martes, 16 de mayo de 2017

El mundo era un serial



Mi abuela se llamaba Delfina. Yo la llamaba de niño “Mamá Fina”. Era una mujer-río, a cargo de una familia numerosa. Un día, cuando enviudó joven, decidió enfundarse en el luto y así permaneció hasta su muerte, durante 30 años más.

Debieron de vivir mi abuelo y mi abuela un amor muy grande; él la adoraba, y cada día le traía un regalo, fuera lo que fuera, y dentro de lo que podían permitirse, que mucho no era.

Antes de que mi abuelo se fuera, tenían una activa vida social en Las Palmas, la ciudad en la que vivían por aquellos días. Y una de las cosas que me cuenta mi madre que le gustaba hacer a mi abuela, tras la puesta de sol, era irse al cine con mi abuelo de la mano, dejando a los niños al cuidado de ella, Isabel, la hija mayor. Solían ir al Cine Goya, que estaba en la calle Manuel González Martín, del popular barrio de las Alcaravaneras, mejor conocida entonces por los vecinos como “La Calle del Cine”. 

En aquellos años mi abuela era fanática de actores que empezaban a hacer cine sonoro, estrellas canoras como John Boles (de quien ya he hablado en este mismo blog) o John Gilbert, famoso por ser amante de Greta Garbo. 

Por las tardes en el Cine Goya solían proyectar seriales, a los que llevaban a sus hijos. Los seriales estaban de moda entonces; eran productos de bajo presupuesto, pero encantaban al público. Todos eran de origen norteamericano, de estudios pobretones, como Republic o Universal. Y en aquella oscura españa en la que tenías que ponerte de pie y cantar el Cara al Sol antes de cada sesión de cine, bajo la severa miraba de vigilantes que te delataban a la primera de cambio, compensaba la humillación para luego darte una panzada de entretenimiento y diversión. Qué poco tiempo hace de cosas tan oscuras, y qué mala memoria tenemos entre los de mi generación.

Pero estoy divagando.

Uno de aquellos seriales era el de Flash Gordon, una adaptación del comic homónimo de Alex Raymond, que tuvo tres producciones, todas de la Universal, una en 1936, otra en 1938 y una última en 1939. Aquel serial que ahora levanta cejas en los espectadores y dibuja una simultánea sonrisa de conmiseración en sus caras, fue fruto del trabajo de un puñado de artesanos al otro lado del mundo, que, en unas condiciones extremas (sueldos raquíticos, presupuestos irrisorios, nula colaboración de otros departamentos del estudio, plazos de entrega imposibles) hicieron unas respetables obras de entretenimiento. 

Para que os hagáis una idea, aunque sea un detalle un poco técnico, los equipos del departamento de seriales de la Universal debían de entregar una media de 80 setups al día (un setup es en la jerga USA del cine un plano nuevo que implica mover la cámara de sitio, desplazar las luces y los focos, colocar a los actores, maquillarlos y caracterizarlos, etc.). En estos tiempos comodones en los que vivimos, cuando haces un cortometraje entre amigos a destajo, hacer 40 setups diarios es todo un logro y puede suponer 17 horas de trabajo continuo. Pero no acababa aquí la cosa. Si un actor durante una toma se olvidaba de una línea de diálogo o se equivocaba, no había una segunda toma para corregir, sino que se rodaba un plano más cercano en el que se le hacía repetir sólo la línea errada u olvidada, o se doblaba directamente, a pelo, con otra voz, despreocupadamente. El metro de celuloide era carísimo y había que ahorrar a toda costa. 

La labor cotidiana era tan dura, que la unidad de seriales de la Universal era la única de todo el estudio que permitía beber alcohol a sus empleados durante el trabajo, encargándose la misma empresa de servir un cóctel especialmente fuerte entre ellos varias veces al día. Sí, trabajaban prácticamente borrachos. Eran otros tiempos, y así soportaban unas condiciones laborales inhumanas. 

