¿Qué somos? ¿Somos un
sueño de alguien? ¿La invención de una mente? ¿El juego de unos
dioses aburridos? ¿Entelequias en un mundo virtual? ¿Somos en realidad? ¿Qué es real? No sé si lo
conocéis, pero hay un experimento físico que podría demostrar que vivimos en una especie de
entretenimiento virtual para una raza inimaginablemente avanzada.
La última
novela de Alexis Ravelo entronca con alguna de estas mis
obsesiones personales: qué somos, qué nos hace ser, qué seremos
(después de ser), qué fuimos (antes de ser).
Ese "mar" de misterio y vértigo me rodea desde que de pequeño pensé por primera vez en el asunto. No sé la edad que tendría, pero sí recuerdo estar tumbado en mi cama, y darle vueltas al asunto... y el vértigo mental, tan enorme e intenso, que nunca lo he sentido, creo, igual.
Ese "mar" de misterio y vértigo me rodea desde que de pequeño pensé por primera vez en el asunto. No sé la edad que tendría, pero sí recuerdo estar tumbado en mi cama, y darle vueltas al asunto... y el vértigo mental, tan enorme e intenso, que nunca lo he sentido, creo, igual.
La novela de Alexis la vivo con asombro y cercanía, porque su juego meta narrativo de
historias dentro de historias (escribo con cuidado, para no estropear
el disfrute al lector no avisado) que ocurren, además, en una ciudad ficticia, pero que
reconozco, con un tono realista y epistolar, aunque narrado en primera
persona por un ser imaginario que se pregunta él mismo qué es (si
está siendo escrito, si está siendo dirigido, si es libre, si no
es más que una entelequia de alguien), me hace plantearme muchas
cosas sobre esas grandes preguntas que todos nos hacemos. Benjamín Libet, uno de los mayores neurólogos de la historia y pionero en el estudio de la consciencia, concluía de sus investigaciones que el libre albedrío era una mera ilusión; la multitud (infinidad) de procesos automáticos de los que no somos conscientes en absoluto que ocurren en nuestro cerebro cada vez que tomamos una decisión hacían para Libet inexistente la libertad de decisión o actuación.
No es sólo “La otra
vida de Ned Blackbird” (precioso nombre, me recuerda a una canción
de los Beatles, del Álbum Blanco) una novela llena de
intriga y sentido de la maravilla. Es también un homenaje cariñoso a cuentistas que, cuando éramos niños, llenaban
los kioskos de nuestros barrios. A los Clark Carrados o Silver Kane
(su “Un abrigo de piel de hiena” me hizo pasar mucho miedito a los 13
años, no me olvido de ese título) y, claro, al mismo Ned Blackbird, un
autor de novelas ficticio (todos ellos lo eran, al ser pseudónimos)
en un juego de cajas chinas, de ficciones dentro
de ficciones.
¿Qué somos? ¿Somos un
sueño, acaso somos actores de una ficción que nos escriben manos
ajenas?
Si algo somos, es recuerdo; pero esos recuerdos a lo mejor no lo son del
todo, pues los reelaboramos desde el momento en el que lo vivido pasa
a ser eso: recuerdo. Los hacemos algo parecido a sueños, y a medida
que pasa el tiempo, el proceso se realimenta. El recuerdo,
finalmente, es tan ficticio como el ensueño.
Hacemos sueños y somos
sueños.
Leed “La otra vida deNed Blackbird” y el vértigo de ser una entelequia podrá
invadiros. Y no se irá nunca más.
La portada es Copyright de sus autores y de Ediciones Siruela. La uso aquí acogiéndome al derecho de cita.