Parte de
la historia de mi novela "Los que sueñan", Premio Minotauro 2015, es azarosa y empezó hace mucho tiempo. He
creído conveniente reseñarla aquí. Primero fue un guión
cinematográfico imposible en el que trabajé durante varios años.
Todo empezó una tarde del año 1997. Tomaba café con un amigo de
entonces, Juan Luis Palmés, creo que en la cafetería París de Las
Palmas de Gran Canaria. Un sitio en el que unos pesados se pasaban
los fines de semana cantando desafinadamente arias de ópera y
canciones populares (todavía lo hacen). Yo había llegado a aquella
casa tres años antes desde una casa terrera en la que me había
criado y pasado mi infancia, tras de la muerte de mi abuela, que
nos obligó a trasladarnos.
Era el primer piso en el que vivía y no
lo llevaba bien. Acababa de hacer mi primera película, y estaba
pensando ideas y considerando la posibilidad de mudarme a Madrid.
Estaba trabajando entonces en un proyecto de videojuego con Juan Luis
(que terminaría titulándose “Free Wheel”) y le comenté que
había pensado en una historia de ciencia ficción relacionada con la
realidad virtual y con las realidades alternativas. Le cité el
“Congreso de Futurología” de Stanislaw Lem, una de mis novelas
preferidas de cuando era pequeño. De hecho, ya había escrito un
primer esbozo de guión explorando ideas, y lo había titulado “Realidad”.
Entonces
Juan Luis disparó: “El cielo. Nadie ha jugado con el cielo
todavía”.
A partir
de aquella idea nació “La Corte de los Milagros”, la historia de
una empresa que creaba el servicio de cielos virtuales, y que centra
esta novela. Allí nacieron Dante, Dana, Lara, Boss y Grey.
Hice dos
reescrituras del guión, y preparé un storyboard completo con
la ayuda de Alberto Hernández, dibujante al que conocí en aquellos
días. Recurrí a una empresa canaria especializada en imagen por
ordenador para hacer unos modestos gráficos CGI que acompañaran al
proyecto, y llegamos a hacer un par de storyboards digitales y previsualizaciones.
Era 1998.
Recuerdo
que Javier Pulido, uno de nuestros dibujantes más respetados, me hizo el diseño de unos ángeles virtuales que
luego desaparecieron del guión. Con más diseños de Alberto, el
storyboard y el guión y cogiendo todos mis ahorros, me fui a
ver a Pepe Martín, que había coproducido mi primera película, y
que, gracias a los ingresos de Jaleo,
el software que su empresa desarrollaba y comercializaba y que
entonces era un éxito mundial (Actualmente se llama Mystika y lo lleva otra empresa. Jaleo fue el primer gran éxito mundial del software español, y vendió licencias a los mayores estudios especializados en imaginería digital del mundo, como ILM o Digital Domain, entre muchos otros. Su interface de usuario es actualmente el estándar en programas de edición no lineal, y ha sido copiado hasta el hartazgo, desde por Premiere a After Effects. Y se hizo en Canarias. Yo fui Beta Tester de las primeras versiones, que usábamos para generar los efectos de los spots publicitarios que producía la empresa.),
había creado un estudio virtual en Palma de Mallorca al no encontrar
apoyo en Canarias -la eterna historia-, y que estaba interesado en
desarrollarla.
En el
ínterin contacté en Madrid con Antonio Trashorras y David Muñoz,
que acababan de escribir “El Espinazo del Diablo” que dirigió
Guillermo del Toro, y perfeccionamos juntos el guión. Además, me
acompañaron a varias reuniones con productores que no se mostraron
interesados en aquella historia de ciencia-ficción. Pasamos por casi
todas las oficinas de productores de Madrid, sin éxito alguno.
En Palma de Mallorca pasé finalmente como tres meses, un verano, quedándome en la casa
de Pepe en Cala Mayor, y conocí a gente como Jerome Debeve y Régis
Barbey, con quienes he seguido trabajando todo este tiempo, y volví a
encontrarme con Luis Sánchez-Gijón, brillante realizador, que ahora
monta mis películas y las coproduce. Juntos, y con otra gente como
Beatriz Japón, Luis Ortas, Aludena Arístegui, Christophe Pattou o
Miguel Ángel Abraham, creamos ilustraciones conceptuales, un teaser
y varios diseños en 3D. En aquellos años (era 1999) ArtBit, que así se
llamaba la empresa, era pionera en España en la técnica del motion
capture en tiempo real de personajes digitales e integración en
platós virtuales, algo ideal para una producción que iba a estar
repleta de efectos visuales.
