No me canso de repetir
que legislar desde el sesgo ideológico es peligrosísimo. La mejor
muestra reciente es la Ley del Aborto que está en trámites de
modificación por el Ministro de Justicia. Este, de rancia raigambre
católica (y como ocurre en la clase que manda en este país, de sangre azul política), ha decidido, saltándose todos los controles elementales (ni siquiera los miembros de su propio partido habían tenido acceso al borrador de la Ley que está preparando), que su forma personal de ver el problema del aborto es la que han de respetar todos los
ciudadanos españoles. Y ha iniciado el trámite legislativo, ante el
escándalo internacional y nacional.
Leo en un artículo de ElPlural que Gallardón en el Senado ha reconocido en una interpelación que esto es un
asunto personal. La cita principal es esta:
“la
batalla (por la modificación de la ley del aborto) justifica plena y
absolutamente mi vida política”.
No
he encontrado la cita exacta de esa intervención en el Senado, pero supongo
que será fácil de localizar, y la tomo textualmente del artículo citado.
Lo
que encierra esta frase es una terrible verdad, que llevaría en otro país a la
fulminante destitución -que no dimisión- del Ministro: esto es una
obsesión personal, un asunto de fe, en el que él considera que
lleva la verdad y la razón. Es más, te hace pensar si este pobre hombre no debería ser examinado cuanto antes por un psiquiatra.
El terrible peligro del fanático es que es adicto a una ideología. Se sabe en posesión de la verdad. Su ley es incontrovertible, y nada ni nadie le hará cambiar de opinión. No duda. La realidad no le interesa, la verdad, tampoco. Sólo su verdad. El fanático ha dejado de hacerse preguntas, es un caso patológico. Es un peligro letal poner a gente así a gestionar legislaciones, políticas públicas y normas sociales.
La religión católica, en la que fui educado como todo ciudadano español (lo quiera o no), impregna todo el país. Vivimos sumergidos en reliquias, tradiciones, rituales y costumbres católicas, aunque muchos seamos laicos o agnósticos. La sociedad española según los datos demoscópicos se aparta masivamente del catolicismo y otras religiones, y en cambio llegan al gobierno personas pertenecientes a grupos extremistas de esa iglesia. En el gobierno actual hay miembros de sectas (sí, sectas) católicas minoritarias y ultraconservadores: El Opus Dei, los Legionarios de Cristo, El Camino Neocatecumenal (los "kikos") o El Yunque (posiblemente). Y esos señores llegan arrastrando sus prejuicios, sus ideas fanáticas y sus verdades incontrovertibles, y las aplican a la legislación de un país, un país en el que son una minoría ridículamente pequeña, pero con gran poder por su infiltración en la clase política y el poder económico, algo que llevan practicando esas sectas desde hace décadas con enorme paciencia y discreción. Lo sé de primera mano, porque en mi familia hay un par de miembros del Opus.
La consecuencia más llamativa es que legislan desde el sesgo ideológico. Aquí está el monstruo. Delante de
nosotros. A una persona que podría ser calificada de fanática
en cualquier estado democrático, se le asigna uno de los mayores
honores y responsabilidiades que un ciudadano pueda tener, y hace
esto. Legislar sin considerar la realidad (los instrumentos para
interpretarla: la estadística, los datos reales de abortos, la experiencia
de otros países del entorno, las curvas de nacimientos, los seguimientos de pacientes, la incidencia de enfermedades genéticas, etc., etc.). La realidad al fanático le
molesta. No es cosa suya. Su reino no es de este mundo.
Peligroso,
demencial, que en pleno Siglo XXI pasen estas cosas y al responsable
no le ocurra nada. Debería ser fulminantemente expulsado del puesto
de responsabilidad que le han dado los españoles. Por indigno, por
fanático, por demente.
Recuerdo
su cara de estupor cuando unas chicas de Femen gritaban en el
Congreso “¡Aborto es sagrado!”. El pobre tipo repetía la frase
como si acabara de salir de un monasterio tras 50 años de
aislamiento y voto de silencio. Su estupor hablaba por sí solo. Su incredulidad ante lo que estaba oyendo le otorgaba la condición de auténtico extraterrestre que, sin embargo, es vecino de Madrid. ¡Señor, el mundo real no piensa, ni
actúa, ni vive como usted! ¡Bienvenido a la realidad!
Los fanáticos, por favor, lejos, lejos de nosotros, lejos de la legislación, de la civilización y de la sociedad. Que se pudran en sus cuevas. Que nos dejen a los demás en paz.
La ilustración es un cuadro de Delacroix, "Los fanáticos de Tánger" (1837-1838). Lo he encontrado donde siempre, en Wikimedia Commons, y está en dominio público.
Actualización del 28 de agosto de 2017. Aquí podéis encontrar una espectacular página sobre la obra de Eugène Victor Ferdinand Delacroix en la web de Artsy.
Actualización del 28 de agosto de 2017. Aquí podéis encontrar una espectacular página sobre la obra de Eugène Victor Ferdinand Delacroix en la web de Artsy.