Jaron Lanier ha
publicado recientemente en España (Ed. Debate, 2014) su ensayo
“Quién controla el futuro”. Lo interesante del libro, amén de
sus ideas, es el propio autor y su circunstancia. Lanier es
considerado un “gurú” de la Realidad Virtual (VR con sus siglas
en inglés; por cierto, que él mismo inventó el término), esa
tecnología que permite mostrar a las personas lugares y espacios
generados mediante ordenadores en los que poder sumergirse y
percibirlos como si fueran reales. Lanier inventó el dataglove
o guante de datos, un periférico que permite al usuario de un
sistema de VR el interactuar con él y el tener además sensaciones
táctiles en sus dedos y manos.
Lanier, todo un curtido
habitante de Silicon Valley y de los ambientes universitarios en la
era dorada del nacimiento de la informática, es un poco más joven (nació en 1960) que los Padres Fundadores de la informática personal, Steve Jobs, Bill Gates (ambos nacidos en 1955) o Steve Wozniak (1950), pero es mayor que Mark Zuckerberg (1984),
fundador de Facebook o que Sergey Brin y Larry Page (nacidos en 1973), creadores de
Google. Es decir, está en una posición muy interesante para
contemplar el estado actual de cosas en internet, de dónde venimos y
hacia dónde parecemos dirigirnos.
Vivimos en un mundo en
perpetuo experimento. Ninguno de nosotros tiene la menor idea de lo
que pasará mañana, ni en el siguiente minuto, pero aceptamos esa
incertidumbre constante y procuramos vivir con ella. De esa misma
manera, en esa especie de singladura universal humana por el mar de
la incertidumbre, aparte del azar natural, vivimos entre los cambios
que generamos nosotros mismos. Esos cambios ocurren a nuestro
alrededor continuamente, y nos lanzamos a experimentar con ellos.
Unos resultan exitosos; otros, catastróficos. No hacemos ensayos ni
estudios sobre lo que podrá pasar; simplemente, la humanidad se
arroja en ocasiones en brazos del cambio generado por ella misma, con
la esperanza y el optimismo de que “todo va a ir bien”. Y no
siempre pasa así. Pensad en lo que ocurrió en el mundo cuando Watt
inventó la máquina de vapor (cambió todo, para bien, y para mal),
o cuando Marx recicló en su teoría filosófica la Lucha de Clases (conocida previamente desde Maquiavelo) y un país entero decidió poner en práctica a su manera aquellas
ideas en 1917. O cuando unos chicos en Californa, entre nubes de
marihuana decidían fabricar un ordenador para que la gente lo
tuviera en su casa en unos tiempos en los que aquello parecía un
sueño loco. Esas cosas cambian el mundo. Son acontecimientos de
enorme trascendencia. Ahora la gente vive pegada a sus teléfonos
inteligentes, no podemos estar sin el Whatsapp o el Facebook, que no
existían hace nada, seis o siete años. Esos cambios a los que nos
arrojamos a diario tienen consecuencias. En la gente, en su forma de
comunicarse, en la educación, en la convicencia, en las relaciones,
en miles de pequeños gestos diarios. Son esas decisiones colectivas,
que la Humanidad toma en silencio, dejándose llevar por las modas,
las nuevas ideas, aceptando unas y rechazando otras, o eligiendo
entre alternativas y posibilidades que la vida les, nos, pone
delante, las que nos forman como civilización.
Pues nuestro amigo
Lanier dice que todo lo que está pasando no le gusta demasiado, y
que no parece que vayamos por buen camino con las últimas decisiones
colectivas que hemos tomado. Para él, estamos en la era de lo que él
llama los “servidores sirena”, servicios en una internet ubicua,
que se han vuelto imprescindibles para la gente, pero que son
monopolísticos, intrusivos, espían a las personas, y generan unos
problemas gigantescos. En este momento quienes más sufren los
efectos negativos del “mundo de los servidores sirena” en el que
la raza humana empieza a entrar, son las personas que viven de tareas
de creación de objetos fácilmete copiables por medios digitales. El
cine, la música y la literatura han sido arrasadas por los
“servidores sirena”, que basan gran parte de su éxito en la
copia infinita de archivos digitales, con el precio a pagar de que
ellos, los servidores, reciben un gran beneficio de cada copia de
esos archivos, pero estos resulta que se vuelven “no monetizables”
y pierden su valor objetivo hasta hacerse prácticamente cero.
Muchas industrias
caerán, según Lanier, a medida que sus productos se puedan obtener
mediante archivos digitales. Imaginad ahora que las impresoras 3D que
poco a poco empiezan a aparecer en todas partes se hacen tan
sofisticadas que puedes imprimirte un coche entero a partir de unos
archivos en PDF. En unas horas podrías tener tu flamante utilitario
aparcado ante tu casa a coste cero. Entonces, la industria del
automóvil sería la siguiente en perecer. Luego, si se pueden copiar
e imprimir comidas, acabaría la de la alimentación, y así
sucesivamente. Los “servidores sirena”, al alojar los archivos
con los “planos” de los objetos a copiar, serían siempre
beneficiados, pero a costa de arrasar industria tras industria, hasta
que no quedara prácticamente nada; sólo aquello que no se pudiera
copiar por medios digitales. Y en esas condiciones, la depauperación
humana y la hambruna a la que asistiríamos no tendría precedentes.
