sábado, 28 de febrero de 2015
Addjacent
Hemos desarrollado Addjacent, un juego para Smartphones Android que puedes descargarte desde Google Play en versión free (con publicidad) y full (con niveles ilimitados) esta última al módico precio de 1,20 Euros.
Addjacent está basado en un concepto de Yeray Rodríguez, compañero de aventuras en otros proyectos de videojuegos y tecnología, y estamos empezando a lanzarlo y a darle viralidad. El diseño y las animaciones del interfaz son cosa del gran Santiago Verdugo, de Sopa de Sobre, que también ha trabajado conmigo en varias películas y cortometrajes.
¿Que de qué va? Esta es la descripción del juego que puedes encontrar en Google Play:
Enfréntate a la Inteligencia Artificial de tu dispositivo en un desafío estratégico totalmente nuevo.
En Addjacent cada jugador debe competir para obtener la mayor puntuación, pero sin quedarse atrapado en el tablero ¡No se puede volver a las casillas por las que se haya pasado! Otras casillas tienen efectos particulares que cambian completamente la estrategia a seguir: inversión de posiciones, puntos al azar, promediado de las puntuaciones...
Decenas de niveles llenos de desafíos para poner a prueba tu ingenio.
Así que no te cortes en bajártelo y pasarlo bien con él, que para eso está :-)
Todavía no hay versión para iPhone, pero todo se andará.
sábado, 21 de febrero de 2015
Servidores Sirena
Jaron Lanier ha
publicado recientemente en España (Ed. Debate, 2014) su ensayo
“Quién controla el futuro”. Lo interesante del libro, amén de
sus ideas, es el propio autor y su circunstancia. Lanier es
considerado un “gurú” de la Realidad Virtual (VR con sus siglas
en inglés; por cierto, que él mismo inventó el término), esa
tecnología que permite mostrar a las personas lugares y espacios
generados mediante ordenadores en los que poder sumergirse y
percibirlos como si fueran reales. Lanier inventó el dataglove
o guante de datos, un periférico que permite al usuario de un
sistema de VR el interactuar con él y el tener además sensaciones
táctiles en sus dedos y manos.
Lanier, todo un curtido
habitante de Silicon Valley y de los ambientes universitarios en la
era dorada del nacimiento de la informática, es un poco más joven (nació en 1960) que los Padres Fundadores de la informática personal, Steve Jobs, Bill Gates (ambos nacidos en 1955) o Steve Wozniak (1950), pero es mayor que Mark Zuckerberg (1984),
fundador de Facebook o que Sergey Brin y Larry Page (nacidos en 1973), creadores de
Google. Es decir, está en una posición muy interesante para
contemplar el estado actual de cosas en internet, de dónde venimos y
hacia dónde parecemos dirigirnos.
Vivimos en un mundo en
perpetuo experimento. Ninguno de nosotros tiene la menor idea de lo
que pasará mañana, ni en el siguiente minuto, pero aceptamos esa
incertidumbre constante y procuramos vivir con ella. De esa misma
manera, en esa especie de singladura universal humana por el mar de
la incertidumbre, aparte del azar natural, vivimos entre los cambios
que generamos nosotros mismos. Esos cambios ocurren a nuestro
alrededor continuamente, y nos lanzamos a experimentar con ellos.
Unos resultan exitosos; otros, catastróficos. No hacemos ensayos ni
estudios sobre lo que podrá pasar; simplemente, la humanidad se
arroja en ocasiones en brazos del cambio generado por ella misma, con
la esperanza y el optimismo de que “todo va a ir bien”. Y no
siempre pasa así. Pensad en lo que ocurrió en el mundo cuando Watt
inventó la máquina de vapor (cambió todo, para bien, y para mal),
o cuando Marx recicló en su teoría filosófica la Lucha de Clases (conocida previamente desde Maquiavelo) y un país entero decidió poner en práctica a su manera aquellas
ideas en 1917. O cuando unos chicos en Californa, entre nubes de
marihuana decidían fabricar un ordenador para que la gente lo
tuviera en su casa en unos tiempos en los que aquello parecía un
sueño loco. Esas cosas cambian el mundo. Son acontecimientos de
enorme trascendencia. Ahora la gente vive pegada a sus teléfonos
inteligentes, no podemos estar sin el Whatsapp o el Facebook, que no
existían hace nada, seis o siete años. Esos cambios a los que nos
arrojamos a diario tienen consecuencias. En la gente, en su forma de
comunicarse, en la educación, en la convicencia, en las relaciones,
en miles de pequeños gestos diarios. Son esas decisiones colectivas,
que la Humanidad toma en silencio, dejándose llevar por las modas,
las nuevas ideas, aceptando unas y rechazando otras, o eligiendo
entre alternativas y posibilidades que la vida les, nos, pone
delante, las que nos forman como civilización.
