Hace unos años viajé a Dinamarca para
hacer las localizaciones de un proyecto que no cuajó finalmente. Era
una película de terror y casa encantada, que ocurría en una especie
de palacete que se conserva en muy buen estado en una de las muchas
islas que forman el territorio danés. Dedicaré en breve una serie de artículos a los proyectos que nunca han salido, a los que uno dedica años de su vida, pero que se quedan por el camino. A algunos les tengo especial cariño.
A lo que iba. Recuerdo ir un par de veces a los baños
públicos de Copenhague y de las ciudades que recorrimos. Me llamó la
atención un detalle curioso. Como en tantos lugares del mundo, en
ellos hay secadores de manos de esos eléctricos que, mediante un
detector de movimiento, “ven” tus manos acercarse y se activan durante un tiempo programado.
Me asombró lo largo que era ese período. Me permitía secarme las
manos sin problema. Lo mismo pasa en otros sitios, como Londres, Bruselas, Los Angeles,
París, Berlín... pero en aquel momento
me paré a pensar y caí en la cuenta de algo. En todas aquellas ciudades los secadores de manos eléctricos funcionaban un largo tiempo sin apagarse automáticamente. Más que suficiente para un secado de manos.
No sé si habéis sufrido los secadores
de baños públicos en España. Especialmente los de los aeropuertos; los hay de diversas marcas, pero tienen todos en común la
virtud de detenerse a los pocos segundos de activarse. Tienes la sensación de que están averiados, pero no es así; están programados para comportarse de esa forma.
Así que he creado la teoría de que la forma en que funcionan los
secadores de manos es un modelo de cómo piensa un país de sí mismo. En los del
norte, las culturas sajonas y protestantes, en las que los ciudadanos
son supestamente responsables de sus actos, se confía en el
extraño, y se piensa en pro del bien común (casi siempre) los secadores trabajan largos períodos de tiempo. En
España, por el contrario, los responsables de decidir la duración de esos tiempos de secado que implementarán los
programadores de las factorías piensan como un español: el
otro te va a tangar, el extraño es peligroso, que se joda. No le
vamos a facilitar la vida; lo mejor es dos secundos de activación y
un sensor no demasiado bueno, así le ahorramos electricidad a la
empresa (pública) que nos ha conseguido la contrata y vendemos equipos baratos. De ahí que
prácticamente todos los secadores de manos de España sitos en
aeropuertos, estaciones, instituciones y otras zonas de gestión pública y/o acceso público sean prácticamente inutilizables. Se programan así, para que su utilidad sea casi nula, y sea un suplicio su uso para secarte.
Bueno, tal vez vaya errado, pero de
todas formas ahí lo dejo. Porque hay cosas en la forma de ser y
pensar que tenemos en este país que deberíamos de ir desterrando,
pues pasan en forma de chorradas como esta de generación en
generación, y hacen que las cosas sean un poco más difíciles para todos.
Bueno, pues a esto lo llamo El Principio del Secador de Manos, y viene a decir: comprenderás cómo un pueblo se ve a sí mismo probando cómo funcionan sus secadores de manos en los
aeropuertos y áreas públicas.
El otro día se lo comentaba a un
amigo, que me contó que un conocido suyo le expresó algo similar.
En España se desconfía del ciudadano por sistema, de ahí que la
legislación sea abstrusa y posiblemente imposible de cumplir en
muchos casos; o que te pidan papeles y papeles en las
administraciones cuando gran parte de esos pequeños obstáculos de
papeleo son simples muros de contención colocados ahí “porque sí”, no
pro ciudadano, sino pro administración, para cubrirse las espaldas
si hay cualquier problema. En España las instituciones legislan "a la defensiva".
En otros países, como los sajones, o en
democracias más desarrolladas y entre pueblos que se quieren más a
sí mismos, sus legislaciones son claras y diáfanas, las barreras
burocráticas son menores, y las sanciones, ejemplares. Los latinos
desconfiamos de nosotros mismos. Los protestantes, confían en sus
ciudadanos.
La próxima vez que os lavéis las
manos en un baño de un aeropuerto, observad bien el comportamiento de esos aparatitos electrónicos con los que os secáis las manos. Son un retrato de nosotros mismos.
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