Les dejo aquí el artículo que hice hace unas semanas para el suplemento dedicado al 50 aniversario de la película "2001, una odisea del espacio", publicado por los periódicos de Editorial Prensa Ibérica. El monográfico, coordinado por Claudio Utrera, contó además con artículos del propio Utrera, Antonio Weinrichter, Francisco Ponce, Jorge Gorostiza, Jesús Palacios, Luis Miranda y Juan Ezequiel Morales.
HAL:
I'm afraid. I'm afraid, Dave. Dave, my mind is going. I can feel it.
I can feel it. My mind is going. There is no question about it. I can
feel it. I can feel it. I can feel it. I'm a...fraid.
(pausa)
Good
afternoon, gentlemen. I am a HAL 9000 computer. I became operational
at the H.A.L. plant in Urbana, Illinois on the 12th of January 1992.
My instructor was Mr. Langley, and he taught me to sing a song. If
you'd like to hear it I can sing it for you.
Dave
Bowman: Yes, I'd like to hear it, HAL. Sing it for me.
HAL:
It's called "Daisy". Daisy, Daisy, give me your answer do.
I'm half crazy all for the love of you. It won't be a stylish
marriage, I can't afford a carriage. But you'll look sweet upon the
seat of a bicycle built for two.
(Diálogo
original de la desconexión de HAL-9000 a manos de Dave Bowman en
2001: a Space Odyssey)
Mucho
y muy largo se ha escrito en los 50 años transcurridos desde su
estreno, alrededor de 2001, una odisea del espacio (2001: a
space odyssey, 1968). Vista con la distancia que da tiempo, esta
obra inauguró una cierta forma de hacer cine de ciencia-ficción que
se ha prolongado hasta la actualidad, basada en el rigor científico
y en el diseño de producción como elementos primordiales. En cierta
medida, 2001 es una obra ahogada por su propio mito. Un film
que quiere ser inefable, pero que parte para ello de tecnologías y
conceptos científicos que que hacen inteligible el mundo. De alguna
manera, la obra de Kubrick encierra en sí misma la íntima
contradicción sufrida por la propia ciencia humana a lo largo del
siglo pasado, el tiempo en el que comprendimos que el Universo no era
aprehensible, que muchas de sus reglas de funcionamiento se apartan
de nuestras intuiciones, y se rigen por unos principios aparentemente
ajenos a cualquier expectativa. Es el caso de la Mecánica Cuántica
o la Teoría de la Relatividad, por poner dos ejemplos.
2001
une en una sola narración ideas místicas, incluso no-ideas, con
conceptos científicos, buscando una especie de conclusión no
racional, teológica y teleológica, en la que el discurso no es
narrativo, sino que se expande como una obra abstracta, creando un
conocimiento que se libera de lo racional. Es en muchos sentidos una
obra experimental, paradójicamente producida por uno de los estudios
más tradicionalisas del viejo Hollywood, la MGM (Metro Goldwyn Mayer), que, unas décadas
atrás, hacía películas de Judy Garland o Mickey Rooney. Al mismo
tiempo, era un preludio de lo que vendría luego, la corta era en la
que los directores de cine conquistaron la industria del cine
norteamericano, pasando de ser meros obreros asalariados casi
anónimos, a transformarse en cabeza de cartel.
Abundaré
en este artículo en el aspecto más tecnológico de la historia que
narra, obviando la tesis final, que como tal, está abierta a
interpretaciones, pero considero que no es un objeto estrictamente
narrativo, sino otra cosa; una propuesta trascendente a la trama
tradicional de una película, que convierte a esta obra en algo más
cercano al video arte o a la instalación artística que a una
narración estricta.
Como
apunte histórico, esta producción, de alto presupuesto para los
años sesenta, partió de la intención del director norteamericano
de crear una obra magna alrededor del género de la ciencia-ficción.
Eran los años del Proyecto Apolo, y el hombre estaba a punto de
pisar la luna, por lo que la aventura espacial estaba de moda.
