Rosa.
Rosa no tiene apellido.
Los informativos le han negado el derecho a tenerlo. Suele ocurrir.
Sólo sabemos su nombre.
Rosa salió ayer en las noticias de todo el país, posiblemente por primera vez en su vida, pero no lo pudo ver.
Porque Rosa está muerta.
Rosa murió asfixiada y quemada, atrapada en su cama, cuando una vela que usaba para iluminar su casa en Reus se le cayó sobre la colcha y la llama prendió.
Rosa tenía una enfermedad que le restaba movilidad. No pudo hacer mucho excepto dejarse ir mientras el fuego la devoraba. Al parecer algo intentó según la crónica periodística, y se cayó de la cama, pero ya era tarde.
Rosa usaba velas para iluminarse porque la compañía de la luz le había cortado el suministro. No podía pagarlo.
Rosa será olvidada en unas horas. Nadie dirá mucho más de ella. El Ayuntamiento de Reus la tenía en un plan de ayuda, pues le habían cortado el agua y hacía poco que le habían reintegrado el suministro. Pero al parecer no había pedido asistencia similar para el corte de luz que sufría. A los 81 años a veces esas cosas tienen que decírtelas. Nadie se lo recordó.
A Rosa la ha matado la miseria de este país. No la miseria económica que llamamos ahora "pobreza energética" -como si la pobreza necesitara de adjetivos- sino la de unas empresas que dejan a la gente pobre sin derecho alguno. Y la miseria de unas instituciones que debieron de velar por Rosa y que ahora vienen a enterarse demasiado tarde de su situación.
Rosa, como tantos otros, callaba su vergüenza de no tener luz en casa.
En esta historia hay muchos culpables. Desde los que se sientan en los consejos de administración de las eléctricas y deciden que a la gente se le corte la luz por impago como si fueran objetos inanimados, hasta los gobiernos que han convertido este país en un reino de taifas para esas empresas intocables. Nadie se ha molestado aún en impedir que las eléctricas corten el suministro a la gente. Porque a las eléctricas (como a la banca, como a las telecos) nadie les rechista.
Y nadie pagará por la muerte de Rosa. Como nadie ha pagado por el accidente del Alvia (excepto el conductor del tren) o el de Spanair. Porque los poderosos en España viven en su propio Olimpo y ni la Ley les preocupa: está escrita a su dictado. Cortada a su medida, como los trajes que les hacen sus sastres a precio de oro.
Rosa tuvo una vida, y en ella hubo sin duda amores, alegrías, acaso hijos, ilusiones y mañanas de sol. Quiso y fue querida. Rió y lloró. Fue una niña de la posguerra, y probablemente pasó hambre y privaciones en su infancia y juventud. Ahora ya no puede tener nada. Sus mañanas de sol se han acabado. Rosa tuvo una historia, pero ahora, ya, nadie puede oírla. Porque alguien decidió quitarle la luz.
Ejecutivos de Endesa, Gas Natural, Iberdrola o Acciona, a vosotros me dirijo, y a los gobiernos que os lo consienten todo: la luz no se le corta a nadie. No sabéis lo que se esconde en cada casa, ni el daño que podéis hacer con medidas como esas que supongo llamaréis "ejemplarizantes" en vuestros consejos de administración. En todos esos hogares que dejáis en la oscuridad, viven muchas Rosas. Todos nuestros actos tienen consecuencias. Siempre. Rosa es la consecuencia de vuestros actos corporativos. Esos actos anónimos que decidís en vuestras sedes acorazadas rodeadas de vigilantes privados. Rosa es el nombre de vuestra vergüenza. En vuestras conciencias queda.