Pues nuestro amigo
Lanier dice que todo lo que está pasando no le gusta demasiado, y
que no parece que vayamos por buen camino con las últimas decisiones
colectivas que hemos tomado. Para él, estamos en la era de lo que él
llama los “servidores sirena”, servicios en una internet ubicua,
que se han vuelto imprescindibles para la gente, pero que son
monopolísticos, intrusivos, espían a las personas, y generan unos
problemas gigantescos. En este momento quienes más sufren los
efectos negativos del “mundo de los servidores sirena” en el que
la raza humana empieza a entrar, son las personas que viven de tareas
de creación de objetos fácilmete copiables por medios digitales. El
cine, la música y la literatura han sido arrasadas por los
“servidores sirena”, que basan gran parte de su éxito en la
copia infinita de archivos digitales, con el precio a pagar de que
ellos, los servidores, reciben un gran beneficio de cada copia de
esos archivos, pero estos resulta que se vuelven “no monetizables”
y pierden su valor objetivo hasta hacerse prácticamente cero.
Muchas industrias
caerán, según Lanier, a medida que sus productos se puedan obtener
mediante archivos digitales. Imaginad ahora que las impresoras 3D que
poco a poco empiezan a aparecer en todas partes se hacen tan
sofisticadas que puedes imprimirte un coche entero a partir de unos
archivos en PDF. En unas horas podrías tener tu flamante utilitario
aparcado ante tu casa a coste cero. Entonces, la industria del
automóvil sería la siguiente en perecer. Luego, si se pueden copiar
e imprimir comidas, acabaría la de la alimentación, y así
sucesivamente. Los “servidores sirena”, al alojar los archivos
con los “planos” de los objetos a copiar, serían siempre
beneficiados, pero a costa de arrasar industria tras industria, hasta
que no quedara prácticamente nada; sólo aquello que no se pudiera
copiar por medios digitales. Y en esas condiciones, la depauperación
humana y la hambruna a la que asistiríamos no tendría precedentes.
Llegaríamos probablemente a un estado de cosas insostenible, en el
que hasta los propios “servidores sirena” se extinguirían, al no
poder tener clientes que pagaran sus servicios. Todo el mundo parece,
no obstante, embebido en la nueva religión optimista del papanatismo
tecnológico, con mantras como estos: los “servidores sirena” son
buenos, lo que hacen beneficia a la humanidad, son “disruptores”
(palabro que maravilla al nuevo tecnopapanata), pues “rompen con lo
antiguo”, olvidando aquella frase tan famosa que uso mucho
últimamente, la de “¡si funciona, no intentes arreglarlo!”
A todo esto se añade
un espejismo para Lanier, el del “Big Data”. El concepto de moda.
El nombre que se pronuncia en las conferencias top del mundo digital.
El uso de la ingente información que “servidores sirena” como
Google o Facebook obtienen de sus clientes, que por cierto, tendrían
derecho a su parte del pastel, porque sus datos, aportados
voluntariamente -al menos eso pone si te lees el contrato de
aceptación de condiciones de sus servicios- son la savia que
alimenta a los “servidores sirena” -eso sí, como son copiables,
no tienen valor monetario-. Lanier pide que se activen micropagos
para todos los ciudadanos que ceden su información a los “servidores
sirena”. Porque sí. Porque es justo. Porque es la única manera.
Ahora sólo un lado de la ecuación se beneficia -monstruosamente- de
la obtención del “Big Data” de millones de personas. El otro
lado, nosotros, los que somos espiados, no vemos nada de los posibles
beneficios de todo ese tráfico de nuestros datos personales.