Kubrick contactó con el escritor Arthur C. Clarke, y juntos
iniciaron el tratamiento y posterior guión de la película, a partir
de un cuento corto de Clarke, titulado The sentinel (El
centinela). La película fue realizada con una profusión de
medios extraordinaria, y en la confección de sus efectos visuales
colaboraron futuros magos de esa técnica, como Douglas Trumbull
-quien curiosamente reutilizó en su propia película Las Naves
Misteriosas (Silent Running , Douglas Trumbull, 1971) un
modelo desechado del planeta Saturno construido para la película de
Kubrick, quien prefirió utilizar otro de Júpiter en beneficio de la
credibilidad visual-, y se rodó en el espectacular formato Cinerama
70 mm, siendo un fracaso comercial en la época de su estreno, que
hizo tambalearse las finanzas de su productora, ya entonces en momentos difíciles, que
desembocarían, unos 20 años más tarde, en una quiebra en toda
regla.
2001:
una odisea del espacio narra, a grandes rasgos, una epopeya de
dimensiones realmente más grandes que la vida: la de la propia
Humanidad, guiada por unos misteriosos monolitos negros que parecen
estar presentes en momentos de singular importancia en la historia
del hombre (la aparición de la inteligencia en los homínidos, la
conquista de la luna), como testigos, casi mojones de un camino, que
concluye, en la segunda mitad del metraje, en la misión de la nave
Discovery (un navío con metafórica forma de espermatozoide) hacia
el planeta Júpiter, en busca de una misteriosa señal
electromagnética. Allí, el hombre se encontrará de nuevo con el
monolito, y ambos se encaminarán hacia un final que todavía hoy es
objeto de encendidas discusiones.
Pero
quien me ocupa en este texto es uno de los tripulantes de la nave
espacial Discovery, el ordenador autoconsciente HAL-9000 (las siglas
HAL son las siguientes en el abecedario a IBM, entonces el más conocido fabricante de ordenadores de Estados Unidos, y acrónimo de
Heuristically ALgorithmic computer). HAL no siempre se llamó así.
En las versiones más primitivas del guión de Clarke y Kubrick el
ordenador se llamaba Athena (Atenea), como la diosa griega de la
guerra, la sabiduría y la fertilidad, y era, obviamente, un ente
femenino. HAL-9000 (voz de Douglas Rain en la versión original, y de
Felipe Peña, en la versión española) es, para muchos, uno de los
personajes más importantes de 2001: una odisea del espacio.
Porque HAL es, a todos los efectos, o al menos lo remeda, un ser
humano, sólo que confinado en el interior de un sistema informático
casi omnisciente, dotado de cámaras que cubren prácticamente todo
el interior de la nave, que a su vez la controla y conduce hacia su
destino, y que además mantiene en hibernación al resto de los
tripulantes de la nave en el largo viaje al planeta de la Gran Mancha
Roja.
HAL
se comunica mediante el lenguaje oral natural con los tripulantes
humanos de la Discovery, de una forma absolutamente convencional,
algo que es todavía inalcanzable para la moderna Inteligencia
Artificial; entiende los giros del lenguaje, y en ningún momento se
comporta de la forma estúpida como la que hasta entonces ese tipo de
ingenios se habían mostrado en el cine de anticipación. Más al
contrario, sugiere poseer una humanidad que en ocasiones parece al
espectador casi mayor que la de los propios tripulantes de la nave.
Estos, únicamente dos -el resto permanece hibernado, como he
comentado antes-, los astronautas David Bowman (Keir Dullea) y Frank
Poole (Gary Lockwood), demuestran, a lo largo del viaje, ser dos
tipos fríos, bastante desagradables, carentes de curiosidad, y
francamente, en ocasiones, hasta más robóticos que el propio HAL.
