Paso horas y horas en
los aeropuertos desde hace bastante tiempo. El suficiente para
comprobar cómo han cambiado las cosas. AENA, la empresa pública que
los gestiona, lleva tiempo convirtiéndolos en centros comerciales
carísimos, destinados a unos clientes, supuestamente ricos, que no
veo por ningún lado. Esas tiendas de lujo están perpetuamente
vacías, de modo que los franquiciados en esos espacios deben de
estar bastante descontentos, pues el pago de la concesión debe de
ser bastante alto, pero ¿a quién se le ocurre crear sucursales de
Rodeo Drive en lugares que visita mayoritariamente gente que vuela
para trabajar, usando especialmente líneas aéreas de bajo coste, y
ya está? Los ricos se la pasan en la sala VIP, y no salen de ahí.
Muy típico de los
gestores españoles de ciertas empresas, una manada de incompetentes
y enchufados incapaces de hacer la o con un canuto, pero que de
repente se ven al mando de empresas importantes y florecen en toda su
imbecilidad supina. Gente peligrosa los idiotas. Y un país que los
pone a dirigir sectores importantes, es un país que merece
estrellarse a ver si aprende.
El otro día, en un
restaurante llamado Caffriccio (todos son franquicias) de la T4 del
Aeropuerto llamado ahora grandilocuentemente Adolfo Suárez Madrid
Barajas, que he visto frecuentado por gente haciendo colas, entre
ellas el señorito andaluz Cañete que para nuestra vergüenza ha
trasladado su incompetencia al Parlamento Europeo, vi un sandwich
mixto a 5.20 Euros. Casi 870 pesetas por una mierda de sandwich de
jamón y queso con un coste de fabricación que seguramente no pasará
de los 30 céntimos. Es decir, UN MIL SETECIENTOS POR CIEN de
beneficio. En el Aeropuerto de Gando, en Las Palmas, una botella de
agua cuesta 2,60 Euros, cuando en un supermercado cuesta 30 céntimos.
CASI UN NOVECIENTOS POR CIEN de beneficio.
Me repugna este estado
de cosas, más aún cuando la gente apenas tiene dinero en el
bolsillo. Si quieres beber en un aeropuerto has de pagar el agua a
precio de pan de oro. Así que he pedido a la Comisión Parlamentaria
que es responsable de AENA que haga un par de preguntas al respecto,
como por qué se llaman DUTY FREE a unas tiendas que son más caras
que las del exterior del Aeropuerto. O por qué anuncian en los
puestos de Cambio de las salas de espera aeroportuarias que son los
más baratos, cuando cotejar el valor cambiario al día revela que
eso es mentira. O si alguien se ha molestado en hacer pruebas de
seguridad para tumultos en los pasillos comerciales que ahora tienes
que cruzar sí o sí tras pasar los controles de seguridad en caso de
una catástrofe. La mezcla de codicia y estupidez puede ser letal.
Pero lo que más me
subleva son los controles de seguridad. No sirven para nada, excepto
para hacer ricas a las contratas que venden las máquinas de Rayos
Equis y aquellas a las que pagan por unos guardias de seguridad
apenas preparados (y que en muchos casos tienen que hacer cosas se salen de sus
competencias, pues los registros y otras actividades son propias de
la Guardia Civil, pero sabemos que la ilegalidad es el pan de cada
día en este país que hemos convertido en un dislate).
Se produce en esos espacios de paso un ejercicio de fuerza y humillación sistemático y cotidiano sobre los viajeros que pasan por los controles; han de despojarse de su calzado, mostrar su equipaje de mano, abrir sus ordenadores, quitarse los cinturones, vaciarse los bolsillos y, si te pita el arco de paso de forma aleatoria -las máquinas tienen un algoritmo que lo hace y que se calibra periódicamente- sufrir como añadidura un cacheo humillante y en ocasiones repugnante.
No me imagino lo que sentirá una mujer si la fuerzan a ello. Me parece intolerable. Y no olvidemos que desde hace poco en los grandes aeropuertos han aparecido los eufemísticos pasos exprés para los clientes VIP (los que viajan en Primera o Business, o los que tienen tarjetas Oro y Platino de viajero frecuente de las líneas aéreas, esto es “gente de respeto”, ya me entienden), con un personal más formado y amable, menos quemado (al menos en teoría) y con un tránsito por los arcos y los rayos equis más rápido. Siempre hay clases, hasta en la humillación.
Se produce en esos espacios de paso un ejercicio de fuerza y humillación sistemático y cotidiano sobre los viajeros que pasan por los controles; han de despojarse de su calzado, mostrar su equipaje de mano, abrir sus ordenadores, quitarse los cinturones, vaciarse los bolsillos y, si te pita el arco de paso de forma aleatoria -las máquinas tienen un algoritmo que lo hace y que se calibra periódicamente- sufrir como añadidura un cacheo humillante y en ocasiones repugnante.
No me imagino lo que sentirá una mujer si la fuerzan a ello. Me parece intolerable. Y no olvidemos que desde hace poco en los grandes aeropuertos han aparecido los eufemísticos pasos exprés para los clientes VIP (los que viajan en Primera o Business, o los que tienen tarjetas Oro y Platino de viajero frecuente de las líneas aéreas, esto es “gente de respeto”, ya me entienden), con un personal más formado y amable, menos quemado (al menos en teoría) y con un tránsito por los arcos y los rayos equis más rápido. Siempre hay clases, hasta en la humillación.