Pero el “Big Data”
es para Lanier un espejismo: datos con correlaciones forzadas
probablemente falsos, que pueden usarse para demostrar cualquier
cosa, o para cometer errores garrafales, como basar en ellos
decisiones de máxima gravedad -elegir a quién hacer una póliza por
parte de una empresa de seguros, por ejemplo-. También se fían
demasiadas cosas a la Inteligencia Artificial, un concepto bastante
escurridizo, al que se da un significado que no merece. Por ahora la
IA no existe, es sólo un nombre. Los bots que por ejemplo usa Amazon
para hacer la competencia a otros lugares de venta en internet son
bastante estúpidos, y sus decisiones, causan básicamente la
hipertrofia de Amazon y la destrucción de su competencia, un juego
sucio, suicida, y fundamentalmente errado. El objetivo no es
destruirlo todo y convertirte en un monopolio, o al menos, espero que
esa no sea la idea consciente de los ejecutivos de la famosa tienda
online, pero esos son los resultados de su uso de bots de IA.
El “Big Data” puede
estar basado en mentiras, puede estar atiborrado de errores, pero no
importa, es el maná que hace ricos a Google, a Facebook, a Amazon o
a Twitter; miles de empresas claman por esos datos que les ayudan “a
conocer a sus clientes”. Y se usan para todo, desde para decidir el
destino de un cargamento de azúcar al precio de productos lanzados
por las fábricas de medicamentos. Demasiado peligroso poner
decisiones cada vez más importantes en datos obtenidos de manera
dudosa por los “servidores sirena”, unos datos que no han sido
contrastados de forma científica precisamente, pero que se
convierten en una especie de “biblia atea”.
Google, Apple o
Facebook lo saben casi todo de ti. Conocen a tus amigos. Saben cuales
son tus gustos culinarios, sexuales, de entretenimiento, tu fe
religiosa, tus posibles enfermedades, físicas y psíquicas, y a
diario acumulan más y más datos de todos nosotros. Según cuenta
Julian Assange en su libro Cuando Google encontró a
Wikileaks (Clave Intelectual. 2014),
además, esos “servidores sirena” que están dominando el mundo
no han tenido el menor escrúpulo en ceder esos datos a la
Inteligencia norteamericana siempre que les ha sido solicitado.
Estamos viviendo en un mundo aparentemente apacible e hiperconectado,
pero debajo late un mar orwelliano de progamas espía pendientes de
todos nuestros movimientos.
Lanier propone
soluciones, desde los citados micropagos, a que la sociedad civil
empiece a tener voz y voto ante los “servidores sirena”, que no
son otra cosa que empresas privadas mega poderosas a las que nadie
parece querer rechistar por ahora, y que hacen lo que les da la gana, impunemente.
La humanidad siempre
decide colectiva, inconscientemente, los “acontecimientos
disruptores” que harán que su rumbo histórico cambie. Estamos en
mitad de una encrucijada similar en importancia a la del advenimiento
de la Revolución Industrial o la aparición de los medicamentos.
Está en nuestras manos el poder conducir lo mejor posible el barco
en el que navegamos por el mar de la intertidumbre. Podemos elegir el
éxito o la catástrofe. Los “servidores sirena” de Lanier no son
sino el aviso de lo que vendrá.
La foto de Jaron Lanier está en Wikimedia Commons bajo licencia de Atribución 2.0 Genérica.
jueves, 19 de febrero de 2015
Volando voy...
Hace cinco años, viajar de Madrid a Las Palmas de Gran Canaria (Islas Canarias), ida y vuelta, costaba unos 60 Euros si eras residente. Si no, alrededor de 120. Los residentes canarios tenemos una subvención del 50% de los vuelos entre islas y península, gracias a una reglamentación que conocemos como REF, que, por cierto, algún incompetente del gobierno nacional y/o del autonómico está poniendo en peligro estos días, una más de esas cosas que nadie parece saber.
Pero vuelvo al asunto, como diría Peter David.
Hoy, si eres residente canario, el mismo vuelo te cuesta alrededor de 160 Euros, un 300% más, aproximadamente. Pero si no lo eres, te cuesta unos 320. Eso sí, esa tarifa no te da derecho a nada, sólo a viajar. Ni siquiera podrás cambiar el vuelo si te surge algún problema o reunión. Si quieres poder ejercer (sólo poder ejercer) ese derecho, unos 20 a 40 Euros más no te los quita nadie, más el pago del cambio, que podría añadir otros 100 Euros al total. Y ya si quieres que te reembolsen el vuelo en caso de que te veas obligado a anularlo, entonces te costará 700 Euros como residente, y unos mil y pico si no lo eres. Es lo que llaman eufemísticamente la "Tarifa Turista Completa". Si es que tienen sentido del humor los cabroncetes estos. Adorables.