Es
esa humanidad de HAL, quien por cierto añade a la comprensión oral
la capacidad de leer los labios, como nos muestra una importante
secuencia de la película, lo que más podría interesarnos de la
trama narrada en ese segmento de 2001. HAL es conocedor de la
misión que lleva a la Discovery a Júpiter, la cual permanece oculta
a Bowman y Poole, quienes, por otro lado se muestran poco o nada
interesados en ella. HAL, en cambio, tiene muchas preguntas
pendientes sobre la misión, y, en un momento de la película,
sabiendo que no debe revelar lo que sabe, pregunta a Bowman sobre
ella: las razones de que el resto de la tripulación permanezca
hibernada, el por qué de tantas precauciones y silencio. La
respuesta de Bowman, más bien inhumana y algo atolondrada, podría
ser hasta una ofensa para alguien como HAL, un ser más dotado
intelectualmente que los hombres a los que sirve. HAL es un paso
evolutivo hacia adelante de la humanidad en forma de ser artificial
autoconsciente, que sabe perfectamente que está por encima de sus
creadores. Es en cierta medida el heredero del mono Moonwatcher
(nombre dado por Clarke en la novelización de la película) que
demuestra ser más inteligente que sus congéneres, descubriendo el
uso de herramientas en un momento antológico del primer cuarto de la
película. HAL es, pues, el humano más inteligente a bordo de la
Discovery.
Tras
esa conversación, HAL desata -o digamos que elige desatar- el drama
final. Informa al astronauta de un grave fallo en un equipo situado
en el exterior de la nave, la Unidad AE35, que éste saldrá a
reparar en el espacio vacío, descubriendo entonces que no hay tal
error, y quien, a su regreso, conspirará con su compañero para
desactivar al ordenador, que, a su parecer, ha cometido un fallo
grave en su tarea. La decisión de los astronautas de nuevo no parece
demasiado inteligente; deciden apagar al ordenador que lleva casi
todo el control de la misión por un simple error de diagnóstico, lo
que puede llevar a pensar al espectador si no estaría todo esto
planeado por HAL desde el principio.
Esta
conversación, leída en los labios de los astronautas por HAL, lleva
a que éste asesine a todos los tripulantes que permanecen hibernados
y, en un trágico paseo espacial, a Poole, quedando finalmente Bowman
como único superviviente, quien desconectará al ordenador homicida
en una secuencia que podríamos describir como el proceso de una
lenta lobotomía, en la que va restando unidades de personalidad,
recuerdo, y por ende, ser, a HAL, llevándole al apagado final en
mitad de una canción infantil, lo primero que se le enseñara en la
factoría donde fue creado.
La
muerte de HAL lleva a la activación automática de un mensaje
grabado, en el que el Doctor Heywood Floyd (William Sylvester) -a
quien hemos conocido en el segundo acto de la película- describe
finalmente la misión a Bowman, quien, en completa soledad, se
enfrentará al monolito que le espera en la órbita joviana,
concluyendo la parte narrativa de la película e iniciándose la que
queda abierta a interpretaciones.
HAL,
conocedor del objetivo de la misión, servidor de unos humanos que
acaso desprecie por su desinterés, y a la vez sabiéndose más
dotado que ellos, se convierte en un asesino, elige acabar con las
personas a las que sirve. ¿Por qué? La respuesta más trivial, la
defensa de su propia integridad ante la posibilidad de una
desconexión a manos humanas causada por su error de diagnóstico de
la Unidad AE35 puede parecernos incluso trivial, cuando sabemos, como
espectadores, de su gran curiosidad sobre el fin de la misión para
la que ha sido creado -no olvidemos que HAL forma parte de la
Discovery, y a fin de cuentas, ha sido manufacturado por el hombre
para llevar a la nave al primer encuentro de la Humanidad con una
raza de otro mundo, acaso con el Creador, una de las muchas tesis que
la película permite deducir -. Eso nos puede llevar a pensar que HAL
sabe más de lo que dice sobre el destino final de la Discovery, y
que tal vez sus preguntas al astronauta sean una especie de test,
una prueba de capacitación, una batería de cuestiones que le
llevarían a decidir finalmente quién es el mejor de los tripulantes
-¿él o los humanos?- para encontrarse con quien -o lo que- les
espera al final del viaje.
Así,
HAL podría ser víctima de la envidia; su ausencia de movilidad
puede impedirle tocar al creador, cosa que finalmente Bowman hará.
