lunes, 16 de octubre de 2017

Instalados en la vileza (1) La banca y sus pequeñas dificultades cotidianas




“Un Estado totalitario realmente eficaz sería aquel en el cual los jefes políticos todopoderosos y su ejército de colaboradores pudieran gobernar una población de esclavos sobre los cuales no fuese necesario ejercer coerción alguna por cuanto amarían su servidumbre.”

(Aldous Huxley, prólogo a “Un mundo feliz”. Traducción de Ramón Hernández. Plaza & Janés Editores S. A., Ediciones Orbis, 1991)


Se me hace difícil usar títulos así de rudos para los posts. Ya empezamos en plan cascarrabias, ya te pongo, lector, en un espíritu no demasiado luminoso, y yo mismo, al escribir el texto, empiezo a temer que pueda caer en juicios de valor, o en trazar líneas absolutas donde a lo mejor no debería ser tan drástico, por eso de que nada es blanco ni negro. Pero bueno, intentaré contar las cosas y establecer mi punto de vista de la forma menos agria posible. A veces es difícil, creedme.

He hablado de ello en otro momento, y en otro, pero es que ha vuelto a pasar. Os cuento.

Cuando vas a registrar una obra en el Registro de la Propiedad Intelectual, sea un guión, una obra teatral, un poemario, un artículo o una novela, tienes que pagar unas tasas. El del registro de obras es un paso previo a enviarlas a nadie, y que recomiendo a todos antes de difundir obra alguna, ya que en caso de que surjan problemas de cualquier tipo, como plagios o copias sin autorización, tenéis una prueba con validez legal que os puede ayudar. 

El pago de las tasas se puede realizar en todos los bancos del país, porque así lo dice la ley. Y, se aclara en el mismo impreso de pago, da igual que tengas cuenta o no en el banco al que vayas; se trata de un pago al Tesoro del Estado, un servicio público, y todos los bancos están obligados a atenderlo.

Muchos de ellos están escaqueándose de esas obligaciones, y de la forma más fea. Toman la decisión en un consejo de administración, a sabiendas de que es ilegal, la transfieren como orden a las sucursales, y los empleados, que breguen con los clientes denegándoles un derecho fundamental. Así estamos.

Naturalmente, esos bancos, como el BBVA o La Caixa, por poner dos ejemplos de banca que me ha denegado ese trámite (mirad los links que dejé más arriba), luego niegan oficialmente que impidan nada -faltaría más, estarían reconociendo el delito-, y cuando reclamas -os remito a este caso por el que pasé previamente- las cartas oficiales afirman que tal cosa no existe. Es el nuevo mundo orwelliano de los defensores del cliente que no son exactamente eso.

Me sorprende la sangre fría de los dirigentes de banca que, desde sus sueldazos, mandan órdenes así a sus trabajadores de a pie, y me pregunto cómo rayos pueden dormir tranquilos, pero no es extraño. Ese es su ecosistema, y este es casi el mismo estado de cosas que generó, por ejemplo, las famosas Preferentes, nacidas de un equilibrio del terror por el que, si eres un empleado de banca y no cumples los objetivos asignados, o no obedeces las órdenes, acabarás en la calle. Un sistema que sigue funcionando prácticamente igual, a pesar del rescate bancario que casi se lleva por delante la economía del país, y que forzó a alguno de esos bancos a la nacionalización, es decir, a ser propiedad de todos nosotros, sin que sus modos cambiaran en demasía. Nada se ha hecho para cambiar esas cosas.

Pues bien, hace unos días fui a Banco de Santander a hacer el trámite del pago de las tasas de un registro en la Propiedad Intelectual. Las sucursales del Santander han sido completamente remozadas y redecoradas recientemente (ahora las llaman pomposamente "oficinas del futuro"), y tienen una especie de sala de espera con asientos multicolores (todos ellos con tonalidades corporativas, claro), grandes pantallas (en las que, por supuesto, sólo se emiten anuncios del banco), y a la entrada hay un empleado o empleada (casi siempre mujer) que, por turno entre los trabajadores, pasa por el trago de parar a cada persona que entra en la sucursal, y, con la excusa de asignarle un número para ser atendido, le desvía, o le remite al cajero automático, o le dice que venga otro día. 