Llegaríamos probablemente a un estado de cosas insostenible, en el
que hasta los propios “servidores sirena” se extinguirían, al no
poder tener clientes que pagaran sus servicios. Todo el mundo parece,
no obstante, embebido en la nueva religión optimista del papanatismo
tecnológico, con mantras como estos: los “servidores sirena” son
buenos, lo que hacen beneficia a la humanidad, son “disruptores”
(palabro que maravilla al nuevo tecnopapanata), pues “rompen con lo
antiguo”, olvidando aquella frase tan famosa que uso mucho
últimamente, la de “¡si funciona, no intentes arreglarlo!”
A todo esto se añade
un espejismo para Lanier, el del “Big Data”. El concepto de moda.
El nombre que se pronuncia en las conferencias top del mundo digital.
El uso de la ingente información que “servidores sirena” como
Google o Facebook obtienen de sus clientes, que por cierto, tendrían
derecho a su parte del pastel, porque sus datos, aportados
voluntariamente -al menos eso pone si te lees el contrato de
aceptación de condiciones de sus servicios- son la savia que
alimenta a los “servidores sirena” -eso sí, como son copiables,
no tienen valor monetario-. Lanier pide que se activen micropagos
para todos los ciudadanos que ceden su información a los “servidores
sirena”. Porque sí. Porque es justo. Porque es la única manera.
Ahora sólo un lado de la ecuación se beneficia -monstruosamente- de
la obtención del “Big Data” de millones de personas. El otro
lado, nosotros, los que somos espiados, no vemos nada de los posibles
beneficios de todo ese tráfico de nuestros datos personales.
Pero el “Big Data”
es para Lanier un espejismo: datos con correlaciones forzadas
probablemente falsos, que pueden usarse para demostrar cualquier
cosa, o para cometer errores garrafales, como basar en ellos
decisiones de máxima gravedad -elegir a quién hacer una póliza por
parte de una empresa de seguros, por ejemplo-. También se fían
demasiadas cosas a la Inteligencia Artificial, un concepto bastante
escurridizo, al que se da un significado que no merece. Por ahora la
IA no existe, es sólo un nombre. Los bots que por ejemplo usa Amazon
para hacer la competencia a otros lugares de venta en internet son
bastante estúpidos, y sus decisiones, causan básicamente la
hipertrofia de Amazon y la destrucción de su competencia, un juego
sucio, suicida, y fundamentalmente errado. El objetivo no es
destruirlo todo y convertirte en un monopolio, o al menos, espero que
esa no sea la idea consciente de los ejecutivos de la famosa tienda
online, pero esos son los resultados de su uso de bots de IA.
El “Big Data” puede
estar basado en mentiras, puede estar atiborrado de errores, pero no
importa, es el maná que hace ricos a Google, a Facebook, a Amazon o
a Twitter; miles de empresas claman por esos datos que les ayudan “a
conocer a sus clientes”. Y se usan para todo, desde para decidir el
destino de un cargamento de azúcar al precio de productos lanzados
por las fábricas de medicamentos. Demasiado peligroso poner
decisiones cada vez más importantes en datos obtenidos de manera
dudosa por los “servidores sirena”, unos datos que no han sido
contrastados de forma científica precisamente, pero que se
convierten en una especie de “biblia atea”.
Google, Apple o
Facebook lo saben casi todo de ti. Conocen a tus amigos. Saben cuales
son tus gustos culinarios, sexuales, de entretenimiento, tu fe
religiosa, tus posibles enfermedades, físicas y psíquicas, y a
diario acumulan más y más datos de todos nosotros. Según cuenta
Julian Assange en su libro Cuando Google encontró a
Wikileaks (Clave Intelectual. 2014),
además, esos “servidores sirena” que están dominando el mundo
no han tenido el menor escrúpulo en ceder esos datos a la
Inteligencia norteamericana siempre que les ha sido solicitado.
Estamos viviendo en un mundo aparentemente apacible e hiperconectado,
pero debajo late un mar orwelliano de progamas espía pendientes de
todos nuestros movimientos.
Lanier propone
soluciones, desde los citados micropagos, a que la sociedad civil
empiece a tener voz y voto ante los “servidores sirena”, que no
son otra cosa que empresas privadas mega poderosas a las que nadie
parece querer rechistar por ahora, y que hacen lo que les da la gana, impunemente.
La humanidad siempre
decide colectiva, inconscientemente, los “acontecimientos
disruptores” que harán que su rumbo histórico cambie. Estamos en
mitad de una encrucijada similar en importancia a la del advenimiento
de la Revolución Industrial o la aparición de los medicamentos.
Está en nuestras manos el poder conducir lo mejor posible el barco
en el que navegamos por el mar de la intertidumbre. Podemos elegir el
éxito o la catástrofe. Los “servidores sirena” de Lanier no son
sino el aviso de lo que vendrá.
La foto de Jaron Lanier está en Wikimedia Commons bajo licencia de Atribución 2.0 Genérica.