A la vez
contacté con un dibujante que siempre he admirado, Juan Giménez,
que vivía relativamente cerca, en Sitges, y que diseñó los
personajes principales del guión. Estábamos pensando en Javier
Bardem en el papel de Dante o bien Antonio Banderas. En aquellos días
nos llegó el trailer de “Matrix” y alucinamos con aquello. Aquel
era el camino. De hecho vendíamos el proyecto usando el cuerpo de
Neo de las fotos promocionales con la cabeza de Antonio Banderas o Javier Bardem
integrada en Photoshop para hacernos una idea de cómo sería el
diseño general de la producción integrando personajes. El guión
entonces era muy simple, una historia de venganzas levemente
inspirada en “El Conde de Montecristo”, en un Madrid futurista
rebautizado como la “Ciudad Cube”.
En el
Festival de Sitges había conocido a Tony Galindo y Ana Obradors,
diseñadores de gran talento que acababan de crear las campañas de las películas “Airbag” y “Abre los Ojos”. Nos hicimos amigos y diseñaron
toda la imagen corporativa del proyecto, desde logos, pasando por
memorias, etc. Se portaron genial y fue un
trabajo realmente estupendo el que hicieron. Toni ya no está. Le
dediqué mi segunda película, “La Hora Fría”.
Con todo
aquello bajo el brazo me fui a ver a Andrés Santana, productor
Canario, y uno de los más respetados por todo el sector, que intentó mover el proyecto, sin éxito. Llegamos a
llevarlo a un Festival de San Sebastián en el que me choqué en un
pasillo con Charlize Theron, por cierto. Luego volví a chocarme con
ella (qué vida esta) en el Soho House de Los Angeles. Ella ni se dio
cuenta.
Tras los
intentos de Santana y tras ofrecérselo sin éxito a Filmax, el
proyecto fue a parar a manos de Marta Esteban, una productora
catalana que ahora es muy conocida por ser quien produce el cine de
Cesc Gay. Marta tomó el proyecto bajo su ala y trabajamos con ella y
el director de arte Llorenç Miquel en el desarrollo visual y
argumental. Fueron dos años en los que viví en Barcelona.
Entró
entonces el Grupo Planeta en la aventura con una empresa llamada
Planeta 2010 que acababan de crear, y con ellos Adolfo Blanco, a
quien conocía de los tiempos de “Fotos” en Filmax. Y seguimos
adelante. Hice otro completo storyboard, esta vez con el artista Jordi Huguet,
y además gente como Javier Rodríguez (que colaboraría de nuevo
conmigo en el cotrometraje “Home Delivery” diseñando a los
personajes) o Marcos Martín me diseñaron vestuarios, personajes, y
ambientes. Cambiamos el título del proyecto a “Avatar”, una
elección que entonces (era el año 2000 y el proyecto de James
Cameron ni existía para nosotros) tenía todo el sentido del mundo.
Y creamos una productora para hacer la película: Imposible Films,
que actualmente produce las obras de Cesc Gay, entre otros. Soy, junto a Marta Esteban y Stefan Nicoll, uno de los tres orgullosos miembros fundadores de la productora. Por cierto, el logo de la empresa, que aparece en los créditos y pósters de las películas, lo diseñé en aquellos días.
Tras unos
meses de trabajo, Marta contactó con Margaret Nicoll, que introdujo
en el proyecto a Stefan Nicoll, quien entonces dirigía Universal
España. Stefan intentó montar el proyecto, obtuvimos un presupuesto
de efectos digitales de Cineon en Londres, movimos un pequeño
casting internacional, y buscamos financiación. Yo seguía retocando
el guión y para que fuera totalmente inglés, no una traducción, y
para mejorarlo, contactamos con John Paul Chapple, un guionista de
Londres que hizo dos nuevas versiones con nosotros.