El petróleo, del que se destila el queroseno que consumen los aviones, eso sí, está por los suelos. Pero eso da igual, porque ese no es el problema.
Y así estamos. Esta es la realidad actual para viajar a Canarias con Iberia. Y con todas las demás líneas aéreas, claro, que los precios se mantienen sospechosamente próximos. ¿Un cartel? No, cómo se os ocurre. La Comisión de Competencia no ha dicho nada al respecto... Bueno, dejo el sarcasmo, y sigo.
Mientras tanto, Iberia nos está vendiendo publicidad en los Medios y las Redes Sociales para que viajes por todo el mundo por 40 Euros con ellos. Los españoles y nuestros carísimos vuelos locales parece que importamos una mierda, y los que necesitamos volar por trabajo, importamos una mierda doble.
Iberia en su día fue la compañía aérea de bandera española, hasta que fue vendida por un gobierno un tanto, si me permiten, estúpido, a British Airways hace algunos años. Ahora ni siquiera podemos decidir sobre ella. Como siempre (caso AENA, semi privatizada ahora, y sus concesiones a tiendas en aeropuertos), el que paga los gastos de las aventuras privadas de esta gente somos nosotros, en este caso, vía precios. En otros, vía impuestos.
No podemos hacer nada; todo, todito el sistema nos denegará cualquier opción. Nos queda la pataleta, y usar los mermados instrumentos que se supone nos protegen, y que años de cabildeos discretos y eficientes han ido castrando sistemáticamente.
Por culpa de estos incompetentes que ahora se bañan en comisiones, pensiones vitalicias e indemnizaciones blindadas, zotes que no saben hacer la o con un canuto pero que visten trajes a medida, tenemos que pagar las consecuencias de haber nacido isleños.
Esa es la verdadera Marca España que padecemos en este país. Gracias, gobierno. Gracias, codiciosos. Estaréis satisfechos.
La foto la tomé en estos días en un vuelo de Gran Canaria a Madrid... de Iberia, claro.
martes, 10 de febrero de 2015
Por si no lo sabes...
No sé si lo sabes, pero el sonido digital del que gozamos hoy en día es... bueno, no es precisamente la panacea. Lo que se vendió hace 25 años como la maravilla china, en la época en la que los CDs empezaban a ocupar los estantes de las tiendas de discos, cuando los vinilos se iban extinguiendo poco a poco, en los años del inicio del papanatismo de lo digital, que empezaba a estar por todos lados (y sigue, vaya si sigue, con esa pollabobada de los "nativos digitales"), tiene un "algo" de timo.
Ahora pensamos un poquito mejor, y vemos las cosas en perspectiva. La codificación digital, amigos, es pobre, pues está limitada por las restricciones del número de bits disponibles para hacerla y la velocidad a la que se muestrea la señal analógica original.
Un pobre muestreo convertido a un formato con destrucción de datos como el MP3 lleva a una audición muy pobre, análoga al efecto del banding en las imágenes que vemos en las películas que han sido mal codificadas, cuando no hay suficientes bits de"profundidad de color" para captar un degradado sutil de colores.
En esta foto de un anochecer en Marte tomada por la nave Vinking-1 de la NASA, que recuerdo haber mirado de niño con extrañeza ("¿Qué son esas bandas?", me decía) se ve un ejemplo claro de banding, cortesía de la tecnología de imagen digital disponible en 1976. Toda imagen es una interpretación de la realidad mediante medios técnicos. En este caso hay, supón, 8 bits para codificar colores, y la sutileza de los cambios de tono de la puesta de sol no la puedes obtener porque los 8 bits disponibles sólo te permiten "saltar" entre determinados colores próximos, eliminando los que hay en medio. El resultado es este feo efecto similar al posterizado.
Décadas más tarde, el robot teledirigido Spirit, con tecnología de los años noventa y más bits de profundidad de color en el procesador conectado al CCD de sus cámaras, obtuvo la foto de abajo de una puesta de sol en Marte. El banding es mucho menor, casi imperceptible.
Pues bien, en sonido pasa lo mismo: oímos las grabaciones digitales "con banding de sonido" y por eso nos suena a veces un tanto insuficiente la calidad de ciertos MP3. Por ejemplo, las canciones que oyes online en iTunes o en Spotify, tienen un bit rate de 224 a 256 Kbps (lo que llaman "calidad CD"), que es a veces insuficiente para mostrar ciertas sutilezas. Puede que te suene inexplicablemente pobre, que notes que algo falta. Y más aún si usas un bit rate de 128Kbps.
