Así se llamaba. Yo le
conocía por “El Primo Antonio”. Era un pintor de brocha gorda, y
de niño recuerdo que nos venía a visitar a nuestra casa en las
Alcaravaneras, donde pasé mi infancia. Era una casa terrera, y la
azotea era mi zona de juegos.
Antonio era jovial, simpático, ingenioso, y siempre estaba contando historias. Le recuerdo tomando café en la cocina con mi madre y mi abuela, riendo, y siempre manchado de pintura. Era hijo de una hermana de mi abuelo, y en sus ratos libres se encerraba en su casa, y se dedicaba a pintar cuadros de formato pequeño. Paisajes sobre todo. Pero con un estilo muy personal.
El cuadro que aparece más arriba estuvo en casa de mi abuela desde que tengo memoria. Decoraba el zaguán, y cuando mis padres se mudaron a su muerte, pasó a ocupar un lugar de honor en el salón de la nueva vivienda. Al pasar cuando iba de visita, cuando entraba y salía, lo miraba siempre unos instantes. Estuvo en aquellas dos casas durante sesenta y seis años, y nadie le prestó especial atención.
También recuerdo que Antonio le hizo un retrato a mi tía Delfina, que ella se llevó a Huelva, donde ahora vive. Era un cuadro tan vívido que todavía lo tengo en la memoria.
Antonio era jovial, simpático, ingenioso, y siempre estaba contando historias. Le recuerdo tomando café en la cocina con mi madre y mi abuela, riendo, y siempre manchado de pintura. Era hijo de una hermana de mi abuelo, y en sus ratos libres se encerraba en su casa, y se dedicaba a pintar cuadros de formato pequeño. Paisajes sobre todo. Pero con un estilo muy personal.
El cuadro que aparece más arriba estuvo en casa de mi abuela desde que tengo memoria. Decoraba el zaguán, y cuando mis padres se mudaron a su muerte, pasó a ocupar un lugar de honor en el salón de la nueva vivienda. Al pasar cuando iba de visita, cuando entraba y salía, lo miraba siempre unos instantes. Estuvo en aquellas dos casas durante sesenta y seis años, y nadie le prestó especial atención.
También recuerdo que Antonio le hizo un retrato a mi tía Delfina, que ella se llevó a Huelva, donde ahora vive. Era un cuadro tan vívido que todavía lo tengo en la memoria.
Mi amigo Manolo Ojeda descubrió a Antonio hace unas semanas y me pidió el cuadro para una exposición que
acaba de inaugurar en su galería. Con todo el cariño, le puso un
nuevo marco, que ahora ayuda mucho al disfrute de la obra. En su
exposición, que ha titulado “Legado”, Manolo quiere homenajear a
los grandes artistas olvidados e ignorados de esta tierra, que son
legión. Gente que no tiene ni un museo que les vele, cuya obra
desaparece por desatención y olvido, y que se esfumarán, si nadie
lo remedia, en la oscuridad, por pura negligencia. Y de esa
negligencia somos todos responsables.
Me pregunto qué habría
pasado con Antonio si hubiera nacido en otro país, en otras
latitudes. En una tierra que le hubiera ayudado a crecer como
artista, y a vivir de su obra. Su estilo, enérgico, intuitivo, saltando del impresionismo hacia algo que quiere convertirse en no figurativo, hubiera explotado sin lugar a dudas. Lo que habría podido hacer, está en el universo de las obras que pudieron
ser pero nunca serán. Antonio nunca dejó de hacer cuadros, pero tampoco
pudo comer de ellos jamás
Siguió albeando y pintando paredes hasta que su vida terminó. Y su obra es muy escasa. La mayor parte ha desaparecido, y poca, muy poca, está en manos de un par de coleccionistas.
Siguió albeando y pintando paredes hasta que su vida terminó. Y su obra es muy escasa. La mayor parte ha desaparecido, y poca, muy poca, está en manos de un par de coleccionistas.
Investigué un poco, y
encontré un pequeño artículo sobre él en un estudio sobre la pintura paisajística
en las islas. Y de allí saco esta pequeña cita:
Antonio
García nació en Las Palmas en 1919. En 1933 ingresó en la Escuela
Luján Pérez, compaginando los estudios de pintura con otras
actividades profesionales. En 1945 celebró su primera exposición
individual en el Gabinete Literario.
(...)
Juan
Ismael decía, a propósito de su segunda aparición en 1950 en Wiot:
“Antonio
es el creador de su propia escuela. Su pintura hace escuela. El mira
el paisaje, arrancándole su entraña más íntima, con una mirada
única, mostrándonos su verdad desnuda, escueta; sobrio en su justo
color, rico en el empaste de amplias pinceladas.”
(...)
Eduardo
Westerdahl dijo de su pintura:
“Antonio
García, sorprendente revelación de esta sala. Creo que desde Oramas
no se ha vuelto a dar un caso de eclosión de vocación artística
como el presente.”
Y de sus cuadros decía:
“Expresionistas llenos de sinceridad y
audacia”.
(“La
Pintura Canaria de Paisaje en las Islas Canarias Orientales”. María
Dolores Arroyo Fernández. Tesis Doctoral dirigida por el Catedrático
Don Jesús Hernández Perera. Madrid, 1991. Facultad de Geografía e
Historia. Universidad Complutense de Madrid)
La
obra que ilustra este texto es: “Paisaje”, Antonio
García Rodríguez, 1950. Óleo sobre lienzo.
Colección particular. Cortesía de Isabel Rodríguez Almeida.