En estos días la prensa se ocupa, en
noticias no demasiado destacadas a pesar de su importancia potencial, de la preocupante epidemia de Gripe A
en España. Responsable de varias muertes ya, y de decenas de
ingresos hospitalarios, la alarma se ha desatado al revelarse que
casi la mitad de la población de riesgo, a la que esa enfermedad
puede causar graves daños, no se ha vacunado de la gripe este año.
Hablamos de un problema que afecta a
toda la sociedad. Las políticas de vacunación masiva de la
población para la gripe se han visto afectadas por los recortes, y las
campañas de difusión prácticamente han desaparecido. La gente
mayor, que es el colectivo más vulnerable, puede no saber que la
vacunación es gratuita. Las consecuencias de este estado de cosas
pueden llevar a la pérdida de vidas. Y cuando esa línea roja de atraviesa, es mejor
que nos preguntemos qué está pasando.
Ente las noticias al respecto en las
versiones online de los medios de comunicación, he comprobado,
alarmado, una vasta ignorancia por parte de un apabullante porcentaje
de quienes escriben en las secciones de comentarios al respecto. Me alarma que haya tanta gente que exhiba tal falta de información, y que por el mero hecho de pagar una conexión a
internet y un modem (o un smartphone) resulten creerse tocados de la
sapiencia en políticas sanitarias, y que se dediquen a enmendarle la
plana a la Organización Mundial de la Salud. Pero eso es lo que hay.
Así funciona el paisanaje, a lo que se ve, en este país. Hoy toca poner a caldo las vacunas, y mañana negar el alunizaje de 1969.
Los tópicos son siempre los mismos entre este grupo de conspiranoicos:
que si es una maniobra de las farmacéuticas para vender vacunas, que es
todo mentira, que la OMS es una especie de Spectra creada para
satisfacer oscuros intereses corporativos, etcétera. El problema de esas
opiniones, vertidas por doquier en las webs de los grandes medios de
comunicación, es la terrible irresponsabilidad que entrañan. Una
persona poco informada, mayor o perteneciente a un grupo de riesgo, que se guiara por
ellas desitiría de vacunarse, y su vida podría estar en peligro. Y
he aquí la mayor inconsciencia, tanto de los que escriben esas
notas como de los medios que las publican: hay vidas humanas en
juego, y eso parece importar poco.
Discutir las decisiones contrastadas por décadas de
experimentación es de idiotas. Publicarlo para que otros queden
desinformados, mezcla la estupidez con la maldad (que en ocasiones, sabemos, son inseparables). Por supuesto, los
que escriben esas barbaridades, muy en boga por la moda de los
grupúsculos antivacunas y otros cretinos medievales, no son
conscientes de que sus opiniones erradas pueden afectar las de
personas que sí necesitan ser vacunadas. La relación
causa-efecto aparece como demasiado difusa. Es escalofriante que la
gente se comporte de esta manera, sobre todo porque el asunto se
acaba resumiendo en un problema de ilustración y de formación
básica.
Gente que no sabe diferenciar entre una
bacteria y un virus se automedica antibióticos en un porcentaje
altísimo en España para curar un resfriado según noticias publicadas recientemente, cuando casi todos los resfriados comunes tienen origen vírico. ¿No sería necesario informar a la población
de las consecuencias de esos errores que no son sino falta de
formación científica elemental, de cultura general? ¿Qué podemos hacer? Pues formar
al ciudadano, claro. No vamos a hurtarle la libertad de expresión,
pero es que no todo vale a la hora de opinar. Decir estupideces
peligrosas no debería de ser lícito. Lo mejor sería evitar que
esas estupideces se generaran en la mente calenturienta de los
desinformados, y para eso sólo cabe una opción: formar a la gente.
Todo parece surgir de la epidemia de
Gripe A de 2009, año en el que la OMS decidió aplicar una política
de máxima prudencia ante el salto entre seres humanos del virus aviar (de ahí la letra A) causante de aquella enfermedad, conocido como H1N1. La decisión no
era baladí. El H1N1 es un viejo conocido, por desgracia, para
nuestra especie. En 1918 causó la que se considera como la peor epidemia de
una enfermedad contagiosa desde los años de la peste negra, la
conocida como “gripe española” (el origen del término es bastante curioso), que mató, se estima, entre 50 y 100 millones de personas en unos pocos meses (¡aquel cabrón exterminó en muy poco tiempo a cerca del 6% de la humanidad!). El H1N1 es un genocida, y nos salvamos de la extinción porque el virus mutó
durante la espantosa epidemia del 18, pero estuvimos cerca de una
situación catastrófica que hubiera puesto en peligro la
supervivencia de la especie humana.
No hay que olvidar que los virus, y más
aún los de la gripe, son imprevisibles. Mutan de ordinario en un ejemplo cotidiano de los efectos de la selección natural, se cruzan
entre ellos, toman materiales de las células que parasitan -un virus
es incapaz de reproducirse por sí mismo, está en la barrera entre
lo vivo y lo inerte y su simplicidad es su principal arma- y cambian
su superficie proteica externa de forma asombrosamente rápida. Y esa superficie característica es precisamente la que permite a nuestro sistema inmunitario
reconocerlos, y es la que usan las vacunas: carcasas o partes de virus
inactivos (dependiendo de la marca) que informan al sistema inmune de
la persona de esos nuevos virus. Es decir, una vacuna es información. Le dice a nuestro sistema inmune: estas son las características de estos bichos. Archívalas por si te invaden, y así podrás responder rápidamente a su ataque.
