Article. Published in Revista Contemporánea.
AVENTURAS EN UN PAÍS ANUMÉRICO
Elio Quiroga
(redactado a partir de la Introducción del libro “La Materia de los Sueños”, del mismo autor)
En noviembre de 2002 se entregaron, como todos los años, los Premios Príncipe de Asturias. Estos galardones, que quieren ser una especie de Nobel patrio, premiaron a muchas personalidades de indudable mérito. Daniel Baremboim, Woody Allen, Arthur Miller...
Los medios de comunicación cubrieron intensamente los logros de Miller y Allen, pero muy pocos se ocuparon de cuatro hombres de mediana edad que también habían sido galardonados con el prestigioso premio, Lawrence Roberts, Vinton Cerf, Robert Kahn y Tim Berners-Lee. Sólo les mencionaron de pasada, y apenas mostraron sus imágenes recogiendo los preciados diplomas. No parecían personas interesantes.
Para quien no lo sepa, Roberts, Cerf, Kahn y Berners-Lee inventaron Internet tal y como la conocemos hoy en día. Su influencia en nuestras vidas es gigantesca, y han cambiado el mundo. Son científicos, hombres modestos, pero a la vez, cuatro de las personas más influyentes de nuestro tiempo. Roberts diseñó la inicial ARPANET a finales de los años 60; Cerf y Kahn inventaron a mediados de los 70 el protocolo TCP/IP, sobre el que Internet se basa; y Berners-Lee, ingeniero del CERN en 1992, investigaba sobre partículas elementales cuando se le ocurrió la idea de crear una forma de enviar entre ordenadores de científicos imágenes y texto en un mismo documento, inventando el protocolo HTTP, que llevaría a la World Wide Web. Pudiendo patentar su invención, Berners-Lee regaló a la Humanidad el HTTP, renunciando a unos beneficios que le habrían convertido en uno de los hombres más ricos del planeta.
Pero aquellas cuatro personas no interesaban a los telediarios, ni a los periódicos ni a las radios.
Estas situaciones se repiten una y otra vez en los medios, en tertulias, en columnas de opinión; la mayoría de la gente que parece escribir, redactar u opinar en España son unos completos analfabetos en términos de ciencia, y por tanto no hablan de ella, sencillamente la ignoran, cuando no la desprecian. Y eso, en opinión del autor de este libro, es un espantoso error que ha convertido la relación de los españoles con la ciencia en un absurdo. ¿Qué nos pasa en España con los científicos y con la ciencia? ¿Qué mal ha cometido el hecho científico, uno de los más refinados ejemplos de cultura y civilización, a la intelectualidad española?
¿Por qué se considera propio de intelectuales el leer a Lorca o criticar los postulados de Hegel, y no el poder entender prodigios como, pongo por caso, las ecuaciones relativistas de Einstein o las simples Leyes de Newton? ¿Por qué nombres como Picasso, Calderón, Becquer, Rimbaud o Joyce ocupan puestos superiores, a ojos de la intelectualidad nacional, que genios del calibre de Maxwell, Plank, Kepler, o Hermite?
No es la primera vez, ni la última, que veo, oigo o leo en algún medio de comunicación a un supuesto intelectual que se vanagloria de su ignorancia científica. "Eso son matemáticas, no me interesa", rezaba un artículo de opinión en prensa hace unas semanas. En un mundo medido por las matemáticas y la estadística, la supuesta osadía de la expresión deviene en pura tontería irresponsable. La valentía de los ignorantes, que desembocó en aquel desgraciado "que inventen ellos", es tan grave en estos tiempos como en aquellos, y ahora se convierte en un peligro para nuestro desarrollo cultural y humanista.
Cuando pensé en iniciar la redacción del libro “La Materia de los Sueños” hace unos años, quise hacer dos cosas: divulgación y ensayo, y para ello pensé que lo mejor era mezclar dos asuntos fascinantes para mi, el Cine y la Informática, y, mientras repaso históricamente cómo la última ha cambiado para siempre al primero, cómo un invento del Siglo XX ha cambiado las mancias de un artilugio del XIX, lanzando a la Humanidad al XXI; permitir al lector recorrer la Historia de la Informática, desde su nacimiento en los años 40 hasta hoy, comprendiendo cómo hemos llegado al lugar en el que nos encontramos, y sobre todo por qué.
Ello también permite que repasemos algunos conceptos de la Informática y las Matemáticas que creo son fundamentales para los tiempos que corren, y considero insuficientemente difundidos.
Así, con un enfoque aparentemente ligero, el libro repasa una de las grandes historias del Siglo XX, la de la Era Informática; conociendo el lector a sus principales hacedores, y aprendiendo a respetarles como sólo se puede respetar a esos gigantes sobre cuyos hombros todos caminamos. Porque estoy convencido de que algunos de los nombres propios de los que se habla en este libro, en un par de décadas serán recordados como leyendas en sus respectivos campos de trabajo, creación e investigación.
Así nació “La Materia de los Sueños”, libro que acaba de publicar Ediciones Deusto (Planeta de Agostini); de una mezcla de curiosidad y rabia. De la curiosidad de saber y de hacer saber a los otros, y de la rabia de no entender por qué España perdió el tren en todo lo que tiene que ver con ciencias y técnicas, algo que te abofetea a poco que estudias un poco de historia de la informática y de las ciencias en general. Por qué somos decimonónicos en ese aspecto por muchos teléfonos móviles que nos vendan las compañías de telecomunicaciones, por mucho paraíso tecnológico inexistente que nos quieran vender.