HAL, si bien creación del hombre, hecho a semejanza de éste, es un
ser humano confinado en una circuitería, con millones de ojos
repartidos por la nave gracias a su sistema de cámaras, y con una
capacidad para pensar e imaginar que podría ser mucho mayor que la
de cualquier persona. Ese HAL loco y asesino, que sacrifica las vidas
de las personas para cuyo cuidado ha sido concebido, ese hijo que
asesina a su padre a sabiendas de que es mejor que él, deviene
absoluta y finalmente humano. Y es en el momento de su muerte vía
desconexión, cuando sus cualidades humanas salen más a flote.
Cuando ruega a Dave Bowman que no le desconecte, agarrándose a la
vida mientras el astronauta va eliminando una a una las unidades de
memoria del ordenador -que, en forma de cristales, curiosamente
tienen la misma forma que el misterioso monolito que centra la trama
de la película-. HAL suplica entonces por su vida, sin éxito,
mientras su conciencia es eliminada poco a poco, hasta que inicia una
regresión a la infancia, en la que empieza a cantar una canción que
le enseñó su programador. HAL, al poco, guarda silencio, y muere. Y
su muerte nos afecta más que la de todos los astronautas, tratados
por Kubrick poco menos que como objetos, cuyo cese de funciones
vitales hemos visto unos minutos antes a manos de HAL como
líneas planas en gráficos de cardiogramas de las pantallas de la
nave. Está claro de qué lado está el realizador. Kubrick toma
partido por los seres humanos como HAL-9000.
Ese
HAL hecho hombre creo que es una de las visiones más hondas que,
sobre el límite final que se puede dar al objeto tecnológico, la
autoconsciencia, se han realizado. ¿Qué puede ser de nosotros si lo
que creamos resulta ser evolutivamente mejor que nosotros? ¿En qué
lugar nos deja esa nueva criatura? ¿Debemos tratarle de igual a
igual, a sabiendas de que está por encima de nosotros? ¿Es acaso
ese el futuro evolutivo de la Humanidad, ya liberada de la evolución
biológica? Todas esas preguntas son las que se hacen quienes
predicen el advenimiento de la llamada Singularidad, el día
en que una mente artificial tome conciencia completa de sí misma. En
ese aspecto, 2001 tiene lugar en un momento en el que,
aparentemente, ese suceso tan esperado ya ha ocurrido.
En
2001: una odisea del espacio, Stanley Kubrick, un director
eminentemente cerebral, intelectual, pero también consciente del
poderoso hálito emocional del cine como medio, se decide finalmente
por el hombre, y es éste quien da el siguiente paso. Cuando en el
plano final, el Hijo de las Estrellas -nombre que tomo de la
novelización de Clarke- regresa a la Tierra, un nuevo hombre ha
nacido, gracias al encuentro con el enorme monolito que orbita
alrededor de Júpiter. Y siempre nos quedará la pregunta inquietante
en la cabeza de qué hubiera pasado si finalmente HAL hubiera matado
también a David Bowman y hubiese sido él la especie triunfadora;
como cuando al inicio de la película el homínido Moonwatcher
descubre el uso de las armas y derrota gracias a ellas a otra tribu
de simios menos aptos. Hemos asistido una vez más a una guerra
evolutiva, al darwinismo más radical; el hombre contra sí mismo,
hecho máquina.
2001
está dividida en cuatro segmentos; de ellos, tres son estrictamente
narrativos narrativos y el cuarto diluye esa narración en pos de una
interpretación, y cada uno de ellos está tratado de forma autónoma,
como si fueran cuatro películas con inicio y final, íntimamente
ligadas. Primero, Moonwatcher, el mono que ve más allá que sus
congéneres y descubre el primer monolito en el alba de la humanidad.
Luego el Doctor Heywood Floyd, camino de la luna en el año 2001,
que descubre allí el segundo, y finalmente HAL, quien parecería
estar destinado a encontrarse con el tercer monolito, pero que
“muere” y es sustituido por el astronauta Bowman, quien descubre
el tercero.