Lo sorprendente del maltrato general que Universal daba a sus seriales era que por otro lado suponían su principal fuente de ingresos. Eran increíblemente rentables y populares. Pero paradójicamente, nunca recibieron el menor apoyo. Así, se producían con una filosofía del reciclaje a toda costa muy acentuada. Por poner un ejemplo, gran parte de la música usada en ellos provenía de las bandas sonoras de películas previas, o los decorados también se reutilizaban de producciones anteriores del estudio. El acceso a la unidad de efectos especiales de la empresa, que coordinaba el legendario John P. Fulton, estaba también cerrado a los seriales, por lo que para Flash Gordon tuvieron que crear su propio departamento de efectos y miniaturas. Hablamos de una producción de ciencia ficción que ocurría en otro planeta, así que había que inventarlo todo, desde el vestuario a las armas, con un presupuesto raquítico.




Los tres seriales, Flash Gordon, Flash Gordon's trip to Mars y Flash Gordon Conquers the Universe (más un tercero, pero éste adaptando otro comic, Buck Rogers) fueron protagonizados por un nadador olímpico, Larry “Buster” Crabbe, que en principio se mostró bastante escéptico con aquel lamentable trabajo que le habían asignado en el Estudio (y poco más podía hacer; en aquellos años un actor era un obrero más, que salía en las fotos de la prensa, pero un obrero asalariado a fin de cuentas), pues tenía más ambiciones artísticas que protagonizar aquellas peliculitas de bajísimo presupuesto. Hoy en día sólo se le recuerda por haber sido Flash Gordon, así que al final aquello resultó ser lo mejor para su carrera, supongo.

Larry "Buster" Crabbe

Entre 1936 y 1939, los años finales de los seriales, pasaron muchas cosas en la Universal, que atravesaba momentos terribles (tenían que parar la actividad durante varios días a la semana para poder pagar los sueldos a sus trabajadores los sábados), a causa de la recesión causada por el crack bursátil del 29. Finalmente, Carl Laemmle, el fundador y patriarca del negocio, tuvo que vender la empresa, y como consecuencia de ello, toda su familia fue expulsada inmediatamente de la gestión del estudio. 

Los Laemmle, padre e hijo

Su hijo había propiciado, como comenté en un artículo anterior, el nacimiento de la legendaria serie de películas de monstruos del Estudio, con Dracula inicialmente, y luego Frankenstein (en la que, por cierto, intervenía el mismísimo John Boles, en un papel secundario extrañamente impropio dada su condición de superestrella). 

¿Y a qué todo esto? Pues para dar un salto a la saga de Star Wars y a las muchas cosas que debe a los seriales de los años 30.


A estas alturas la mayoría sabréis que estas letras en fuga que inician cada película de la serie no las inventó George Lucas para La Guerra de las Galaxias, sino que son un “homenaje” del realizador californiano a estas otras, inventadas originalmente para el serial de Buck Rogers de 1938, y luego para Flash Gordon Conquers the Universe, de cuyo Capítulo 11 proviene este fotograma.


Lo mismo ocurre con el concepto de “capítulos” en que se ha dividido la saga intergaláctica. En realidad si algo es Star Wars, es Flash Gordon con tecnología contemporánea. Y en el poster de abajo, apenas difundido, al menos tenían la honestidad de reconocerlo:


George Lucas fue un ávido consumidor de seriales durante su infancia en la pequeña ciudad californiana de Modesto, allá por los años 50, cuando se emitían sindicados en las cadenas locales de TV. Le marcaron tanto, que su homenaje a ellos se convirtió en una película que, para bien o para mal, cambió en 1977 las reglas del juego de la industria del cine. 

En los tiempos dorados de los seriales, no habrían tardado 40 años en crear una saga de 9 películas, sino apenas unas semanitas...


Uso las imágenes acogiéndome al derecho de cita. El poster de Star Wars, aunque no viene firmado, creo que lo pintó Howard Chaykin, quien, por cierto, ilustró los primeros números de la versión inicial en cómic de la película, editados por Marvel. En esa versión, basada en el guión de rodaje, hay escenas que, aunque se rodaron, desaparecieron posteriormente en el montaje que se estrenó en salas, como la conversación que Luke Skywalker tiene con su amigo, el piloto rebelde Biggs Darklighter.

domingo, 7 de mayo de 2017

FANT 23


Del 5 al 12 de mayo estaré participando como Jurado en FANT, el Festival de Cine Fantástico de Bilbao, que ya va por su 23 edición. Comparto tarea con Melina Matthews y Miguel Ángel Vivas. Así que allí nos veremos. 