Toda esa profunda ignorancia hacia el saber científico atraviesa transversalmente la sociedad española, como una lanza de Longinos que puede llevarla a su propia muerte como sociedad. Miremos alrededor: los políticos no entienden el lenguaje de los informes que solicitan, no saben leer una estadística o son incapaces de deducir la bondad o no de un cálculo por metros cuadrados que mida la asistencia de personas a una manifestación. No saben nada de Internet, no entienden un ordenador ni siquiera a nivel de usuario más allá de mover un ratón, o son incapaces de redactar un correo electrónico; ¿Podrán legislar entonces las necesidades de los usuarios de la Red, de los creadores de videojuegos o de los muchos grupos de investigación que malviven cada día en nuestro país intentando abrir brechas en la ciencia, cuando los investigadores o doctorandos ni siquiera son considerados trabajadores?
El desastre llega a todas partes del país, a todas las capas sociales: accionistas con licenciaturas que compran participaciones en bolsa sin comprender los caóticos vaivenes del Mercado Continuo, jugadores de lotería que creen que comprando un boleto cada día con los mismos números aumentan sus posibilidades de ganar premio, personas incapaces de leer un extracto bancario, y mucho menos de reclamar comisiones o facturación indebida en su cuenta telefónica, vendedores que no saben hacer una regla de tres, o jóvenes sin los recursos para resolver un problema de cálculo, todo ello en una sociedad cada vez más compleja. Analfabetos científicos –y funcionales, aunque ese es otro asunto- en un mundo que exige cada día más de la gente, desde saber lo que es una IP a deducir el interés de un crédito o comprender la letra pequeña que corre fugazmente en los cada vez más engañosos anuncios televisivos de las telefónicas.
El resultado lo vemos en la calle todos los días, sobre todo en las grandes ciudades. Nuestra economía no desarrolla tecnología; vive del turismo y los ladrillos. Así, ciudades como Madrid parecen cambos de batalla con miles de edificios en rehabilitación: porque no hay otra industria sino la especulación con el suelo, la venta y reventa de las mismas parcelas de generación en generación. Así, tragamos el pago de patentes, el uso de tecnología creada en otros lugares del mundo en los que alguien tuvo la inventiva y el coraje, y parece que nos da igual que todo nos salga más caro. Pero este erial de edificios en construcción se extiende a los bancos, donde el aval hipotecario paraliza la inversión o el capital semilla, todo ello fomentado por unas leyes bancarias en las que la palabra “suelo” parece que sea la única mercancía factible, donde millones de nuevos matrimonios se endeudan en hipotecas a 30 años sin comprender que difícilmente podrán pagar sus deudas a poco que alguien decida elevar los tipos de interés, a poco que el barril de petróleo suba su precio un poco, o sin comprender el significado de que el 50% de los matrimonios se separan en los primeros años, por lo que uno de ellos acabará pagando una hipoteca de una casa que no podrá usar.
Un caso similar es el del fumador que, sin haber entendido el significado de un enunciado con una proporción como este: “tres cuartas partes de las muertes por enfermedades crónicas de los pulmones se relacionan con el tabaco” se sorprende cuando su médico le diagnostica un enfisema pulmonar grave.
En resumen, los rasgos del anumerismo y de la ignorancia en ciencias no sólo son asuntos ideológicos o abstractos, sino que nos afectan, y mucho, en nuestra vida real como personas y como sociedad. Como sociedad nos convierten en un país frágil, construido, irónicamente, sobre cimientos de aire, por muchos ladrillos que pongamos encima. Y eso, si alguien no lo remedia, lo pagaremos todos. Ya no es un asunto de tertulia de café por la tarde; esto es un problema de gravedad, y nuestra clase política, históricamente ajena a la realidad, parece una vez más vivir en el paraíso de la inconsciencia.
Pero no es tarde: se pueden habilitar medidas, apoyar la educación, orientar y formar a los políticos, abrir puertas a la investigación científica, intentar formar a la ciudadanía. No es fácil, llevará tiempo, ya que cada día que pasa el tren que perdimos hace ya muchos años está más y más lejos. Todavía podemos hacer algo, y desde aquí animo a la clase política a meterse sin miedo y de cabeza en este camino que sólo puede llevarnos a mejorar como sociedad y como personas.
Ya va siendo hora de que en nuestro país admiremos a la ciencia como lo que es: una de las grandes hazañas del espíritu humano.
COROLARIO: NO ESTÁIS SOLOS (bibliografía y links de interés)
Del anterior artículo podría colegirse que este problema del anumerismo y en general la ignorancia en términos de ciencia es un fenómeno exclusivo de nuestro país o entorno, pero no quiero que se me malinterprete. Países sajones en los que la Ciencia ha tenido especial desarrollo, como USA, padecen también esa plaga, como recientemente hemos podido averiguar con la polémica de la enseñanza del evolucionismo en las aulas norteamericanas, y la elección de ciertos estados del llamado Modelo de Diseño Inteligente como alternativa a la evolución de las especies. A este respecto, quisiera recomendar vivamente la página web donde un internauta con fina ironía ha publicado una carta abierta al Gobernador de Kansas, donde se admite esta teoría en las aulas. Tampoco, por otro lado, nuestros científicos están libres de pecado. Baste este sonrojante artículo del psicopatólogo Aquilino Polaino para comprobar que también existen científicos acientíficos. En ambos casos, curiosamente, se tiende a unir fe religiosa con ciencia, lo que suele llevar a resultados catastróficos.