La persona al cargo de esa difícil tarea me dijo al llegar que “aquella sucursal no hacía ese servicio de pago de tasas”, de nuevo una frase mandatada desde la central en un argumentario bien memorizado por el empleado, para que los ciudadanos no puedan ejercer un derecho. Tuve una discusión con aquella mujer, pero no iba a ningún lado. Al final le dije que sí tenía cuenta en el banco (tengo firma autorizada en la cuenta de un tercero) y, a regañadientes, me dio un número.

En la sucursal a la que fui, la 4991, sita en la calle León y Castillo, 1, de Las Palmas de Gran Canaria, había seis empleados haciendo tareas de comerciales en pequeñas mesas de despacho, y una sola persona en la caja, que, además, tuvo que atender a los agentes de seguridad privada que llegaron con dinero para la caja fuerte, lo que le llevó a dejar la caja vacía durante quince minutos. Tras una espera de una hora, fui atendido.

Era inicio de mes. En el exterior había una cola de veinte personas en el cajero, donde ahora hay que hacer los ingresos además de realizar los cobros, pagar recibos, etc. Es la banca del Siglo XXI, la "oficina del futuro": esperas de una hora, seis comerciales vendiendo motos con uno solo atendiendo la caja, y una cola de ciudadanos que tienen que hacer ellos mismos de cajeros ante una máquina, es decir, clientes que ahora trabajan para su propio banco. Eso sí, el diseño nuevo de la sucursal muy bonito. Y la nueva campaña mediática muy moderna, todo muy digital. Digilosofía, lo llaman.

Entonces comprendes finalmente que nadie ha rediseñado en el Santander esas oficinas en pro de servicio alguno, sino que han sido reconstruidas, por un coste seguramente bien alto, con criterios exclusivamente de marketing. Doña Ana Patricia Botín, viviendo en su propio planeta de coches con chófer y vuelos privados, habrá aprobado unos estupendos diseños que no son más que un decorado.

Ahora haces más cola, porque ahora el “servicio” al cliente se ha reducido al máximo, y la “acogedora” oficina se ha tornado en un lugar de venta de productos bancarios, no de atención a la gente; venta de hipotecas, créditos, operaciones, apertura de cuentas, lo que sea. Vender, vender, ese es el objetivo. Pero atender a las personas, cobrar sus recibos, realizar sus ingresos, eso se acabó. Porque no es rentable; ocupar tiempo en la caja de la sucursal, eso no. Todo se resume ya en la sacrosanta rentabilidad.

La misma web del Santander tiene un diseño antiguo y poco amigable, y es incapaz de reflejar los gastos de los pagos de tarjeta de débito excepto al inicio del siguiente mes. En fin, viejos modos y viejas formas detrás de una capa de modernidad, que en realidad no es tal.

Pero volvamos a la obligación que tiene la banca para atender el pago de recibos al Tesoro. ¿Os imagináis un Estado en el que ciertas instituciones como la banca tienen unas obligaciones básicas con los ciudadanos que son innegociables, pero que se niegan a realizarlas sistemáticamente, y que no pase nada de nada? ¿Te imaginas en Londres, Bruselas, La Haya, Estrasburgo, París o Berlin, que vayas a un banco a pagar unas tasas y que te digan que no, porque no les da la gana? Pues eso pasa cada día en Madrid, Barcelona, Cuenca, Guadalajara, Valencia, Sevilla o Gijón. Bienvenidos a España. Esto es lo que nos diferencia de la Europa a la que tanto anhelamos pertenecer.

Frente a esto, la opción que tenéis es exigir que se os atienda, pues es vuestro derecho, y me remito a otros artículos previos: Pedid primero la hoja de reclamaciones. Ha de ser la típica en papel autocopiativo con tres copias en tres colores, que es la oficial. Si os dan una hoja de reclamaciones del banco, no la aceptéis, pues es otra trampa para que vuestra reclamación no prospere: os estarán tangando hasta para reclamar, algo por cierto muy común en la banca española. 