Lo tenemos difícil. La Sección Oficial está llena de películas realmente interesantes. 

viernes, 28 de abril de 2017

Fantástico insólito español


Entre el 4 y el 10 de mayo celebraremos en la Sala Berlanga el ciclo "Fantástico insólito español", organizado por la Fundación SGAE. 

Si os apetece ver un buen puñado de rarezas y de clásicos de nuestro cine fantástico más que reivindicables, allí os esperamos. La entrada son sólo 3 Euros.

Contaremos con presentadores de lujo como Fernando Marías, Antonio Trashorras o Juan Tébar. Podéis ver la programación y los horarios aquí. Este es el texto que sirve de introducción al ciclo:

Para aproximarse a una narrativa del cine fantástico español hay que mirar en las esquinas umbrías y polvorientas, rebuscar en los desvanes y en los anaqueles de las filmotecas que huelen a “efecto vinagre”. 

El fantástico en otros países nació con el cine, pero en el nuestro empezó con pasos lentos, inciertos, tardíos, y casi disimulando ser otra cosa. Ésta es una propuesta, una mirada, hacia cómo nació un género que todavía se mira con desconfianza, de reojo, como se observa un territorio desconocido. 

Desde la seminal Torre de los Siete Jorobados de Edgar Neville a Los Cronocrímenes de Nacho Vigalondo, pasando por una obra maestra indiscutible, Tras el cristal, de Agustí Villaronga, o una fiera rareza como Atolladero, iremos de visita por El grano de mostaza, un objeto inclasificable pero extrañamente interesante, o por La hora incógnita, el primer título postapocalíptico, o más bien preapocalíptico, de nuestro cine, sin olvidar El segundo nombre, un sutil noir terrorífico lleno de sugerencias y claroscuros. 

Un camino el del fantástico español que está lleno de meandros, y en el que en esta ocasión nos fijamos en títulos heterodoxos, producciones atípicas, y en ocasiones rarezas injustamente relegadas.

lunes, 24 de abril de 2017

LOS CÓDICES DEL APOCALIPSIS (4) - El meteorito de agosto




Oficialmente, el mes de agosto es tiempo de estrellas fugaces. El camino orbital de la Tierra atraviesa durante esas fechas varias nubes de restos cometarios, y las pequeñas partículas que los integran son atraídas por nuestro planeta, entrando en la atmósfera, y formando las llamativas "lluvias de estrellas". Bien, eso es lo sabido. Es la versión oficial.

El día 26 de agosto de 2013, un extraño fenómeno convirtió la noche en día en mitad del Atlántico cercano a las islas Canarias. Apenas duró unos minutos, se pudo ver desde las islas más occidentales y, especialmente, desde los ocho aviones que en ese momento recorrían aquel espacio aéreo. Los comandantes de los dos vuelos que estaban más cerca lo describieron así: una luz tan intensa como la del sol del mediodía que duró apenas unos segundos.

La causa había sido una enorme bola de fuego de tono verde que surcó el cielo durante unos instantes para explotar finalmente en mil pedazos sobre el Atlántico.

Las teorías para explicar el fenómeno se extendieron en los años posteriores por las redes sociales. Y las versiones oficiales no han tardado en llegar. Incluyendo una, muy sospechosa, de la mismísima NASA. Otras se inclinan por los OVNIS, y no van desencaminadas. ¿Qué fue aquello? ¿Un meteorito? ¿Un Objeto Volador No Identificado?

La verdad está entre esas dos preguntas. En este blog he hablado de vez en cuando de unos objetos que fueron descubiertos hace 80 años y que permanecen en órbita alrededor de la Tierra. Uno de ellos ha desaparecido, y el otro, que estaba en una órbita más cerrada, aparentemente podría ser el objeto que fue capturado por la fricción atmosférica y que, al explotar en la troposfera, causó el potente fenómeno luminoso visto en 2013 entre Canarias y África. 

De esos dos objetos, uno al parecer fue traído a la tierra en una misión espacial ultrasecreta. Nadie sabe lo que son, ni por qué hay tanto interés en ellos, ni mucho menos dónde está ahora mismo el objeto capturado. Uno de los más famosos expertos en asuntos de OVNIS de canarias, Paco Padrón, sostenía una teoría que comparto sobre esos objetos y que he confirmado, aunque poco más puedo decir por ahora al respecto. 