Todo este despropósito
empezó hace unos diez años, cuando un supuesto terrorista inepto
intentó volar un avión utilizando un combustible de fricción que
había untado en las suelas de su calzado. No pasó nada, y el imbécil fue detenido. Eso fue todo. Y el caso nunca quedó claro. Pero todo
era post 11-S (recuerden que desde entonces, al menos en USA, un
Marshall va en cada vuelo, camuflado entre los pasajeros, por si
pasa algo) y la paranoia llevó a estos controles de seguridad de
entrada a los aeropuertos, insisto, inútiles, que sólo llevan a que
los pasajeros pasen por un estado de vejación intolerable y a que
no puedan pasar ni siquiera agua embotellada al interior del
aeropuerto, básicamente para que la compren en el interior, que al final de
eso se trata. A ver si nos dejamos de tonterías: toda esa mierda
está haciendo rica a mucha gente, y la seguridad no es más que un
teatrillo miserable.
En un efecto
psicológico perverso y premeditado, el humillado pasajero se
encuentra al pasar el control con el Shangri-la consumista de un
centro comercial rutilante y colorista, y de sonrientes comerciales
ofreciendo tarjetas de crédito, o perfumes carísimos, y compra para
evitar el sufrimiento generado. El consumo es un conocido placebo,
eso lo sabe la psicología contemporánea, esa que usan las grandes
empresas para tratar a las personas como perros de Pavlov, y este es
un ejemplo más. Se me antoja algo asqueroso y vil. Me repugna. Odio
y desprecio que estemos convirtiendo el mundo en una cosa
desumanizada y cruel (cuanto más sabemos de nosotros mismos, más
usamos de ese conocimiento para manipular a los demás), y el
tratamiento a que los humanos someten a sus semejantes en los
aeropuertos me repele especialmente. Es signo de los tiempos, de una era deshumanizada, de hombres pisoteando a hombres. No, no me gusta nada.
Y nadie parece
interesarse en ello. Deberia de ser denunciado ante los Tribunales de
Derechos Humanos y seguro que la cosa cambiaría radicalmente, pero
hay cosas, y son muchas, demasiadas, que se prefieren no tocar. Eso
sí, el comprador humillado tras pasar por el control de seguridad
puede adquirir lo que quiera, que pasará a ser embarcado con su compra sin
problema en el avión que le llevará a destino. El nivel de idiocia
es tal que nadie ha pensado en la posibilidad de que un terrorista
tuviera un cómplice trabajando en una tienda Duty Free y éste le
pasara cualquier explosivo o elemento peligroso. Entraría sin
problemas en el avión gracias a estar protegido por la vitola
sagrada de la compra dentro del aeropuerto. Y precisamente en esos
empleos internos, franquiciados, subcontratados, pésimamente
pagados, con un cuestionable planteamiento de la temporalidad y con
escasos controles de personal y peor formación, es donde, y es sólo
cuestión de tiempo, puede despertarse la bestia. El ejemplo más
inquietante lo vemos en las detenciones que se producen
periódicamente entre el personal aeroportuario de handling (trabajos
especialmente duros, poco valorados y peor pagados) vinculado en
tráfico de drogas; el subempleo y la falta de control real son terreno
abonado para ser el punto débil del sistema. Pero claro, donde se
gasta el dinero es en las carísimas máquinas del control de
pasajeros.
Estoy bastante harto de
tener que sufrir a incompetentes dirigiendo mi país, en todas partes
y en todos los escalafones. Lo digo y lo repito: si por algo serán
recordadas estas primeras décadas del siglo es por el nivel de
codicia autodestructiva que está teniendo que soportar la población.
Los nuevos señores feudales ahora son estúpidos incompetentes ante
consejos de administración.
El feudo de los tontos. Eso es España actualmente.
El feudo de los tontos. Eso es España actualmente.
Pd: A AENA le pido que
trate bien a la gente que salvaguarda mi vida y mi seguridad: a los
controladores, a las tripulaciones, a los técnicos de pista. Todo lo
demás se me antoja espúreo: es mierda para hacer ricos a terceros. Pero al
parecer eso es lo que interesa en el feudo de los tontos. Además,
ahora este gobierno, todo un monumento a la incompetencia, quiere
privatizarla.
Ppd: No olvidemos que
vivimos en un país que todavía no ha resarcido debidamente a las
víctimas de nuestra última catástrofe aérea, que causó un
terrible dolor en mi isla de Gran Canaria hace ya seis años. Este es
el percal al que nos enfrentamos. ¿No tiene que ver? AENA llevaba la
logística aeroportuaria de aquel vuelo. Y nadie ha cuestionado todavía los posibles errores cometidos en esa parte del proceso.
Pppd: Se está revelando estos días, para colmo, la relación entre AENA y la Trama Gürtel. Al parecer sus directivos instaban a que se hicieran todo tipo de negocios con aquella red corrupta vinculada directamente con el partido en el poder. Un ejemplo más del estado de cosas, y de cómo ha funcionado, y funciona, este país.
Pppd: Se está revelando estos días, para colmo, la relación entre AENA y la Trama Gürtel. Al parecer sus directivos instaban a que se hicieran todo tipo de negocios con aquella red corrupta vinculada directamente con el partido en el poder. Un ejemplo más del estado de cosas, y de cómo ha funcionado, y funciona, este país.
El grabado que ilustra este artículo es de Pieter Brueghel El Viejo, "The ass in the school", 1556. Está en Dominio Público en Wikimedia Commons, pero la puedes encontrar físicamente en la Gemäldegalerie, en Berlín.