentales hacia América del Sur en escala. Se
podrían admirar las líneas de facturación anteriores a la
esquizofrenia de la seguridad que nos rodea y los mostradores bajos
en los que se recogían los equipajes antes de las cintas
transportadoras. Recuerdo esa terminal de ir con mi padre, que filmó
aquellas excursiones de domingo con su cámara de ocho milímetros.
Seguramente habría costado algo más,
pero eso gusta a las UTEs, que siempre tienen la costumbre de salirse
de costes, y daría una razón a la gente para viajar al aeropuerto o
pasar un rato más en él, haciendo compras, que saben que de eso se
trata, en esos malls disfrazados de terminales de los que
ahora disfrutamos.
Pero no; lo han tirado. A lo mejor es
mucho pedir que la gente de AENA se parara a pensar en el tiempo
vivido por tantos viajeros en aquel viejo edificio, en la memoria
sentimental de la isla, pero sobre todo en el legado que hubiera
representado la conservación del edificio para los ciudadanos, para
las generaciones que vendrían después. Así, incluso, alguien se
preocuparía de pensar en que hay que conservar ciertas cosas para
que los que vienen puedan disfrutarlas, y tomaría una decisión
similar con otro edificio. Naturalmente, ocurre lo contrario, no se
piensa en esas cosas, se piensa en colocar la caja, llenarla de
tiendas, que la UTE cobre, en fin, ya saben la historia.
Lamento que esa decisión haya sido la
tomada, lamento no ver más aquel blanco edificio cada vez que mi
avión hace taxi al finger. Lo echaré de menos. Pero
ya está hecho. Y vuelvo a los imbéciles de antes. Seguramente el
alto directivo que tomó esa decisión, seguirá cobrando un sueldazo
de AENA y olvidó el problema tan pronto firmó el proyecto: hay que
poner cajas de cristal en todos lados, que para eso están y para eso
están las UTEs. Curiosamente, por algo será, AENA no dice ni una
palabra de lo ocurrido, guardando uno de esos silencios que parecen
gritos. Es una pena.
Obituario de Miguel Rodríguez Tejera
La foto de la antigua terminal es de una postal, y la encontré en una tienda online, Delcampe.net.