Pero el problema final está en la base de la tecnología, en los bits usados para codificar los archivos de sonido, sean estos Wav, Flac, Aiff, etc. Generalmente son 24. Imaginad un estudio de grabación con 8 pistas, y 24 bits de salida. Al grabar las 8 pistas con, por ejemplo, 8 instrumentos diferentes, tendremos 8 sonidos a 24 bits, pero habrán de convertirse, vía "embudo digital" en 24 bits mezclados, por lo que apenas tendrán 3 bits para cada sonido. No es exactamente así, y luego se usan trucos como la normalización digital (un proceso matemático) para que "todo suene bien", pero el resultado final no es precisamente el que nos quieren vender.
Y además resulta agotador, pues la normalización causa cansancio perceptivo en el oyente, porque se basa en subirlo todo sin que distorsione, a grandes rasgos. Desaparecen las sutilezas, los tonos suaves en la música, las partes quedas. Todo está presente, en primer plano. Y, como resultado, acabas saturado tras oír unas pocas canciones.
Si oyes hoy en día un disco de vinilo en un tocadiscos analógico y con un amplificador analógico, si no pasas por etapa digital alguna, alucinarás, te lo aseguro, con los matices que puedes escuchar, que desaparecen en la codificación digital. El soplo analógico o el ruido del surco se olvidan enseguida; el cerebro sabe eliminarlos. El sonido final es precioso. Y está lleno de colores. No podrás decir por qué, pero tu experiencia será una gozada.
Nos engañaron. Engañaron a millones de personas que tiraron sus colecciones de vinilos para comprar en CD lo que ya tenían. Ahora esas colecciones valen dinerales. Los equipos analógicos de grabación se siguen usando en los estudios, porque son los mejores, y alcanzan precios exorbitantes, lo mismo que los equipos de audición no digitales, que ahora son tan caros que están reservados a una nueva especie de aficionado a la música que se los puede permitir: el "audiófilo".
Y lo peor de todo mucha gente no lo sabe aún, agárrate: las discográficas, cuando pasaron a formato digital todo su archivo, tiraron sus masters analógicos a la basura; las grabaciones originales de los discos, para entendernos ¿Para qué convervarlos? Se iban a ahorrar un dineral en gastos de almacenamiento y conservación ¿Se imaginan en Hollywood a las grandes productoras tirando sus negativos de películas a la basura?
Las cintas multipista analógicas de una pulgada originales de miles de discos ya no existen, salvo excepciones de músicos de gran renombre y poder, o que pudieron controlar sus propios masters. Hablo de gente como Pink Floyd, los Rolling Stones o los Beatles. El resto se ha perdido para siempre en un alto porcentaje.
Hasta la industria del cine, cuando hace sus remasterizados digitales, no olvida contemplar el tiraje de un nuevo negativo de seguridad (sí, en película de celuloide). Pero la discográfica no entendía de esas sutilezas, al parecer. Ahora se arrepienten, claro, cuando es demasido tarde.
Es una barbaridad cultural, una catástrofe que muy poca gente sabe, y desgraciadamente es irreversible. Ya nadie oirá muchos discos como se concibieron originalmente.
Y cuidado con los nuevos vinilos que salen ahora al mercado, que no os engañen. Han sido grabados de masters digitales. Es decir, son versiones analógicas de masters pobres por su origen digital. Un desastre. Así que los únicos vinilos que podrías comprar con garantías con los anteriores al advenimiento de las técnicas digitales.
¿Os acordáis de los CDs que indicaban si eran totalmente digitales o sólo parcialmente, y de cómo la gente miraba aquellos tres caracteres como si la vida les fuera en ello? AAA, AAD, ADD, DDD. Cada sigla se refiere a una etapa del proceso de producción: grabación, mezcla y masterizado. Se indicaba si era Analógica o Digital. Los coleccionistas buscaban como locos los DDD, cuando en realidad el resultado era un truño. Pero nadie parecía darse cuenta de ello.
Hace décadas, la BBC destruía sistemáticamente gran parte de sus masters televisivos por exigencias sindicales. Actualmente las nuevas generaciones no podrán ver muchos de sus programas a causa de aquella pobre decisión. En España el simple abandono de los archivos de TVE ha hecho que muchísima programación se haya perdido para siempre. Y en todas partes, los masters analógicos de muchas obras maestras musicales acabaron hace años en los vertederos porque la moda digital así lo mandaba.