Si os dicen que no tienen en ese momento esas hojas de reclamaciones, podéis llamar a la policía municipal, y elevar una denuncia, ya que un local de atención al público, sin hojas de reclamaciones, no puede abrir sus puertas. Os garantizo que mientras estéis marcando el 092, el empleado de banca que tenéis delante os pedirá disculpas y os hará el trámite, y de repente aquello de “esta sucursal no puede hacer esos servicios” desaparecerá, o cualquier otra excusa, como las que suelen usar en otros bancos: que si el ordenador central cierra para recibos a partir de las 10:30, o que si no les deja el sistema informático... todo eso es mentira.

Es ese un buen momento para preguntarle a la persona que os ha atendido por qué hace eso. Os dirá que porque obedece órdenes. Bueno, cuando la despidan en unos años y la sustituyan por un robot, el sueño húmedo de esta demencia neoliberal en la que nos obligan a vivir, a lo mejor se pregunta por qué hizo cosas tan feas a su prójimo, por mucho que fuera una orden de arriba, un “arriba” que cuando llegue el momento la despedirá sin piedad. 

Porque todo esto, esta corruptela, que no es otra cosa, por la cual la banca hace lo que le da la gana y se salta sus obligaciones, nace del miedo. El miedo de unos empleados mal pagados, estresados y obligados a generar unos beneficios desorbitados cada mes, a perder su empleo, a caer en el abismo del paro. Este es uno de los resultados más oscuros de la reforma laboral que hemos sufrido. Se trabaja peor, se trabaja por menos dinero, y además, el empleado debe de cometer ilegalidades por orden “de arriba”, de unos señores que viven en un Olimpo en el que no hay consecuencias. El reino de los impunes.

Y este es el origen de este y muchos otros problemas en España: la ausencia de consecuencias de romper con la ley. Salvaguardar que la banca cumpla sus obligaciones, como por ejemplo el pago de tasas al Tesoro del Estado un servicio que todo ciudadano puede necesitar en algún momento de su vida, es obligación del gobierno. Si la ley se incumple, se debe sancionar a los infractores. Pues bien, esta norma se desobedece sistemáticamente cientos de veces en este país cada día, sobre todo ante gente que no conoce la ley, que no tiene ganas de complicarse, o que puede ser objeto de abuso fácilmente. Pensad en los ancianos, por ejemplo.

Pero nadie sanciona a la banca por estas pequeñas explosiones de corrupción de cada día. Si el gobierno que debería velar por nuestros derechos hace la vista gorda en esto, qué no va a hacer en casos como los que hemos vivido recientemente, desde las Preferentes a las hipotecas con cláusula suelo, o las mil y una causas de corrupción que hay en activo, relacionadas con las instituciones bancarias. España, así, queda retratada como un reino de la impunidad, según quién seas.

En el caso de las cláusulas suelo, el cabildeo de la banca ha convertido una sentencia firme  y vinculante del Tribunal de Justicia Europeo en agua de borrajas, mediante una “norma” dictada al gobierno, que se creó para permitirles ganar unos meses de impunidad más. La idea era inicialmente dar unos meses para llegar a una “solución amistosa” entre banca y ciudadanos. No se hizo, gracias al redactado de la ley y a que nadie ha vigilado su cumplimiento. Las personas no se han visto beneficiadas, sino que se le ha regalado tiempo a la banca, y los tribunales seguirán saturándose con pleitos de ese tipo, pues ha acabado siendo la única vía. 

Todo ha sido una mentira teledirigida por el poder bancario. Es inquietante comprender esto, que por mucho que la ley esté de tu lado, y aunque la más alta instancia de la Justicia Europea haya ordenado a un Estado a cumplir con una norma, este puede no hacerlo, al trabajar al dictado de parte.

Uso para ilustrar el artículo el póster en homenaje a "La Soga" (1948), de Alfred Hitchcock, obra de Giselle Monzón, acogiéndome al derecho de cita.

Exposición abierta hasta julio.

Mi exposición fotográfica "El Risco: la montaña habitada" sigue abierta hasta julio en la Sala MAPFRE Ponce de León,  C. Castillo,...