Las claves de estos sucesos inexplicables, y que algunos, a lo que se ve, quieren que permanezcan así, sin explicar, están en mi novela, "Los Códices del Apocalipsis". Estamos preparando una reedición en Amazon totalmente revisada y con un montón de sorpresas, en ebook (también para Kindle) y en papel (en impresión bajo demanda).

Si os apetece, todavía tenéis disponible la edición en papel de Tyrannosaurus Books a punto de agotarse en AmazonCasa del Libro o El Corte Inglés. Si queréis examinar la bonita edición original, podéis echar un vistazo en este Flickr de Edición Coleccionista.

miércoles, 19 de abril de 2017

Sábado día 22, lectura del Quijote en la Biblioteca Insular


Con motivo del Día del Libro, la Biblioteca Insular de Gran Canaria ha organizado la III Lectura colectiva del Quijote. Será el viernes y el sábado, 21 y 22 de abril. A eso de las 10 de la mañana del sábado estaré por allí leyendo un cachito, y luego leerá Alexis Ravelo.

¡Si les apetece, allá nos vemos!

Uso para ilustrar este texto el póster de Sábados en la Biblioteca, diseñado por Pablo Amargo, acogiéndome al derecho de cita.


sábado, 8 de abril de 2017

"Aurora"


Acabo de leer “Aurora”, novela de Kim Stanley Robinson que ha publicado hace poco Minotauro. Robinson se hizo famoso por su trilogía de novelas sobre la colonización del planeta Marte hace ya un par de décadas, y en “Aurora” insiste en ese tema, centrándose en el viaje interestelar de una nave espacial tripulada por varios miles de personas hacia un planeta extrasolar, con el fin de colonizarlo, y cuyo nombre da título a la novela.

El viaje dura mucho tiempo, pues la nave espacial de desplaza a una décima parte de la velocidad de la luz (la constante conocida como c, aproximadamente 300.000 kilómetros por segundo) hacia un destino e orbita alrededor de la estrella Tau Ceti, a unos 12 años luz de la Tierra. Viajando al 10% de c, necesitaríamos más de 120 años para llegar allí. En realidad haría falta más tiempo aún, pues para alcanzar la enorme velocidad de la nave sin aplastar a los viajeros por la aceleración, se habría ido aumentando la velocidad poco a poco durante décadas, y se tardaría otras tantas en ir frenando, a medida que se acercara a su objetivo. En fin, que el viaje llevaría casi dos siglos, así a ojo. Toda una singladura que obedecería a esa necesidad tan humana de explorar, y que nos ha llevado a recorrer el mundo de lado a lado mientras hemos vivido en él.

Se trata de un viaje transgeneracional en el que los habitantes que parten de la Tierra no van a ser los que llegarán a destino, pasando al menos dos generaciones en el interior de la nave, por mucho que aumente la esperanza de vida. Por tanto, habrá personas en ese viaje que sólo conocerán un hogar: la nave en la que viajan. La novela se podría encuadrar en la llamada “ciencia ficción dura”, por partir de un poderoso soporte documental y científico, y ha sido todo un best seller en varios países. Pero hay mucho más en ella.

No voy a adelantar mucho sobre la trama, que está llena de giros y sorpresas, y rompe expectativas, pero sí comentaré algo sobre los temas narrados. Contada a lo largo de dos generaciones en las que toman protagonismo madre e hija, que son una suerte de líderes de la expedición (no muy felices de serlo, lo que supongo le pasaría a cualquiera ante tamaña responsabilidad), explora asuntos muy interesantes, como nuestra condición y limitaciones, el futuro explorador de la humanidad hacia otras estrellas, la violencia como amarga distinción de nuestra especie, y dilemas morales de gran calado, como qué hacer cuando tu destino no era tal y como esperabas, o de qué manera enfrentarte a los errores que generaciones pasadas han cometido y que tú vas a pagar.