Parecemos condenados a repetir los mismos errores, despreciar el pasado y vivir estúpidamente en un papanatismo tecnológico perpetuo. Si es que no aprendemos.
Las fotos utilizadas para ilustrar este texto son de la NASA y están en dominio público.
Ahora pensamos un poquito mejor, y vemos las cosas en perspectiva. La codificación digital, amigos, es pobre, pues está limitada por las restricciones del número de bits disponibles para hacerla y la velocidad a la que se muestrea la señal analógica original.
Un pobre muestreo convertido a un formato con destrucción de datos como el MP3 lleva a una audición muy pobre, análoga al efecto del banding en las imágenes que vemos en las películas que han sido mal codificadas, cuando no hay suficientes bits de"profundidad de color" para captar un degradado sutil de colores.
En esta foto de un anochecer en Marte tomada por la nave Vinking-1 de la NASA, que recuerdo haber mirado de niño con extrañeza ("¿Qué son esas bandas?", me decía) se ve un ejemplo claro de banding, cortesía de la tecnología de imagen digital disponible en 1976. Toda imagen es una interpretación de la realidad mediante medios técnicos. En este caso hay, supón, 8 bits para codificar colores, y la sutileza de los cambios de tono de la puesta de sol no la puedes obtener porque los 8 bits disponibles sólo te permiten "saltar" entre determinados colores próximos, eliminando los que hay en medio. El resultado es este feo efecto similar al posterizado.
Décadas más tarde, el robot teledirigido Spirit, con tecnología de los años noventa y más bits de profundidad de color en el procesador conectado al CCD de sus cámaras, obtuvo la foto de abajo de una puesta de sol en Marte. El banding es mucho menor, casi imperceptible.
Pues bien, en sonido pasa lo mismo: oímos las grabaciones digitales "con banding de sonido" y por eso nos suena a veces un tanto insuficiente la calidad de ciertos MP3. Por ejemplo, las canciones que oyes online en iTunes o en Spotify, tienen un bit rate de 224 a 256 Kbps (lo que llaman "calidad CD"), que es a veces insuficiente para mostrar ciertas sutilezas. Puede que te suene inexplicablemente pobre, que notes que algo falta. Y más aún si usas un bit rate de 128Kbps.
Pero el problema final está en la base de la tecnología, en los bits usados para codificar los archivos de sonido, sean estos Wav, Flac, Aiff, etc. Generalmente son 24. Imaginad un estudio de grabación con 8 pistas, y 24 bits de salida. Al grabar las 8 pistas con, por ejemplo, 8 instrumentos diferentes, tendremos 8 sonidos a 24 bits, pero habrán de convertirse, vía "embudo digital" en 24 bits mezclados, por lo que apenas tendrán 3 bits para cada sonido. No es exactamente así, y luego se usan trucos como la normalización digital (un proceso matemático) para que "todo suene bien", pero el resultado final no es precisamente el que nos quieren vender.
Y además resulta agotador, pues la normalización causa cansancio perceptivo en el oyente, porque se basa en subirlo todo sin que distorsione, a grandes rasgos. Desaparecen las sutilezas, los tonos suaves en la música, las partes quedas. Todo está presente, en primer plano. Y, como resultado, acabas saturado tras oír unas pocas canciones.
Si oyes hoy en día un disco de vinilo en un tocadiscos analógico y con un amplificador analógico, si no pasas por etapa digital alguna, alucinarás, te lo aseguro, con los matices que puedes escuchar, que desaparecen en la codificación digital. El soplo analógico o el ruido del surco se olvidan enseguida; el cerebro sabe eliminarlos. El sonido final es precioso. Y está lleno de colores. No podrás decir por qué, pero tu experiencia será una gozada.
Nos engañaron. Engañaron a millones de personas que tiraron sus colecciones de vinilos para comprar en CD lo que ya tenían. Ahora esas colecciones valen dinerales. Los equipos analógicos de grabación se siguen usando en los estudios, porque son los mejores, y alcanzan precios exorbitantes, lo mismo que los equipos de audición no digitales, que ahora son tan caros que están reservados a una nueva especie de aficionado a la música que se los puede permitir: el "audiófilo".