Y entonces
se paró todo. Se acabó el Dinero, Planeta 2010 perdió el interés.
Y yo me volví a Canarias a intentar trabajar en otra cosa. Habían
sido dos años de mi vida viviendo como un gitano sin éxito alguno.
Era duro dejarlo así, pero así son las cosas. Y así es el cine. Esto es lo normal.
Hasta que
pasaron diez años y los derechos no me volvieron, no pensé en qué
hacer con todo aquello. Retomé la historia, la modificaba aquí y
allá cuando se me ocurría algo y volvía a guardarla en un cajón.
Llegamos, pasados los años, a mostrarla en Paradigm, una agencia de
Los Angeles que se interesó en representarme, y luego a mi agente en
WME -entonces WMA-, pero tampoco hubo mucho que hacer: era un
proyecto demasiado grande para un recién llegado a la industria norteamericana. Llegamos a
plantearlo como miniserie, recuerdo. En el ínterin Francisco de la Fuente
me hizo nuevos diseños.
Así que
guardé “La Corte de los Milagros” finalmente en un cajón. En el
cajón de las causas perdidas.
Hasta que
pensé en la novela. La historia central que
había escrito para el guión, que era bastante sencilla, podía
conducir a una historia más compleja y se podría escribir una novela
interesante sobre el final de las guerras entre religiones, sobre una
empresa que ofrece el servicio definitivo: el cielo a sus clientes, y
sobre tres personajes que viven un amor perdido e imposible -pues
aman a la persona equivocada- en mitad de un mundo que se derrumba.
Realmente aquello siempre había sido una novela.
Lo bueno
de la literatura es que te permite contar historias que son carísimas
de hacer en cine, pero eso es lo de menos. Lo bueno de la literatura
es que te permite contar historias y no limitarte. Ahora la antigua y
primitiva Corte de los Milagros está citada en la novela en una
especie de juego circular. Porque al final esto fue una novela. Lo
que pasa es que no me había dado cuenta. Hasta ahora.
Así,
estuve un par de años llenando carpetas de pequeños documentos con
ideas que “algún día usaría” para explorar en una posible
novela, y que finalmente he podido usar, unir, desechar y replantear.
La mayor parte de la anécdota del guión se ha fundido con la gran
historia de la novela, y muchos personajes han desaparecido. Otros,
han crecido. O han aparecido nuevos.
El texto
tiene muchas claves particulares. Sólo indicaré un par de ellas que
me resultan especialmente cariñosas. Por ejemplo, el nombre “Apotheosis” de la primera Estrella de Combate vaticana es un
homenaje a una película que nunca acabamos, cuando éramos niños, pero que empezamos, como tantas otras. Se titulaba “Se ha perdido
un mundo” y era una space opera concebida por un amigo de mi
infancia, Agustin Ricardo Moreno. Llegamos a filmar varios rollos de
Super-8 y a construir una nave espacial con piezas de kit de montaje del Apollo XI.
La sombra de “La Guerra de las Galaxias” era alargada. Pero nos
lo pasamos bien ¿Verdad?
También, en el largo ensayo de Dante que
aparece en mitad de la novela, algunos nombres que utilizo son de
científicos reales que viven actualmente pero que en la época en la
que transcurre la historia ya no estarán. En cambio cito a dos
profesores de Dante cuyos nombres son juegos de palabras con los
nombres reales de dos de mis profesores en la Escuela de Informática
de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria. En fin, otros
pequeños detalles me los reservo, que nada añaden a la lectura.
La vida
está llena de azares. Por eso es fascinante. Conocemos lo que ha
pasado, pero el camino que se ha recorrido hacia ello está lleno de
sorpresas, esquinas inesperadas y causas aparentemente no
relacionadas.
Extraño ¿verdad?
Pero muy interesante. Ahora "Los que sueñan" ha crecido tras los años, tanto, que continúa en "Los que susurran". Una epopeya en mundos y realidades virtuales, más allá de la vida, más allá del tiempo, que creo cierra dignamente este díptico sobre realidades virtuales y futuros posibles que se ha gestado durante un cuarto de siglo.
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