El problema que la vacuna resuelve
es que nuestras defensas indentifiquen al enemigo prontamente si nos visita y
puedan acabar con él antes de que la enfermedad se apodere de
nuestro organismo. Pero los virus de la gripe mutan tanto y son tan
impredecibles, que cada año hemos de informar de nuevas cepas a
nuestros sistema inmune, vía vacunas. En una enorme campaña se
solicita que la gente que forma parte de los grupos de riesgo -profesionales sanitarios,
gente mayor, personas inmunodeprimidas, etc.- se vacune. Es un asunto
de pura supervivencia, y uno de los grandes logros de la humanidad. El simple y cómodo gesto de la vacunación, algo a
lo que parecemos quitar importancia, desde los tiempos de Pasteur han salvado miles de millones de vidas
humanas. Y lo seguirán haciendo, si no interferimos en los programas
de vacunación que se han desarrollado a lo largo de décadas de
experimentación.
En los comentarios a las noticias en
internet referentes a la Gripe A, las medias verdades y las falsedades aparecen por todas
partes. Es muy común afirmar que en 2009 la OMS ordenó a los países
que compraran masivamente vacunas ante la epidemia de Gripe A. Eso es
una media verdad. Lo que se hizo fue hacer acopio de vacunas -no del todo probadas por las prisas- y antivirales. Un antiviral
no es una vacuna. Es el equivalente a los antibióticos para los
virus, una sustancia que intenta acabar con la enfermedad ayudando al
organismo, pero una vez la enfermedad se ha contraído. El problema es que
hay muy pocos antivirales desarrollados y no son muy efectivos, pero
ante la eventualidad del H1N1 esparciéndose entre la humanidad, y
conociendo sus antecedentes genocidas, era la única política
posible: ponerse en el peor de los mundos, comprar millones de dosis
de antiviral (hacerlo con la epidemia en curso hubiera sido inútil) así como de vacunas y esperar, si el virus tomaba la vieja ruta de elevada mortalidad,
que una parte de la población sobreviviera por la combinación de la suerte, las vacunas y los
antivirales.
Finalmente, la cepa de Gripe A de 2009 fue muy leve
-algo, insisto, impredecible-, y no ocurrió la temida catástrofe
sanitaria. Pero era la obligación de la OMS el ponerse en el peor
escenario, dados los antecedentes del virus en cuestión, el mayor
asesino de seres humanos que se conoce desde que existen registros.
No se podía hacer otra cosa, y la OMS actuó bien. Sin embargo, todo
aquello, sumado a la ignorancia, parece haber hecho un terrible daño
a una asociación que sólo vela por la salud de la humanidad, a la
que, bien es cierto, pueden acompañar luces y sombras, como en toda
actividad humana, pero que no conspira para enriquecer a laboratorios
privados, como se insiste machaconamente, por parte de gente incapaz de diferenciar virus de bacterias, o antibióticos de antivirales y vacunas. Gente irresponsable que parece presumir de ignorancia y cuya desinformación puede dañar a terceros.
Actualmente, prácticamente todos los
seres humanos vivos tenemos anticuerpos del H1N1 en su cepa de 2009.
Resultó ser un virus de elevada morbilidad -alta capacidad de
contagio, pues la de 2009 pronto se convirtió en pandemia- pero con leves síntomas cuando se sufría la infección.
Si hubiera tenido la capacidad letal de su hermano de 1918, combinada con su elevada morbilidad, es
probable que en el mundo ya no hubiera seres humanos. Y como ni la OMS
ni nadie tenemos todavía bolas de cristal eficientes que nos
permitan ver el futuro, la decisión tomada fue la mejor posible. Es bien cierto que cuando se emiten señales de alarma excesivas a la población sobre un acontecimiento y este no se produce, se generan reacciones de resentimiento. Es algo que los gobiernos saben bien y que a veces se encargan de combatir quitando hierro a las alarmas, corriendo el riesgo de sufrir otro efecto: que la alarma potencial sea cierta. No son problemas estos de suma cero. Siempre pasará algo. O la catástrofe o el resentimiento. Porque vivimos en un mundo complejo e incierto, y cada día que vive la especie humana es un nuevo experimento alrededor la incertidumbre.
La
cepa actual del H1N1, en la que el virus ha cambiado su cobertura
proteica lo suficiente como para que nuestro sistema inmune ya no lo
reconozca, requiere de vacunación, pues es un poco más agresiva que
la de 2009, y la prueba está en las muertes que está causando.
Cuando tenemos a cerca de la mitad de la población de riesgo sin
vacunarse hemos de pararnos a pensar en si el gobierno ha llevado
demasiado lejos sus políticas de austeridad a toda costa, y si eso
está costando la vida de inocentes.
Y los irresponsables que emiten
opiniones ignaras deberían de abstenerse de hablar, so pena de
causar más daño que el que este gobierno que ojalá olvidemos
pronto está causando ya.
Ya saben aquel viejo adagio que dice que más vale callarse y parecer tonto, que hablar y despejar todas las dudas.
La imagen está en dominio público y muestra un ejercicio de la Cruz Roja durante la pandemia de la Gripe Española de 1918, en Washington D.C., USA. Está en Wikimedia Commons y proviene de los archivos de la Librería del Congreso.