Y lo peor de todo mucha gente no lo sabe aún, agárrate: las discográficas, cuando pasaron a formato digital todo su archivo, tiraron sus masters analógicos a la basura; las grabaciones originales de los discos, para entendernos ¿Para qué convervarlos? Se iban a ahorrar un dineral en gastos de almacenamiento y conservación ¿Se imaginan en Hollywood a las grandes productoras tirando sus negativos de películas a la basura?
Las cintas multipista analógicas de una pulgada originales de miles de discos ya no existen, salvo excepciones de músicos de gran renombre y poder, o que pudieron controlar sus propios masters. Hablo de gente como Pink Floyd, los Rolling Stones o los Beatles. El resto se ha perdido para siempre en un alto porcentaje.
Hasta la industria del cine, cuando hace sus remasterizados digitales, no olvida contemplar el tiraje de un nuevo negativo de seguridad (sí, en película de celuloide). Pero la discográfica no entendía de esas sutilezas, al parecer. Ahora se arrepienten, claro, cuando es demasido tarde.
Es una barbaridad cultural, una catástrofe que muy poca gente sabe, y desgraciadamente es irreversible. Ya nadie oirá muchos discos como se concibieron originalmente.
Y cuidado con los nuevos vinilos que salen ahora al mercado, que no os engañen. Han sido grabados de masters digitales. Es decir, son versiones analógicas de masters pobres por su origen digital. Un desastre. Así que los únicos vinilos que podrías comprar con garantías con los anteriores al advenimiento de las técnicas digitales.
¿Os acordáis de los CDs que indicaban si eran totalmente digitales o sólo parcialmente, y de cómo la gente miraba aquellos tres caracteres como si la vida les fuera en ello? AAA, AAD, ADD, DDD. Cada sigla se refiere a una etapa del proceso de producción: grabación, mezcla y masterizado. Se indicaba si era Analógica o Digital. Los coleccionistas buscaban como locos los DDD, cuando en realidad el resultado era un truño. Pero nadie parecía darse cuenta de ello.
Hace décadas, la BBC destruía sistemáticamente gran parte de sus masters televisivos por exigencias sindicales. Actualmente las nuevas generaciones no podrán ver muchos de sus programas a causa de aquella pobre decisión. En España el simple abandono de los archivos de TVE ha hecho que muchísima programación se haya perdido para siempre. Y en todas partes, los masters analógicos de muchas obras maestras musicales acabaron hace años en los vertederos porque la moda digital así lo mandaba.
Parecemos condenados a repetir los mismos errores, despreciar el pasado y vivir estúpidamente en un papanatismo tecnológico perpetuo. Si es que no aprendemos.
Las fotos utilizadas para ilustrar este texto son de la NASA y están en dominio público.
jueves, 5 de febrero de 2015
Russian Roulette
Prefiero usar el término inglés, y de paso recordar la canción del mismo título de los Lords of the New Church, tocada aquí en el legendario Marquee.
Europa lleva demasiado tiempo dirigida por estúpidos que siguen jugando a la ruleta rusa. El último hallazgo, cerrar el grifo financiero a un gobierno democráticamente elegido en Grecia, sabe Dios por qué, una medida tan estúpida y errada que le deja a uno así como pasmao.
Estos idiotas no se dan cuenta de lo que hacen, o bien están pagados por alguien que quiere acabar con todo esto. Si Grecia se larga del Euro, algo a lo que esta medida vil, chantajista y mafiosa, contribuye indudablemente, y si UK decide pirarse del Titanic (ocurrirá, no lo dudéis) en el que se convertirá en ese momento la Unión, esto se acabó.
Este año, amigos, va a ser divertido. Veremos de nuevo manifestaciones de idiocia y maldad absolutamente asombrosas. Tecnócratas con retraso mental vía bloqueo ideológico-sectario contra ciudadanos hasta los cojones de tanto imbécil.
La hostia no va a tener remedio, ni parangón.
A ver quién gana.
Actualizo el día 6 de febrero con el Manifiesto de los 300.
Uso la portada del disco homónimo de The Lords of the New Church en ejercicio del Derecho de Cita.
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A peculiar galaxy near M104
Publicado en Revista Mexicana de Astronomía y Astrofísica, Vol. 59, número 2. P.327. Este es el link.
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Las capturas que muestro en este artículo pertenecen a "Los canallas duemen en paz" (1960) de Akira Kurosaw...
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Desde el 20 de abril hasta el 14 de julio podrán visitar en la Sala de exposiciones Ponce de León de la Fundación MAPFRE Canarias, C/ Castil...