2001:
una odisea del espacio tuvo, ya lo he comentado arriba, una
adaptación novelada, escrita por el propio Clarke, a partir del
guión que realizara con Kubrick, en la que gran parte de la
estructura abierta de la película es explicada. Los monolitos son, o
bien constructos de una civilización extraterreste, o de la propia
divinidad, colocados ante el ser humano en momentos en que necesita
dar un salto evolutivo. Clarke, auto exiliado en Sri Lanka, y
profundamente insatisfecho con la película de Kubrick, decidió
seguir por su cuenta con las historias de aquel universo ficticio y
escribió varias secuelas de esa primera novela, tituladas 2010:
Odisea dos -2010: Odyssey Two, llevada al cine por Peter Hyams en
1984 bajo el título 2010: Odisea 2 (2010 / 2010: The Year
we make Contact, 1984)-, 2061: Odisea Tres -2061: Odyssey
Three - y 3001: Odisea Final -3001: The Final Odyssey-.
Entre los escritores del género fantacientífico es muy común esta
exploración de los universos editoriales que ellos mismos crean.
De
ellas sólo conozco la primera secuela, en la que los tripulantes de
la nave Alexei Leonov llegan en una misión de rescate a la
abandonada nave Discovery, en el año 2010. En 2010: Odisea dos
conocemos al Dr. Chandra, el informático detrás del diseño de la
serie HAL, y al sucesor de HAL, llamado SAL-9000, que hace una bella
pregunta al final de su entrenamiento y aprendizaje a Chandra:
"Doctor Chandra, ¿Soñaré?". En esta novela, Clarke da
una respuesta fascinante sobre la condición de HAL, quien, tras ser
reactivado por Chandra, es el siguiente en pasar al interior del
monolito, junto con toda la nave Discovery. Y HAL también da el
siguiente paso evolutivo, convirtiéndose en un Hijo de las
Estrellas, como le ocurriera a Bowman en la primera novela de la
serie. Ya no hay duda, entonces, de que HAL era una persona. Kubrick,
por su parte, se desinteresó completamente de cualquiera de las
secuelas novelísticas de Clarke, ya que consideraba que en 2001:
a space odyssey había dicho todo lo que quería decir.
Una
nota curiosa; 2001: una odisea del espacio tuvo una adaptación
al cómic a finales de los años 70, con guión y dibujo del
legendario Jack Kirby, para Marvel Comics. En cada episodio, un
personaje en una determinada etapa histórica era convertido en un
Hijo de las Estrellas por los monolitos, que claramente aparecen en
esta adaptación como criaturas extraterrestres dotadas de voluntad.
El épico dibujo de Kirby en la serie ofrece un curioso resultado. La
serie no convenció a los lectores y no duró mucho.
He aquí una de sus páginas:
El último
número de aquella serie convertía, por intervención de los monolitos, a un robot
amargado por su miserable existencia en un superhéroe también
robótico, una especie de semidiós. Esta nueva criatura fue
denominada Máquina Vital, y sería protagonista de su propia serie de
cómics en Marvel. La serie de comic books basados en 2001
de Kirby fue publicada en España alrededor de 1978 por Editorial
Bruguera, mientras que Máquina Vital lo fue en 1980 por Ediciones Vértice.
Coda
Vi
2001 por primera vez durante su reestreno, allá por 1978, en
el Cine Rex de Las Palmas de Gran Canaria. Había vuelto a las salas
tras la estela de La Guerra de las Galaxias (Star Wars,
1977), y el póster del reestreno citaba a su director, George Lucas,
diciendo que 2001 le parecía una película superior a la
suya.
Este era el poster:
Era un domingo, y fui con mi padre. El cine estaba lleno, y la
película fue salvajemente pitada y pateada por los espectadores, que
la habían empezado a silbar ya desde la primera hora de metraje. Se
aburrían, gritaban y estaban realmente furiosos, reclamando que se
les devolviera el dinero de la entrada; seguramente esperaban una
película de batallas estelares, ya que la publicidad podía inducir erróneamente a ello. Estuvo a punto de haber un motín en
aquel cine. Recuerdo que unos días después el diario La Provincia
publicaba un artículo, cuyo autor no recuerdo, y que también había
asistido a aquella misma sesión. Se quejaba amargamente de la escasa
educación de los espectadores de Las Palmas.
El Cine Rex actualmente
es un aparcamiento.
Las imágenes que uso para ilustrar este artículo tienen Copyright MGM, y las utilizo acogiéndome al derecho de cita.