Siempre he abogado por la necesidad futura de que abandonemos este planeta, y posteriormente el sistema solar, para convertirnos en una especie colonizadora a lo largo de generaciones y generaciones, y la novela me coloca en una situación difícil; sobre todo al contrastar mi optimismo al respecto con ciertas realidades que surgirán ante nosotros. Asuntos como el mero hecho de que colonizar o terraformar un planeta distante es un problema vasto e inabarcable, o si realmente podemos sobrevivir en ecosistemas extraños que han evolucionado por su cuenta a lo largo de los eones, me llevan a pensar que el asunto es una empresa inabarcable, y de enfrentarla será la más importante y cara gesta de toda nuestra historia. La novela plantea el momento de esas primeras misiones para habitar planetas extrasolares para dentro de unos 700 años. En ese tiempo, si nuestra especie sobrevive, probablemente tendremos la tecnología suficiente para ello. A pesar del tiempo futuro en el que se desarrolla la acción, seguirán habiendo problemas irresolubles y enormes riesgos a correr, imposibles de calcular con exactitud debido a la vastedad de las variables implicadas.

Os dejo con algunos párrafos de la obra que no cuentan nada que os reviente la historia, pero que me han dejado lo suficientemente marcado como para señalarlos:

(habla la inteligencia artificial de la nave -que mantiene siempre un curioso plural cuando se refiere a sí misma-, añorando a la líder fallecida de la expedición)

“Deseábamos que Devi estuviese ahí. Intentábamos imaginar qué hubiese dicho. Lo cual descubrimos que era imposible. Eso era precisamente lo que se perdía a la muerte de una persona.”

Siempre he pensado algo similar: que cuando alguien muere, una visión única del mundo, una suma de experiencias que sólo han ocurrido en su mente, una manera de percibir, de hablar, de concebir ideas, se pierde para siempre. Con cada mente humana que se va, es como si una gigantesca catedral se derrumbara hasta que no quedara nada. Esta corta frase me dejó pensando en el asunto. Tal vez en el futuro encontremos formas de grabar las consciencias humanas, para no perder toda esa riqueza que se va para siempre con cada ser humano que perdemos.

“-Vive como si estuvieras muerto.
-¿Cómo?
-Un dicho japonés. Vive como si estuvieras muerto.”

Muy interesante ese dicho. En realidad es análogo a lo que persiguen los budistas con la meditación, u otras religiones con la oración, y otras disciplinas, desde el yoga al mindfullness: céntrate en el presente, no juzgues, vive el ahora, como si no hubiera un mañana. Exactamente: Vive como si estuvieras muerto.

”Ahora pensamos que el amor es como prestar atención. Por lo general, prestar atención a otra consciencia, pero no siempre; la atención puede darse a algo inconsciente, incluso inanimado. Pero la atención parece a menudo ser llamada por una consciencia afín. Algo al respecto impone la atención, recompensa la atención. Esa atención es lo que llamamos amor. El afecto, la estima, un cariño apasionado. En ese punto la consciencia que es sentir el amor tiene el universo organizado para ella por una especie de polarización. Entonces dar es obtener. El sentimiento de consideración es una recompensa inmediata. Uno da.”

Una bonita definición del hecho de amar (concebida por la inteligencia artificial de la nave, que vive en un perpetuo estado de perplejidad, fascinada con la condición humana) que suscribo.

Para terminar, un par de detalles. Hay un momento hacia el final del tercer acto de la novela en el que los protagonistas dedican una tarde a ver el rayo verde, un fenómeno atmosférico fascinante al que Eric Rohmer dedicó una de sus más interesantes películas (de la serie de largometrajes “comedias y proverbios”). Y el final de la historia es cotidiano, personal e íntimo, alejado de la enorme escala de la gesta narrada, y precisamente por eso me parece acertado y emocionalmente satisfactorio.

Como habréis comprobado, he seleccionado párrafos de la obra que, curiosamente, no parecen sacados de una novela de ciencia ficción. Porque “Aurora” es, como suele pasar con lo mejor del género, una reflexión sobre todos nosotros, alrededor de nuestra condición, humana (y transhumana), sobre nuestro presente, nuestro futuro, nuestro destino personal... y las cosas que realmente merecen la pena.

Exposición abierta hasta julio.

Mi exposición fotográfica "El Risco: la montaña habitada" sigue abierta hasta julio en la Sala MAPFRE Ponce de León,  C. Castillo,...